Grefier: Contraloría, advertencia, control y paz

Grefier: Contraloría, advertencia, control y paz

Como dijo Miguel Gómez Martínez: “Necesitamos un gobierno que se interese por las soluciones y no por las apariencias"

Por: JORGE ALBERTO LOPEZ RUIZ
mayo 31, 2018
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Grefier: Contraloría, advertencia, control y paz
Foto: Revista Dinero

Hace tres años, cuando avanzaba el proceso de negociación con las Farc se exponía la siguiente reflexión al interior de la Contraloría:

¿Puede la Contraloría General de la República (CGR) incidir en los resultados relativos al proceso de negociación y avance de la esquiva paz en los cuales el Gobierno y buena parte de la comunidad están interesados?

Es de esperarse que muchos piensen que sí, otros que no y otros tantos debatirán el cómo.

Obviamente no (va a ser) fue a través de la participación en los diálogos. Pero sí debería ser, cumpliéndo a la sociedad con el objeto que tiene la institución.

Explico.

Como ciudadano me indigno cada vez que se puede constatar que “el crimen sí paga”.

Es que el modelo de control que “cuida lo que es de los colombianos” no cumple (así salten relámpagos y centellas de los defensores de los resultados intrascendentes)  con el querer de ese ciudadano de a pie o con el arreglo social que le ha dado un mandato y unos medios para que opere y produzca resultados positivos.

Cuando el “crimen fiscal sí paga” y la cultura del “tumbis” es pan de cada día, los argumentos para no creer en las instituciones y para no creer en que en un futuro cercano o lejano tengamos un mejor país, muchos o pocos se ven impelidos para no acatar reglas formales de la sociedad. Muchos o pocos tienen sus propias justificaciones para ubicarse en la zona que confronta la institucionalidad.

Pueden darse ustedes cuenta que, en estos momentos, cuando los niveles de corrupción desbordaron todos los límites y ello es palpable, se castiga más a un “toca nalgas” que a un ladrón de altas ligas: pasados un par de años, con beneficios y casa por cárcel, sale a disfrutar de los beneficios de lo mal habido.

Un modelo de control que llega al máximo de su expresión cuando falla un proceso de responsabilidad fiscal que a sumo solo logra recuperar, después de una larga lucha procedimental, y cuando lo hace, tan solo parte del “tumbis”, solo puede generar socarronas sonrisas de los perpetradores y de los apropiadores profesionales de recursos públicos. En tanto, el modelo de control, contrario a su “deber hacer”, promueve las malas prácticas, por el mensaje de inefectividad que envía y que demuestra claramente a los malos o a los candidatos a serlo, que los riesgos son al extremo microscópicos y muchas veces inexistentes. Así la rentabilidad por delinquir es extraordinaria.

Y qué decir de los mensajes sobre la imposibilidad para que las cosas mejoren por los efectos de aquellos que no pueden ser calificados como responsables, ya que su ámbito de actuación está meramente en tomar las peores decisiones, por incapacidad, incompetencia, negligencia, por ostentación de poder o, en el formato más perverso, mediante la administración inteligente estructuras conformadas para hacerse de manera legal con los recursos públicos.

Muchos recursos públicos se han refundido, dilapidado o mal utilizado no meramente por hechos singulares asociados con la concepción más corriente de corrupción. También los hay; y muchos, derivados de conductas que son consideradas no tan perversas o indignas y hasta justificadas por eso de los negocios (remember el caso de dos hijitos).

Y en ese mundo de apropiaciones indebidas, el organismo de control expone sus mejores esfuerzos bajo la cultura de la caza del hallazgos (pequeños, individuales y con resultados intrascendentes). Sin atacar esas estructuras macro-crimino-fiscales. Privilegiando la reacción puntual y deshilvanada a la prevención inteligente, proactiva y de impacto y efectos. Así, no puede decirse que se esté aportando en contra el desencanto de la sociedad y contra la falta de credibilidad en las instituciones y la insolidaridad social.

Adicionalmente, con los efectos de la sentencia C-103, mediante la cual se eliminó de los instrumentos de control fiscal la llamada función de advertencia, cuya respuesta requería explorar alternativas e implementación de otras formas de control (que no meramente vigilancia) para hacer lo que se debe, solo alcanzó para declaraciones del tipo plañidera.

Un análisis conceptual, estructural y técnico de datos, que identifique esas estructuras de malas prácticas y atienda de manera inteligente las causas de los “tumbis”, es más valiosa para los efectos que debe brindar el control. Esto, en conjunto con las atribuciones del contralor para requerir información; para controlar a los controles; y, el entender, comprender y aplicar ese otro olvidado mandato constitucional de control de resultados de la administración, el cual es más que esa mera vigilancia de la gestión fiscal, tienen la simiente para hacer lo que se debe, aportar a un mejor país. Pero es más fácil llorar.

Mensaje final: si se quiere contribuir con la paz, una manera es la de reducir la cultura del tumbis macro.

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Remedando el sentir de la frase de Gómez Martínez: “Necesitamos un organismo de control que controle, no que se satisfaga meramente con fotos y lloriqueos".

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