Reeditar el ambiente previo al plebiscito y abrir discusiones cerradas en lo político por el Congreso y en lo jurídico por la Corte Constitucional (objetando apartes de una sentencia judicial) solo demuestra algo: esa es una de las estrategias electorales del uribismo de cara a las elecciones regionales de octubre (así Duque “enderezó” el camino).
Uribe y su partido no quieren repetir los errores de 2015 cuando se estrenaron en las regionales con resultados precarios. El uribismo se quiere convertir en la principal fuerza política y sumar la mayor cantidad de concejos, alcaldías y gobernaciones en lo ancho y largo del país. Al ser un presidente orgánicamente integrado al Centro Democrático Duque solo siguió instrucciones de su jefe político, el ala más radical de su partido y cedió a las ambiciones electoreras de los líderes regionales del uribismo. “Enderezó” el camino torciéndole el pescuezo a la JEP y de paso le dio oxígeno a quienes necesitan atizar odios, fomentar divisiones y distraer para ganar electores. Ya lo dijo Juan Carlos Vélez (gerente de la campaña por el no) cuando en un momento de sinceridad (que lo llevó a caer en desgracia ante Uribe) habló de la estrategia empleada por el uribismo, “estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca”. Así fue como ganaron el plebiscito, la presidencia y ahora buscan arrasar en las regionales.
Una de las principales fortalezas del uribismo es un voto de opinión godo y anti-Farc. Fue gracias a su enorme arrastre en opinión que en 2014 el Centro Democrático se convirtió en la segunda fuerza política en el Congreso, solo superado por el gobiernista partido de la U que desde 2010 bebió de toda la burocracia nacional y regional posible. Para las elecciones de 2015, con la desventaja en términos burocráticos que implica ser partido de oposición en una elección regional, el uribismo no alzó vuelo y solo alcanzó una gobernación propia y 151 alcaldías. Ni siquiera en Antioquia, la principal retaguardia uribista en los años del santismo, se llegó a la alcaldía de Medellín o la gobernación (aunque sí ganaron candidatos afines al uribismo). Ya con presidente a bordo, con el Departamento para la Prosperidad Social convertido en su despensa burocrática (como lo ha venido mostrando el portal La Silla Vacía en diferentes artículos) y con la fuerza en opinión que se capitalizó tras el plebiscito, Uribe quiere pintar el mapa político del país de azul y convertir su partido en la principal fuerza política. Así puede garantizar su “legado” y la permanencia de su proyecto político al menos por una generación.
Con el desplome en la popularidad de Duque a finales de 2018 el uribismo se preocupó por las repercusiones que esto podría tener en sus cálculos de cara a las elecciones locales. Duque debía enderezar el camino y buscar un caballito de batalla que le diera cohesión a un gobierno percibido descoordinado. Volver a reeditar el plebiscito es una estrategia que está liderando desde la Casa de Nariño y a la cual los uribistas más radicales le están haciendo eco desde el Congreso. Volvemos a escuchar las discusiones en torno a la naturaleza de los delitos sexuales y su tratamiento en la justicia transicional, la elegibilidad de exguerrilleros y hasta la priorización en los máximos responsables de los crímenes atroces, es decir, retrocedimos tres años cuando al calor del plebiscito el uribismo engañó a millones de colombianos, reforzó la falacia de la ideología de género y ganó tras lograr que la gente saliera a votar verraca. A eso apunta el alboroto que en los últimos días ha formado Paloma Valencia y las inconvenientes objeciones a la estatutaria de la JEP. A Duque no le importa que su decisión (siendo abogado) genere un choque de trenes con la Corte Constitucional, hacer el “oso” ante la comunidad internacional o incentivar deserciones, él tiene que propiciar el ambiente para enojar a la gente y que el uribismo gane muchas alcaldías y gobernaciones en octubre.