La toga negra: una película
Opinión

La toga negra: una película

¿Cuándo permitimos que nuestras altas cortes se convirtieran en lugares de negociación y nuestros magistrados en negociantes de votos y de fallos?

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agosto 20, 2017
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Los historiadores señalan la segunda mitad del siglo XVII como el momento en que la toga negra hace su aparición en los tribunales.  La muerte de la Reina María II, en 1694, propició su adopción por parte de los jueces y magistrados británicos y, desde ese momento, tanto los demás sistemas judiciales anglosajones (Australia, EE. UU. y Sudáfrica), como otros occidentales (Alemania, Francia y España) han implantado esta tradición en sus tribunales y despachos judiciales.  Una prenda básica, sin adornos, color negro, para simbolizar la sobriedad, el respeto y el recato que debe acompañar al juez en su monumental, sensible y compleja labor.

Desde muy pequeño he sentido especial veneración y admiración por la figura del juez togado.  Los veía en películas y series, sobre todo norteamericanas, presidiendo un proceso contencioso que se desarrollaba en un despacho amplio, con elegantes acabados en madera, y con absoluta autoridad sobre todo lo que allí pasaba.  Mirada inquisitiva, concentración en la escucha, inteligencia emocional para responder y unas pocas intervenciones brillantes  para alcanzar  los principales fines: el esclarecimiento de la verdad y una justa decisión. Unos verdaderos héroes silenciosos, humildes y disciplinados que, con sus decisiones, hacían de la sociedad un lugar libre de injusticias y propicio para el bienestar, el desarrollo y la felicidad.

En mi último año de bachillerato realicé un proyecto de grado titulado “La Crisis de la Justicia en Colombia".  Corría el año de 1991 y yo, que decidía si estudiar Derecho o Filosofía, empecé a trabajar por unas semanas con un abogado muy cercano a mis padres para preparar mi disertación.  Recuerdo mi primera visita a un despacho judicial.  El Juzgado Laboral Municipal estaba en el viejo Palacio Nacional en la Carrera Carabobo en Medellín.  Varias cosas me impactaron.  Por un lado, todo el espacio estaba atiborrado de expedientes debidamente foliados haciendo muy difícil el tránsito por la pequeña oficina y, segundo, no se veía al Señor Juez por parte alguna.  Mi jefe temporal me explicó que los jueces solían pasar sus días encerrados en la oficina estudiando y decidiendo “negocios” y que el secretario del Juzgado sería el encargado de acompañar la diligencia de testimonios.  Tuvimos que ir a un despacho vecino para conseguir una silla para mi y, luego, entre el sonido acompasado de la Olivetti, se dio inicio al primer testimonio.

26 años después y luego de sucesivas reformas con importantes inversiones, -entre las cuales se encuentran la sala de audiencias, el estenógrafo o la grabación y la toga negra-, el titular en los periódicos sigue siendo el mismo:  “La crisis de la justicia en Colombia”.  Hay, no obstante,  una diferencia fundamental entre la crisis actual y la  de principios de la década de los 90, -que giraba alrededor de las amenazas y asesinatos, la falta de herramientas y recursos, la impunidad y las demoras del sistema-.

 

La Fiscalía decidió compulsar copias
 a la Comisión de Acusaciones del Congreso de investigaciones por corrupción
sobre tres expresidentes de la Corte Suprema de Justicia.
Sí, ¡expresidentes de la Corte Suprema de Justicia!

 

A la ya escandalosa captura y judicialización del fiscal anticorrupción, Gustavo Moreno, y como parte de un mismo gran entramado de corrupción, le siguió  esta semana la decisión de la Fiscalía de compulsar copias a la Comisión de Acusaciones del Congreso de investigaciones por corrupción sobre tres expresidentes de la Corte Suprema de Justicia. Sí, ¡expresidentes de la Corte Suprema de Justicia!  En grabaciones obtenidas por la DEA (thank you), se puede oír al exfiscal Moreno,  exapoderado de políticos (Ramos, Andrade y Musa), y a su socio, Leonardo Pinilla,   ufanarse, como estrategia de marketing, de su capacidad para comprar fallos en el tribunal supremo.  Al otro lado de la línea el exgobernador de Córdoba, prófugo de la justicia, pedía pruebas para poder desembolsar el millón de dólares que le valía la engavetada de sus expedientes en la Suprema.  Qué dolor.

¿Cuándo permitimos que nuestras altas cortes se convirtieran en lugares de negociación y nuestros magistrados en negociantes de votos y de fallos?  La constituyente del 91, con buenas intenciones y buscando fortalecer el sistema de frenos y contrapesos, introdujo el lobby y las bancadas mayoritarias con fines electorales en los tribunales.  La reflexión, la mesura, la distancia y la decisión en derecho dieron paso a la presión, el personalismo, el amiguismo y el protagonismo.  El exprocurador Ordóñez entendió perfectamente esta situación (como consejero de Estado) y negoció su reelección con nombramientos de familiares de sus postulantes.  Se relajaron las normas éticas asociadas a la magistratura y se perdió mucho de la majestad de la justicia.  Más que magistrados algunos se volvieron operadores del sistema judicial pasando de tribunal en tribunal, buscando cargos para parientes y amigos en órganos de control y luego saliendo a litigar, generalmente a nombre de poderosos políticos o empresarios aprovechando sus conexiones.  El análisis silencioso, sistemático y solitario del juez dio paso a la comida con abogados litigantes, a la fiesta social, al viaje y el regalo.

Me pueden llamar iluso pero yo pensaba, en medio del pantanero de la corrupción de Odebrecht, de Córdoba y otros tantos en los que ya hay empresarios, congresistas y funcionarios públicos judicializados y hasta condenados, que la toga negra representaba todavía la decencia,  la ética y la prudencia.  Quizás sigo viendo muchas películas.

 

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