La mujer que fue ejecutada a pesar del ruego del papa Francisco

La mujer que fue ejecutada a pesar del ruego del papa Francisco

Kelly Gissendaner fue sometida a la pena de muerte con una inyección letal condenada por el confuso asesinato de su esposo

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septiembre 30, 2015
La mujer que fue ejecutada a pesar del ruego del papa Francisco

Cuando Kelly Gissendaner conoció a Gregory Owen, supo que ya no quería estar más con Doug, el hombre con el que se había casado una década atrás. A medida que el amor entre los amantes crecía, la idea de sacar del camino al marido se estampillaba en la mente de los dos. Entonces pensaron en matarlo.

Kelly organizó una salida con sus compañeros de trabajo mientras Owen visitaba la casa de Doug. Le dijo que fueran a un bar en las afueras de Jackson, el pequeño pueblo al oeste de Georgia en donde vivían. Justo cuando cruzaban un bosque, Owen sacó un puñal y se lo puso en la garganta. Doug frenó y se bajó del auto tal y como se lo pedía su agresor. Se internaron entre los árboles y allí, bajo la luna pálida de agosto, le apuñaló una y otra vez la espalda y el cuello. Owen salió a la carretera y llamó a su amante. Kelly tardó treinta minutos en llegar. Sin mediar palabra fue al lugar en donde estaba el cuerpo. Lo único sintió al verlo tendido fue las ganas de borrar para siempre el rostro que la asqueaba. Movieron a Doug hasta el auto y allí le prendieron fuego.

El camino quedaba despejado para los amantes. Con los 10 mil dólares que cobrarían por el seguro de vida de Doug y los 84 mil que recibirían por la venta de la casa vivirían tranquilos en Alaska, a seguir con el idilio que los consumía. Pero la consciencia terminó traicionando a Owen y una semana después lo confesó todo: dijo que no había sido más que un instrumento de su novia quien lo manipuló para efectuar el crimen. El juez le creyó y lo condenaron a cadena perpetua mientras que Kelly, en febrero de 1997, el tribunal le impuso la pena de muerte. Ella sería la primera mujer, en 70 años, en ser ejecutada en el estado de Georgia.

Dos apelaciones y una tormenta de nieve aplazaron tres veces la ejecución en los 18 años que estuvo encerrada. En ese tiempo Gissendaner tuvo tiempo de arrepentirse. Dejó su adventismo a un lado y abrazó el cristianismo. Se convirtió en una guía espiritual para las presas que aprendieron a quererla y a respetarla. Escribió durante largos años al vaticano esperando que el perdón papal la salvara. Juan Pablo II y Benedicto XVI la ignoraron. Francisco, en su pasada visita a Estados Unidos, suplicó para que la ejecución se cancelara, pero el tribunal de Georgia ignoró la petición y este miércoles a las 12:21 de  la madrugada una inyección de pentobarbital le arrancó la vida. Su última petición fue que le permitieran rezar durante un minuto y sus últimas palabras fueron un “te amo” a su madre y a sus hijos que esperaban el final afuera de la celda.

Su amante, el hombre que le propinó treinta y seis puñaladas a su esposo, tendrá derecho a libertad condicional en el 2022.

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