La tierra del oro y los milagros

La tierra del oro y los milagros

Más que paseo, es tradición llegar a la histórica villa San Juan de Girón (Santander)

Por: Luis Fernando Vargas
agosto 21, 2015
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La tierra del oro y los milagros
Foto: tomada de internet

Los domingos, sin falta alguna, son recorridas las callecitas empedradas de mi pueblo por muchas personas que, caminando en su gran mayoría, vienen desde las cercanas Bucaramanga, Piedecuesta o Floridablanca, más que paseo es tradición llegar a la histórica villa San Juan de Girón, bien temprano en la mañana, para asistir a misa en la imponente basílica menor, pagar promesa caminando de rodillas con dos velas en cada mano ante la imagen del señor de los milagros y luego desayunar con deliciosos tamales, arepa de maíz pelao y chocolate en un cuchitril llamado Restaurante de Las Arizmendi, donde se debe llegar antes de las nueve de la mañana, pues su fama es tanta que después de esa hora no se consiguen las deliciosas viandas.

Pueblito de casas blancas donde el tiempo no transcurre, sencillamente discurre. Sitio para descansar y caminar por  sus tortuosas calles y pequeños parques de las nieves y peralta, atravesar los hermosos puentes de calicanto de casi 400 años de historia, llegar a la plaza principal, acomodarse en alguna de las innumerables bancas cobijadas por la sombra de los bien cuidados almendros o en la rotonda del centro donde una ves existió una Ceiba, testigo mudo de los andares y excesos de la guardia personal del libertador; ya caminando, ya sentado a recibir la visita de alguna de las muchas gitanas que con presteza y sabiduría ancestral y picardía leen la mano y predicen el futuro; otras ofreciendo pailas de cobre tan grandes como para hacer dulce a unas 500 personas; pasearse por los alrededores de la mansión del fraile, hermosa casona de altas paredes en tapia, barandales en madera tosca y amplios arcos  donde vivió el clérigo Eloy Valenzuela, mano derecha del sabio José Celestino Mutis, con quien muchas veces se reunió en su fresco patio y al arrullo de una fuente cantarina  escribieron alguno capítulos de la expedición botánica.

Con  el sol ya sobre el tejado de la casa consistorial comienza a sentirse mucho mas el calor, entonces qué mejor refresco que saborear los deliciosos raspados hechos por Patricia Juárez, la cantante de música ranchera más conocida del pueblo, tomar un espumoso ponche en la heladería el amigo del pueblo y acercándose mediodía cuando el hambre comienza a imponerse almorzar con una exquisita fritanga en el malecón a las orillas del río de oro.

Visita dominguera placentera, entretenida, en especial para los burlones quienes gozan viendo las dificultades de algunas mujeres encopetadas con zapatillas puntiagudas tratando de caminar derecho por el empedrado, las coplas y piropos llenos de besos para las muchachas bonitas que a cada instante hace mandarino. El bobo más popular, quien se gana la vida cuidando carros, y la infaltable retreta musical de las tres de la tarde entonando una que otra sinfonía destemplada tal vez por el fuerte calor de la hora. La interminable fila de vendedores de mazorca asada en la calle real, con sus carritos de brazas al rojo vivo, inundando el ambiente con el apetitoso aroma complemento  del día de tregua concedido a las dietas de las más gorditas. Sus almacenes abiertos, en especial el de don David Viviescas, personaje típico, bonachón, bastante culto quien fuera alcalde hace muchos años y, al igual que un político muy conocido, sigue siendo eterno candidato, sitio donde  también se dan cita los notables y no notables del pueblo para discutir de política y arreglar el país.

Mucho más abajo, al final de la calle real, en la batea, se escucha el  pregón  ”un puesto para palogordo”. Allí , en medio de automóviles y  usetas tan viejas y ruinosas a las cuales montarse solo unos metros ya es peligroso, están los otros visitantes, los de paso, los que necesariamente tienen que venir para tomar el particular transporte que los lleve a la cárcel de máxima seguridad de palogordo. En este sitio tan cercano a la plaza y su algarabía todo es distinto, nadie se burla, nadie compra nada, se habla en murmullos, las caras no son de paseo ni de fiesta, son de angustia, son de afán por llegar a tiempo y poder compartir al menos por unas horas con el preso que allí se encuentra, con su ser querido.

Ya al atardecer, cuando el sol va trasponiendo el cerro palonegro buscando la rivera del río grande de la magdalena se vuelve a sentir la paz acostumbrada, las campanas vuelven a tañer invitando a la celebración de las seis de la tarde; es cuando los gironeses salen de sus casas con paso lento, casi marcial, vestidos con sus mejores prendas a dar gracias al creador por un día más de vida en esta tierra de oro y de milagros.

 

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