La política del trailer
Opinión

La política del trailer

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abril 08, 2015
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Hace unos días, jugando a descargar aplicaciones para un ‘televisor inteligente’, me sorprendió encontrar un canal de trailers. No un canal de películas, sino una plataforma dedicada enteramente a la publicidad de films.24 horas de comerciales de estrenos, lanzamientos, relanzamientos, remasterizaciones, reediciones y todo tipo de trailers sobre películas disponibles en el mercado.No sé a quién pueda interesarle un canal dedicado exclusivamente a esto, pero supongo que el universo del consumo admite estas y otras patologías.

Tengo que aceptar que alcanzo a disfrutar mucho de un trailer bien hecho. Hacer un pequeño relato capaz de atraparnos en apenas dos o tres minutos, dejarnos con el antojo de más y seducir nuestra débil voluntad, es algo asombroso. Por eso entiendo que Hollywood haya desarrollado toda una narrativa y una estética del trailer exitoso, impactante, tentador.

En Colombia, siempre a la cabeza de la innovación, tambiénhemos desarrollado una creativa industria del trailer. Pero no precisamente en el mercado del cine, sino en el poder. Hoy la narrativa política más común es la del trailer: basta con que los gobernantes y líderes políticos diseñen un buen relato de tres minutos y lo repitan incesantemente, para quebrar la voluntad del público y de los medios de comunicación.

Y esto no está mal. Hay que vender a los candidatos y la gestión de alguna manera. Pero lo que realmente me sorprende de Colombia es que ahora se realicen trailers de películas que jamás se terminan lanzando. O peor aún: de películas que jamás existieron. Los políticos colombianos, de la mano de sus asesores de comunicaciones, se inventaron el trailer que es avance de nada, del ‘trailer en sí’, del tráiler que tiene valor sin necesidad de que exista una película tras él.

La regla del marketing político actual es: “Amigo candidato (o gobernante, que es lo mismo, pues desde hace rato a Colombia solo la gobiernan eternos candidatos), no se preocupe por la película, mientras la gente recuerde su trailer no habrá ni siquiera necesidad de película. Hacer una película es perder el tiempo y recursos porque el pueblo es perezoso e, igual, se duerme a la mitad de cualquier película…”.

No es necesario exigirnos mucho para encontrar casos que ilustren esta política del trailer.

El alcalde Petro, por ejemplo, es un brillante realizador de trailers. Y sobre todo, del particular género conocido como teaser, esos cortos de expectativa en los que el espectador queda completamente intrigado acerca de la película que vendrá.

La Bogotá de Petro no ha pasado de ser un atractivo teaser, una campaña de expectativa de una película que jamás se produjo, quizá porque las mafias, el Concejo o quién sabe qué maleante saboteó la increíble película que el alcalde tenía montada en la cabeza. El caso es que pasados estos años de gobierno, la Bogotá Humana se quedó en trailer. Un guión que prometía mucho jamás tomó forma, una historia que se prometía revolucionaria no alcanzó ni siquiera para producir una película serie B.

Otro magnífico director de trailers y teasers es el fiscal Montealegre. Cada día, él organiza juiciosamente su agenda de la mano de cualquiera de los periodistas y líderes de opinión que hacen parte de la nómina de la Fiscalía. En cada entrevista, rueda de prensa y ronda radial, Montealegre no pierde la oportunidad de botar ‘chivas’, de prometer ‘capturas’, de anticipar ‘grandes golpes’.

Montealegre convirtió la justicia en Colombia en una fábrica de trailers más impactante que Hollywood. Lo curioso es que las películas de la Fiscalía no solo no se producen, sino que incluso fracasan por culpa del trailer. El fiscal nos acostumbró a que las capturas primero se informan a través de los medios, de modo que el delincuente tenga el tiempo suficiente para huir del país por ‘falta de garantías’ y deje a la Fiscalía sin película para lanzar.

El mejor ejemplo de este modus operandi es, quizá, el teaser más interesante que se ha producido en Colombia este año. Uno que Montealegre montó junto con el más importante realizador de trailers del país: el presidente Santos.

Aupado por algún asesor junior (de esos que se leyó en el avión algún manualito de story telling), el presidente salió hace algunas semanas a decir que pronto daría a conocer “un nuevo caso muy grave de corrupción”. Pero pasaron las semanas y la película del peor caso de corrupción de la historia reciente de Colombia jamás se lanzó, quizá porque —como explicó Julio Sánchez Cristo en Twitter— el anuncio de Santos previno al delincuente que querían capturar y, ni corto ni perezoso, el corrupto se voló del país, y dejó a Santos y a Montealegre con los crespos hechos y sin ninguna película para lanzar.

Tenemos un presidente al que sus asesores de comunicaciones convirtieron en un gran realizador de teasers, al punto que ya ni siquiera anuncia acciones, ni políticas, ni decretos, ni proyectos de Ley, sino que solo insinúa pistas y comunica intrigas. La Presidencia se ha convertido en una gran campaña de expectativa.

Santos se ha quejado desde el primer día de los problemas de comunicación de su gobierno. Tal vez sus asesores no han comprendido que el público desea tanto las historias, que es preciso hacerlas y no solamente prometerlas. Y si el presidente no es capaz de hacer historias, hay muchos cuenteros y culebreros dispuestos a hacerlo. A fin de cuentas, lo que la realidad no es capaz de producir, la imaginación lo llena fácilmente.

Yo solo espero que la película mayor, la más prometida de todas, vea algún día la luz y no se quede apenas en trailer. De corazón, espero que todo el Proceso de Paz de La Habana no solo sea otro teaser más de Santos. Ya hace rato que los colombianos merecemos que nos cuenten la película, porque estamos agotados de la publicidad de expectativa. No me importa que sea una película propagandística, llena de hipérboles, mentiras piadosas y héroes inexistentes, pero creo que al país le hace más daño tener que imaginarse el proceso de paz que vivirlo efectivamente.

Aunque en este caso es mejor no hacerse muchas ilusiones. Ya estamos acostumbrados a que los mejores trailers anticipen películas mediocres. E, igual, Colombia nunca ha pasado de ser una maravillosa campaña de expectativa.

La única película producida aquí y que arrasó en el mercado mundial fue la del narcotráfico. En el género de gangsters los colombianos somos imbatibles, un verdadero blockbuster, sin necesidad de publicidad de ningún tipo y sin apelar a trailers efectistas. Las narconovelas son nuestras verdaderas epopeyas. Quizá porque en el Mal tenemos historias más creíbles, protagonistas menos mediocres y directores más creativos.

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