La paz depende de los docentes
Opinión

La paz depende de los docentes

Decenas de miles de maestros, por fuerza del conflicto, han venido trabajando desde el aula en construir valores para la convivencia en paz

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abril 10, 2017
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Establecer una paz duradera es obra de la educación; lo único que puede hacer la política es librarnos de la guerra
María Montessori

 

Las guerras empiezan de muchas maneras y por diferentes razones.  Quienes las terminan son los políticos. Sin embargo, la firma de acuerdos de paz, trátese de conflictos a escala internacional o de guerras locales, es solo un hito en un difícil proceso que puede tomar generaciones. Tiene que ver, principalmente, con el reconocimiento del otro, con la memoria. Puede ocurrir en Bosnia, Irlanda o Colombia.

Un actor clave en contribuir a voltear paradigmas, derribar prejuicios, reconstruir valores, aprender a convivir con los demás, particularmente los “enemigos”, sus descendientes o relacionados, es el maestro.

La polarización alrededor del acuerdo de paz, el resultado del plebiscito, las marchas del 1 de abril, al lado del silenciamiento de las armas y la reducción de muertes por el conflicto, son paradojas que ilustran los enormes retos que hay en adelante, que no son otros que los de construir valores compartidos para la convivencia en paz. Decenas de miles de docentes, por fuerza del conflicto, han venido trabajando en ello desde el aula.

Construir convivencia, recuperar la memoria ha tomado mucho tiempo en todas partes. La Segunda Guerra Mundial, al menos en Europa, terminó, oficialmente, en mayo del 45. Cesaron las actividades bélicas, unos se rindieron, otros vencieron. Alemania, además de la derrota y la destrucción, tuvo que lidiar con una culpa terrible, la del Holocausto. Los nacidos en los años siguientes a la terminación de la guerra, a pesar del “milagro alemán”, no tuvieron la oportunidad de hablar en casa o en el colegio acerca de lo sucedido. ¿Dónde estuvieron mi padre, mis tíos, mis abuelos? ¿Apoyaron a Hitler? Si era malo, ¿por qué le caminaron a la discriminación y el asesinato masivo? Preguntas imposibles de tratar debido a un mecanismo de supresión de la memoria. “De eso no se habla”, parecía un acuerdo tácito en los hogares.

Otra guerra, la fría, terminó con la caída del muro en el 89. Pasada la euforia inmediata, tuvo que pasar una generación para superar enormes prejuicios entre los alemanes occidentales y los orientales.

Treinta años nos demoramos en comenzar a hablar sobre lo ocurrido en Alemania entre el 33 y el 45, recuerda Ilse Schimpf- Herker, nacida en 1947, fundadora y directora del Instituto Paulo Freire de Berlin, dedicado, entre otras, a la pedagogía de la memoria. En el marco de un apasionante foro en el que docentes colombianos fueron los protagonistas*, me quedó claro que ellos han sido actores de primera línea, desde hace rato, de la reconstrucción de valores de convivenciq en contextos de violencia.

 

El colombiano es un conflicto que da para soberbias despreocupaciones,
muchas basadas en la ignorancia,
porque los sufrimientos han sido de otros, en otras regiones

 

El colombiano es un conflicto que da para soberbias despreocupaciones, muchas basadas en la ignorancia, entre otras cosas, porque los sufrimientos han sido de otros, en otras regiones.

¿Alguien en Bogotá, Cali, Medellin, estudiante, padre de familia, empresario, ha tenido la experiencia de que dos rectores de una misma institución sean desaparecidos y asesinados?  Ocurrió en San Juan Nepomuceno,  Montes de María,  Bolívar, en la Normal Superior. ¿O que ir a la escuela implique cruzar vías tomadas por la guerrilla como tantas veces ocurrió en el norte del Cauca? ¿Bombardeos y balas cruzadas en territorio escolar? Sí, en una vereda de Arauquita, Arauca. ¿O que docentes o padres de familia sean asesinados? Ejemplos sobran a lo largo y ancho del país, aunque sin tocar los centros urbanos importantes, escenarios de otros tipos de violencia.

Los retos de convivencia son descomunales. Un ejemplo simple: entre los estudiantes de una misma institución educativa pueden estar hijos de víctimas y de victimarios, guerrilla o paras. El exparamilitar, conocido por haber tomado parte en alguna masacre, puede ser,  ahora, un próspero comerciante del pueblo. Añádase, en algunas regiones, la interculturalidad, como ocurre en escuelas del Cauca, en las que niños nasas, afrocolombianos y mestizos comparten el aula de clase.

La escuela, en el contexto de paz, es un sitio político, plantea Ilse. Los docentes, el eje de la pedagogía de valores de paz, que involucra a las familias, deben desmontar, como lo han venido haciendo en lugares azotados por el conflicto, los valores que han reproducido la violencia.

Los contextos locales deben nutrir las coordenadas del conocimiento por la enorme riqueza que pueden aportar a la convivencia y la construcción de valores de paz. Hay muchos ejemplos de prácticas en el aula, incluyendo el cultivo de plantas medicinales, el teatro y la danza. En esta perspectiva, Pisa, por reduccionista, se queda pequeño como horizonte ideal del conocimiento. La racionalidad ilustrada debe dar paso a la racionalidad de la memoria.

Reconocer al otro. Callar y escucharlo, propiciar escenarios para que las narrativas de las historias personales puedan desenvolverse. Vernos unos a otros cara a cara, como personas, reconociéndonos, superando las barreras que los mayores interpusieron, son rasgos comunes en proyectos adelantados por docentes colombianos.

Los docentes, a su vez, deben trabajar juntos y superar, también, formas de autoritarismo e intolerancia que han impregnado la formación de algunos.

 

*Foro Educación en Valores. Construimos paz desde las escuelas. UniAndes, F.Compartir, OEI, ProAntioquia, abril 5 de 2017.

 

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