La selva electoral: el camaleón traidor

La selva electoral: el camaleón traidor

Una nueva semillita de incertidumbre está creciendo desde el domingo

Por: Gustavo Rojas Guayara
mayo 31, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La selva electoral: el camaleón traidor

Han transcurrido unos pocos días desde las elecciones, y el país entero aun no lo supera, aun no sale de las redes sociales y de los memes, aun no deja de lado el hambre voraz que produce la incertidumbre, el canibalismo informativo de publicar engaños y calumnias que horas más tarde sus mismos creadores terminan creyendo. La atmósfera de esta jungla política se tornó densa, brumosa, viva de una falsa espesura, como un vaho imposible de franquear si no se le aspira primero.

Soy consciente de que estamos a finales de mayo, pero por estos días más bien parece principios de octubre de 2016 y la nación en la que usted y yo despertamos puede estar aún más dividida que ayer. Parece un viaje en el tiempo pero no lo es, parece una mentira pero es la realidad, parece que huele a ovejas y a lobos, a osos y liebres con piel de serpiente que se ven como medusas anfibias, seductoras y letales. Sí, una total locura, pero si acaso logra salir de ese trance se dará cuenta de que solo son camaleones.

Seguro que la palabra camaleón le trae a la mente una amplia paleta de colores, pues la mayoría bien sabe que se trata de un animal hermoso y admirable, capaz de cambiar la tonalidad de su cuerpo a voluntad para camuflarse entre su entorno y así engañar al agresor(es). No soy herpetólogo, ni estoy siquiera cerca de considerarme un aficionado a la biología; toco el tema muy a propósito del panorama nacional. Tuve un sueño hace un par de meses que solo hasta esta mañana pude recordar con claridad como cuando uno empieza la jornada laboral y se acuerda que dejó la estufa encendida o la ventana abierta.

En mi sueño veía un valle hermoso desde lo alto de una montaña, tan bello que me sentí como Moisés viendo la tierra prometida a conciencia de que jamás entraría en ella. Las montañas tenían una inmensa gama de colores, el cielo azul estaba cubierto de una cortina de nubes que dejaba pasar los rayos del sol mientras este se aproximaba al ocaso, el canto de los pájaros se escuchaba tenuemente, la brisa era refrescante, el tupido follaje se perdía en la línea del horizonte, las aves volaban a lo lejos, los chillidos de los monos eran cercanos y se oía por ahí una que otra rama quebrándose de tanto en tanto. En ese instante de profunda paz, conmovido ante tanta belleza, pensé en que no era posible que esta fuese mi tierra natal: un lugar tan perfecto y paradisiaco que solo podía reproducirse en sueños.

Han pasado muchos días desde entonces y hoy, recordando al inmenso monstruo que me despertó del sueño, veo que la realidad y la ficción son solo metáforas conjuntas que se retroalimentan en un ciclo sin fin haciéndonos caer en su trampa cruel que nos hace pensar haber llegado a la meta de nuestro camino para luego revelar la verdad de aquel paisaje: una mole de camaleones agazapados uno encima de otro.

En Colombia, un país tan acostumbrado a la mentira y al engaño, es difícil ya juzgar las cosas por lo que realmente son y no por lo que parecen, pues vivimos en la tierra del realismo mágico en donde verdades y mentiras, ficciones y realidades, se funden entre sí. Somos una nación que vive en su propia dimensión y que a veces logra absurdos milagros de lucidez, como un esquizofrénico o un enfermo de Alzheimer o como yo en este momento, mientras le escribo esto a usted. ¡Ah! y como gran parte del país el pasado domingo.

En la historia política (reciente) de Colombia se puede decir que nunca hubo una carrera a la presidencia con un panorama electoral tan públicamente variado y reñido como lo hubo este año. ¡Claro! Después de que se supo los resultados obtenidos en la reunión que comúnmente fue tildada como “la alianza del café”, todos supimos que De la Calle no iba a llegar a la segunda vuelta, y que su popularidad política, aunque alta, no lo perfilaban ante el país como un líder con carácter y criterio para tomar decisiones propias durante un hipotético gobierno suyo. Además, seamos honestos, el hombre no tenía fuertes intenciones de ser presidente, difícilmente uno logra ver a un derrotado tan feliz después de las elecciones.

Aparte de él, el ambiente de la opinión pública respiraba una recalcitrante mezcla de miedos, fobias, ignorancias e incertidumbres. Se pronosticó bastante sobre los que serían los dos punteros, representantes de dos polos opuestos de la sociedad que llaman mucho la atención por el drama político que simbolizan juntos: “las fuerzas del bien y del mal”, “las fuerzas de la vida y de la muerte” y sin embargo, en las hipotéticas combinaciones a segunda vuelta, siempre se entrometían los otros dos en el medio, porque este año la apuesta apuntaba a no ser segura. Porque los otros dos también podían ganar. No se le puede confiar la vida a las encuestas, una lección bien aprendida por Hillary Clinton.

Las noticias falsas inundaron la atmósfera, tal cual como ese vaho que mencionaba al principio, y algunos aspiramos con confianza y algo de mofa, porque el bagaje y la experiencia ya nos han inmunizado a la mayoría de estos narcóticos de pueblo ignorante, a estos chismes de telenovela barata.

Los camaleones se atacan y se agreden, se camuflan cambiando de colores, se dan la vuelta, se rasguñan entre sí, pero entre los cuatro no pueden derrotarse porque ya dejaron de ser mayoría aquellos a quienes engañan, aquellos que hacen la vista gorda siguiendo a ciegas la senda del fanatismo y que prefieren ignorar lo malo porque el fin justifica cualquier medio, aquellos temerosos que siguen la filosofía de elegir al malo conocido porque el bueno por conocer significa un inmenso riesgo. No podemos culparlos, los miedos son como los malos hábitos: muy difíciles de erradicar.

Al final, el resultado no fue ninguna sorpresa, apareció en las urnas como la materialización de una profecía. Lo que no se esperaba era que el candidato con el “mejor” perfil político, el más experimentado, el viejo zorro de la carrera, terminara agachado y con la cola entre las patas, reducido a… sí, hay que decirlo, a nada (para lo que se esperaba de él). Ni sus seguidores, ni sus opositores se imaginaban ese fiasco electoral que resultó siendo en las urnas, esa vergüenza nacional, pues incluso a los que no le apoyamos, nos dio pena ajena.

Germán Vargas Lleras obtuvo un descenso político con carácter de entierro, igual que César Gaviria, pero ese es otro tema. La diferencia quizá radique en que Vargas Lleras siempre ha sido un mercenario político que se ha hecho una cierta fama, pero construida brincando de gobierno en gobierno y que a la hora de lanzarse a la presidencia lo ha hecho sin el apoyo de los jefes para los que ha trabajado: el lobo estepario, no juega bien en equipo, es como un delantero individualista, con talento, sí, pero que se rehúsa a aceptar que no puede gambetear a todo el equipo contrario sin hacer siquiera un pase o una colaboración. Se creyó el tigre más verraco del vecindario, y quizá lo era, pero el resto de la selva le salió en gallada. Su 7.28 % (1’407.840 votos) de este año que lo dejó en un muy lejano cuarto lugar podría asemejarse al 10.11% (1’473.627 votos) que en 2010 lo dejó en tercer puesto, ganándole a Petro por muy poco, con una diferencia de 142.360 votos, pero en realidad contrasta inmensamente, pues en estos 8 años la población votante ha crecido en casi 7 millones de electores habilitados y sus simpatizantes no se incrementaron desde entonces dejándolo nadando este domingo en medio de un mar de humillación y vergüenza.

Haciéndole una inmensa sombra está Gustavo Petro. ¿Por qué él y no Fajardo? Muy sencillo: tanto para Vargas Lleras como para Petro esta es su segunda salida al ruedo, ambos se lanzaron por primera vez en los comicios del 2010, ambos quedaron descartados en primera vuelta superados por Mockus y Santos y ambos sacaron prácticamente la misma nota (10.11% y 9.13%). Se podría decir que desde entonces, por sus propias pasiones políticas, ambos son compañeros y rivales de pupitre peleándose por ser el monitor de clase. Aun así, sus caminos fueron totalmente diferentes desde entonces. Mientras Petro optó por la rebeldía y la oposición, siendo fiel a sus convicciones e ideas, las cuales no siempre han sido muy acertadas, Vargas tomó el camino de la condescendencia y se dejó llevar por la marea que más lo ayudara en la construcción de una hoja de vida política sin llamar mucho la atención. Y seguramente ese fue su mayor error: permanecer mucho tiempo debajo del radar como un esbirro obediente que hace de su jefe un trampolín, ayudándole a hacer todo sin chistar aunque según él “no estuviera de acuerdo”.

El juego va y el juego viene y en esta selva electoral, todo se ha hecho posible. Gustavo Petro es con toda certeza, la contraparte más fuerte que el gobierno dominante ha enfrentado desde que se estableció en el 2002, cuando yo era apenas un niño y no entendía que la historia política del país acababa de agrietarse nuevamente y que la nación dejaría, después de décadas, de transitar los mismos caminos tradicionales marcados por los colores azul y rojo para sumergirse en un terreno desconocido pero “esperanzador”.

Las elecciones subsecuentes han sido en consecuencia una suerte de vampíricas sucesiones al trono, porque han querido eternizarse y porque sus personajes se han chupado la sangre entre sí para poder seguir en el tablero, peleándose por marcar un legado propio corriendo el riesgo del fracaso, del rechazo, del exilio e incluso, el de la soledad.

Justo en ese punto nace el camaleón traidor, el artífice indirecto de este baño de improperios, insultos y descalificaciones que navegan a través de las redes sociales, la semilla de la polarización, el presidente que se quedó solo, el más grande impulsor de todos estos monstruos de colores que resultaron enfrentándose hace un par de días. Gracias a él (en buena parte) Vargas y Petro deben sus resultados actuales, pues el uno sin quererlo se dejó hundir con él, y el otro vio a través del plebiscito que las maquinarias políticas del país se habían des-engranado y ya no eran una sola, que era el momento de atacar. Del 9.13% (1’331.267 votos) de hace 8 años, hoy Petro se alza con el 25.08 % (4’851.254 votos) y un merecido segundo lugar, aún distante del primero que para bien o para mal sigue ostentando Uribe con su 39.14% de apoyo, aun en descenso desde su salida de la presidencia.

Termino finalmente con quien por estos días es llamado “la novia más codiciada” (mi candidato) Sergio Fajardo. Y quien seguramente será de cierta medida el que ponga al próximo presidente aunque él no quiera echarse esa responsabilidad al hombro porque al igual que Petro, sigue siendo fiel (o le toca) a su palabra. Con sus muy también merecidos 4’589.696 votos (23.73%), apenas escasos 261.558 por debajo de Petro y siendo estas sus primeras y (según él) únicas elecciones, se alza con un honroso y dulce/amargo tercer puesto. Teniendo en su baraja, en teoría, el poder para colocarle la corona al rey con sus propias manos. Cosa que no es cierto. Pues “la política es dinámica”. Si se inclina por un lado, perderá las simpatías de unos, y si lo hace por el otro, nos perderá a los demás. Preso de sus propias palabras, no puede convertirse en el nuevo camaleón traidor de unos u otros, lo mejor que puede hacer es apelar a su sentido de educador e influenciar a sus simpatizantes a que traten de ser considerados con el rumbo que el país merece, pues lo que todos temíamos: el peor caso posible, la peor encrucijada política, es ahora una realidad. ¿Quién será el nuevo rey camaleón? ¿Petro o Uribe?

Una nueva semillita de incertidumbre está creciendo desde el domingo.

He dicho.

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