Opinión

La primera encíclica de  León XIV: el Evangelio de la pobreza y la dignidad

La encíclica llama a unir fe y justicia, denunciando las nuevas pobrezas y convocando a una conversión solidaria que haga visible la dignidad de los pobres

Por:
octubre 31, 2025
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Mientras en el mundo Occidental y en Colombia los debates políticos parecieran anclarse en sostener privilegios y desigualdades maquilladas, los liderazgos espirituales buscan otros caminos; en ese sentido, hay que escuchar la primera encíclica del pontífice católico León XIV. No solo leerla: escucharla, dejar que su eco nos roce los oídos con el rumor de los pobres y los desplazados del mundo. La exhortación no es una pieza de teología fría ni un documento reservado a los templos; es una voz que atraviesa las paredes del Vaticano y se filtra por los barrios, los campamentos de refugiados, las cocinas vacías, los hospitales sin insumos, los cuerpos que resisten en el borde de la esperanza.

León XIV no ha escrito para el archivo, sino para la conciencia;
nos recuerda que el amor a Dios no se separa del amor a los pobres, que la fe se mide en gestos concretos y no en dogmas repetidos. En pocas paginas se afirma que no hay verdadera religiosidad si no se arrodilla ante la humanidad doliente. La relación con los pobres —dice el Papa— no es una obra de beneficencia, sino un lugar donde Dios se hace visible, una presencia viva que nos interroga: ¿qué hiciste con tu hermano?

León XIV nombra con claridad las nuevas formas de pobreza: no solo la falta de pan o techo

Este mensaje va más allá de los muros de la Iglesia Católica. Nos habla a todos los ciudadanos que habitamos un mundo fracturado entre los que acumulan y los que sobran. León XIV nombra con claridad las nuevas formas de pobreza: no solo la falta de pan o techo, sino también la pobreza política de los poderes excluyentes, la pobreza cultural de los que llenan las pantallas de cosas y “riquezas”, la pobreza espiritual de quienes han perdido sentido de la solidaridad y la hospitalidad básica. Su palabra denuncia las burbujas en que viven las élites y los sistemas que convierten la indiferencia en norma.

Y entonces, su voz se vuelve un espejo: ¿qué parte de esa burbuja habita en nosotros?
¿cuántas veces pasamos junto al sufrimiento sin mirarlo por miedo a romper nuestro propio confort? La encíclica no acusa: convoca a la conversión; nos invita a desmontar los modelos que legitiman el descarte y a imaginar una cultura de la ternura y la justicia.

Uno de sus acentos más hondos es el llamado a acoger a los migrantes, a los desplazados que huyen del hambre, de las guerras o del clima. “Rostros paradigmáticos del pobre contemporáneo”, los llama. En ellos se encarna la frontera del verdadero Evangelio y de la humanidad misma. No se trata de compadecerlos, sino de reconocerlos como portadores de promesa, como hermanos que ensanchan la patria del espíritu.

La encíclica es también una crítica estructural. No basta —dice León XIV— con la caridad inmediata; hace falta justicia. No basta la limosna que calma la conciencia; hace falta una ética pública que transforme las causas de la exclusión. Por eso habla de políticas, de economía solidaria, de responsabilidad ciudadana. No son palabras técnicas: son caminos de conversión social. Y sin embargo, el texto conserva una dulzura pastoral, no impone, invita a discernir juntos, a crear comunidades donde los pobres no sean objetos de ayuda sino sujetos de palabra y acción. La Iglesia —dice— debe caminar con ellos, no delante ni detrás, sino a su lado, compartiendo la intemperie y la esperanza. En esa visión resuena un eco de Francisco de Asís, y de Francisco (Bergoglio Q.E.P. D.), pero también una comprensión nueva del siglo XXI: los pobres como maestros del Evangelio.

León XIV habla de “opción preferencial por los pobres” no como consigna sino como lente para mirar el mundo; lo que dice a los creyentes vale para todos: no habrá democracia real ni paz posible mientras la dignidad humana siga siendo un privilegio y no un derecho compartido. Es evidente que este reciente documento no pretende dar respuestas, sino reavivar preguntas: ¿qué significa amar en tiempos de desigualdad global? ¿cómo construir economías que no destruyan la casa común? ¿qué tipo de humanidad queremos ser después de tanta indiferencia?

Escuchar a León XIV es escuchar una advertencia y una promesa. Advertencia: si seguimos midiendo el progreso por la acumulación y no por la justicia, nos quedaremos vacíos de alma. Promesa: si elegimos el camino de la solidaridad activa, la historia puede renacer desde abajo, desde los márgenes, desde las manos que siembran fraternidad en el barro del mundo. Quizás ahí está el mensaje más profundo de esta exhortación: amar a los pobres no es un gesto de bondad, es una forma de salvación compartida. En ellos se nos juega el rostro de Dios y el futuro de la humanidad.

Del mismo autor: La primera encíclica de  León XIV: el Evangelio de la pobreza y la dignidad

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