La rebelión de las ratas

La rebelión de las ratas

"Dejemos de odiarnos tanto, dejemos de ser tan no heterosexuales y mejor unámonos porque solo nosotros ... somos quienes podemos salvar nuestra nación"

Por: Leonel Uriel Alzate Herrera
agosto 03, 2018
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La rebelión de las ratas
Foto: Pixabay

La talanquera que más le hace daño al desarrollo del país no es tanto la coca o el terrorismo, que aún están latentes y siguen cobrando vidas, no se puede tapar el sol con un dedo y en este sentido hay que reconocer que el verdadero freno de nuestro país obedece a la división profunda de la de la sociedad; algo en lo que Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe Vélez tienen una enorme responsabilidad, ya que ellos nos indujeron a la patria boba moderna.

Que Juan Manuel Santos es un traidor, amigo de los oligarcas y la aristocracia criolla o del orbe es algo que muchos lo pensamos, pero cada colombiano debe juzgar. Igualmente pasa con Uribe Vélez, a quien no solo se le reconoce que es un estadista, líder innato y un hombre terco, pero de convicciones firmes, sino también porque es un mandatario quien, en honor a la verdad, parece sufrir el síndrome de Hubris. Su conducta aplica literalmente, tal y como diría el doctor Manuel Nevado, miembro de Psicólogos sin Fronteras: “El poder genera mucha adicción porque te crees omnipotente y omnipresente, pero cada persona tiene su propia forma de expresarlo”.

Sea como sea, Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos aplicaron a hurtadillas el viejo sofisma de "Divide y reinarás". Cada uno en su momento se alió para consolidar su poder, y luego se dividieron para seguir usufructuando ese poder a espaldas del país. Toda Colombia ha escuchado a Santos decir alguna vez que Uribe había sido el mejor presidente en la historia de Colombia, y Uribe en su momento nos vendió a Santos como el salvador de la patria.

A la vez Uribe nos enseñó a odiar todo lo que oliera a guerrilla, aunque para ello hubiera que guardar silencio ante la barbarie paramilitar. Claro que extraditó a muchos jefes paras, pero el mal quedó en las entrañas de la selva colombiana, y ahora les llaman dizque Bacrim, cuando no son otra cosa que reducto del paramilitarismo. Y Santos, por su parte, entendió lo que podría ganar para su palmarés político si lograba un acuerdo con la guerrilla más vieja del mundo, sin importar que para lograr su objetivo había que tender mantos de impunidad sobre criminales de lesa humanidad, quienes desde hace 60 años arruinaron en el país y llenaron de sangre y miedo todos los rincones de la geografía colombiana.

Ahora bien, muchos de los males de Colombia suelen achacarse a sus presidentes y en cierta medida es cierto. Sin embargo, esos males han llegado por quienes secundan los aciertos o perversidades de nuestros mandatarios, y aquí el Congreso de Colombia también tiene responsabilidad. Se dedicaron a crear un comité de "aplausos enmermelados" y otros se encargaron de llevar a cabo una oposición ruidosa, que siempre terminó con acuerdos por debajo de la mesa, mientras que el país siguió y sigue jodido hasta hoy porque aquí cada uno cuida sus propios intereses.

Así mismo, otros culpables de nuestra debacle son los grandes movimientos izquierdistas y ultraderechistas de este país. Por ejemplo, de izquierda son los grandes sindicatos de este país que mientras esgrimían un discurso mamerto de igualdad social, se prestaron para acabar con muchas de las grandes empresas generadoras de empleo y divisas para el país. Acabaron con su verborrea a Foncolpuertos, Telecom, etc... La historia es larga.

Acá cabe anotar que la izquierda colombiana es tan dañina y mentirosa como la derecha... Son solo agitadores de masas, que tienen muy buenas ideas, eso sí, pero no han podido imprimir su sello. Cuando están cerca de lograr el poder también se corrompen y se dividen, y por eso hasta hoy no han logrado nada, salvo la alcaldía de Bogotá. No obstante, el paso de esa izquierda por los destinos de la capital solo demostró improvisación, ineptitud y mediocridad, algo que a la postre le acaba de costar la presidencia al sujeto de marras.

Sin embargo, tampoco se puede olvidar que hay grandes culpables en el sector financiero. Existe una banca que está reglamentada para que el banco nunca pierda, aunque se lleve por delante las cosechas de miles de agricultores que han caído en desgracia luego de alimentar al país y darle vida a nuestro agro.

De hecho, en un artículo que leí hace mucho tiempo en la revista Dinero comencé a entender que la banca en Colombia es monstruosa y depredadora. Según esta prestigiosa revista, la tiranía de los bancos colombianos se remonta hacia 1970, cuando Julio Mario Santo Domingo, Carlos Ardila Lülle y Luis Carlos Sarmiento Angulo apenas empezaban a consolidar sus fortunas, no había nacido el Sindicato Antioqueño, y Jaime Michelsen Uribe ya era el empresario más poderoso del país.

Michelsen, considerado por unos un banquero hábil y un sin entrañas para otros, supo aprovechar los vacíos en la legislación financiera para crear su grupo económico, el primero que hubo en el país, que él mismo llamó Grupo Grancolombiano. En 1983 controlaba el 20% del sistema financiero y por su intermedio, 64 compañías. Además, su poder se extendía a 168 sociedades, que se entrecruzaban, y sobre todas ellas estaba la Compañía Industrial Grancolombiana, Cingra, propiedad en 56% de Michelsen (Semana, ediciones 194 y 773).

Este hombre poderoso terminó prófugo de la justicia y vivió en la clandestinidad durante 5 años, hasta que en febrero de 1997 tuvo que internarse con una identidad falsa en la Clínica del Country, en Bogotá, donde el DAS lo encontró semiinconsciente tras una cirugía para tratarle un cáncer de estómago y esófago.

Con todo lo anterior en mente, lo triste es que después de tanta ignominia lo único que aprendimos los colombianos del común fue a trenzarnos en discusiones bizantinas, insultándonos en redes sociales o prestándonos desde los medios de comunicación para sembrar entre nosotros mismos un odio similar al que consume hoy a croatas y serbios en la que era la Unión Soviética, un odio visceral que hoy paradójicamente no está entre las personas de Uribe y Santos, pero que sí parece encarnarse en el tuétano del ciudadano de a pie, el que más sufre, el que paga las habas que se tragó el burro.

Si a usted le da la gana de entenderlo, entiéndalo. Si cree que estoy errado, está en su derecho, pero la verdad es que ni Uribe ni Santos son tan buenos como presumen, ni tan malos como algunos los quieren ver. Ambos aportaron mucho en materia social y de infraestructura, y acabaron también el miedo de los colombianos a viajar por nuestras carreteras, además es innegable que ambos trajeron inversión extranjera.

No obstante, ese par de personas hicieron mil marrullos para lograr sus objetivos: pasaron por encima de todos los colombianos, nos vendieron guerra descarnada y paz mal negociada, y al final la brecha estalla donde siempre sucede: en nosotros, los de a pie, que hoy hemos perdido la calidez y amabilidad del colombiano para convertirnos en comensales y parásitos, en la simbiosis de esta macondiana Colombia que es capaz de traicionarse a sí misma para joder a su vecino, un país que presume de mariposas amarillas, mientras asesina por orden de los de arriba al pobre coronel Aureliano Buendía.

Dejemos de odiarnos tanto, dejemos de ser tan no heterosexuales y mejor unámonos porque solo nosotros, y no nuestros saqueadores gobernantes, somos quienes podemos salvar nuestra nación. Estoy seguro de que si nos unimos lograremos ver cómo nunca la rebelión de las ratas, solo que el pueblo esta vez no se dejará joder de ellas.

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