La vida loca de Emilio Tapia

La vida loca de Emilio Tapia

Obsesionado por la rumba, los caballos y los relojes, encontró en la contratación pública una mina a la que le sacó miles de millones de pesos que derrocha sin freno

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septiembre 29, 2021
La vida loca de Emilio Tapia

Los cantantes vallenatos lo sabían, por eso, cada vez que veían a Emilio Tapia en Matilde Lina, su centro de parrandas en Bogotá, le dedicaban una canción. Y es que cada mención en una de sus canciones les podría significar un valioso regalo por parte del contratista cordobés. Los relojes Rolex eran los favoritos de Tapia. Diomedes Díaz tenía, por lo menos, cinco de esos. El saludo del Cacique de la Junta era siempre el mismo y con eso bastaba: lo llamaba “El hombre de las carreteras”. Silvestre Dangond lo saludaba cada vez que podía y nunca se iba con las manos vacías. En el 2010 después de una parranda Tapias le regaló un Rolex de 54 millones de pesos.

Pero esa no era la única de las excentricidades que Emilio Tapia alimentaba con sus millonarios ingresos. Al mejor estilo de los capos de la mafia, el cordobés llevaba varias mujeres a las parrandas vallenatas y las ostentaba como si fueran carros de alta gama o caballos, su segunda pasión después del dinero. Sin embargo su novia oficial, la hoy influencer Eilen Roca, era la que más mostraba al público. Se creía una estrella de cine.

Emilio Tapia se había criado en Sahagún, entre el viento y el río. Aunque vivió varios años en San Andrés cuando su papá, Emilio Tapia Moreno, un abogado funcionario de la DIAN que recibió amenazas en el municipio y buscó refugio en la isla, siempre regresó a su tierra. Hasta sus 22 años andaba en la camioneta Toyota verde, modelo 80, propiedad de su padre, quien además fue asesor jurídico de varios gobernadores de Sucre. Su mamá, Nilda Teresa Aldana, era una modista de ropa. Los Tapia eran todo menos una familia poderosa. En esa época ninguna mujer quería salir con él. No se había hecho ninguna de las 16 cirugías que se hizo y pesaba 120 kilos.

Sin embargo, Tapia tenía grandes ambiciones. Le gustaban los caballos y la rumba, pero costaban bastante dinero. En la contratación pública encontró el camino para hacerse, a través de triquiñuelas, con el billete que necesitaba. Su voracidad era notoria. En diciembre de 2013, cuando ya estaba señalado de ser, junto a los Nule, el cerebro del Carrusel de la Contratación, un desfalco que le costó al Estado colombiano 1.100 millones de dólares, se distendía pagando, sin disimulo alguno, un palco de 10 millones de pesos para ver en Cartagena un concierto de Marc Anthony y Carlos Vives. Era como si quisiera desquitarse de los años duros, como cuando llegó a Bogotá en el año 2000 a trabajar por recomendación de su papá en la DIAN.

Emilio Tapia en 2013 durante una de sus legendarias fiestas, aquella vez en Opa Centro de Eventos y en donde se presentaron Silvestre Dangond, Wilfran Castillo, Churo Díaz y Lucas Dangond. Mientras Tapia andaba de rumba, el Tribunal de Bogotá apenas estaba definiendo cuál era el juez que debía juzgarlo y dictar sentencia, que para aquella época estaba siendo negociada a través de un principio de oportunidad con la Fiscalía.

El primer síntoma de que las cosas le iban bien en la capital fue cuando súbitamente bajó la mitad de su peso y se estableció en 75 kilos a punta de intervenciones quirúrgicas. En el 2007 ya tenía un matrimonio con su paisana de Sahagún Astrid Sofia Hoyos con quien tuvo en La Florida a su primera hija en el 2010. En esa época ya tenía plata y varias mujeres, lo que deterioró su matrimonio hasta el punto que se separaron en el 2011.

Tapia ya ha tenido cuatro hijos con cuatro mujeres diferentes. Era un misterio cómo con su sueldo en el IDU, entidad en donde trabajaba, podía tener relojes por 47 mil dólares y dos camionetas de alta gama blindadas. Empezaba a destacarse en lo que sería su especialidad: el lavado de dinero a políticos. Tenía jugosos contratos como el del contrato de la Ruta del Sol III entre Bosconia y Valledupar en la que aparecía como subcontratista. Amarraba además la contratación en departamentos como Córdoba y Sucre.

En el 2009, con 32 años, el empresario direccionó y monopolizó la millonaria contratación en Bogotá durante la alcaldía de Samuel Moreno Rojas. Tapia lavó el dinero proveniente de la corrupción de contratos y ponía a testaferros a figurar en propiedades que eran suyas. Uno de ellos fue su amigo Carlos Augusto Joly Herrera.

Cuando, en el 2011, estalló el escándalo del Carrusel de la Contratación y Tapias era una de las cabezas más visibles, incluso fue detenido un año antes, se refugió por temporadas en Sahagún. En diciembre de ese año lo vieron llegar con una docena de escoltas que portaban flameantes camionetas toyota. Poco quedaba del inseguro Emilio. Sahagún había elegido, en pleno siglo XXI, a 18 congresistas, todo un récord que no había salvado a los 90 mil habitantes de tener uno de los peores servicios de agua potable del país. Tapia, ese fin de año, desbordó simpatía por el pueblo. Entraba a las panaderías donde estaban sus viejos amigos, los saludaba, pedía la cuenta y pagaba. En las noches incluso se le veía en sandalias y shorts comiendo pizza en el centro del pueblo. Su refugio fue la finca Villa Sofía, propiedad de su papá, cien hectáreas adecuadas sólo para su placer. Tenía ranchitos hechos con techo de Vende Agujas, la palma más cara que se puede encontrar en la Costa Caribe. Uno de esos kioskos era inmenso y tenía una tarima en donde se presentaron, ese diciembre de 2011, los mejores y más conocidos vallenateros de la región. La fiesta no paraba nunca.

Ahí tenía a sus caballos. Uno de ellos, el más caro de todos, se llamaba Fogata del Arco, hija de los cotizados Tayrona del Paso y de Maja del Arco. Costaba 800 millones de pesos. Ganó todos los premios conocidos en exposiciones equinas, como el Campeonato Nacional Reservada en la modalidad de trote. Tenía un criadero de caballos llamado La Fe en Sahagún, valuado en 1.000 millones de pesos. Emilio Tapia se daba todos los lujos posibles y no dudaba en viajar en aviones privados cada vez que se le antojaba ir a Estados Unidos.

Emilio Tapia en La Picota, donde siguió con sus parrandas vallenatas sin mayores consecuencias.

Emilio Tapia fue condenado en total a 17 años de prisión, pero tras un acuerdo con la Fiscalía logró una pena de 7 años. Fue trasladado a La Picota, pero ni siquiera la cárcel contuvo sus excesos. En el 2016 la Revista Semana denunció que Tapia realizó una parranda vallenata junto a cinco músicos en pleno gimnasio del penal. Ninguna sanción cayó sobre él. Al contrario, salió a comienzos del 2021 bajo detención domiciliaria.

El zar de la corrupción, como se le conoció a Emilio Tapia, volvió a quedar al descubierto con el escándalo de corrupción de Centros Poblados. Desde la sombra, participó en el robo de los $70.000 millones del adelanto que recibió el consorcio por parte del Ministerio de las TIC, pero sus tentáculos se extenderían a más entidades en el país. Y es que a pesar de las condenas y las detenciones que ha pagado Emilio Tapia, el gusto por los lujos y el vallenato los tenía que seguir costeando, y el dinero público siguió siendo para él su principal fuente de financiación.

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