La miseria de ser escolta y el padecimiento de soportar a los protegidos

La miseria de ser escolta y el padecimiento de soportar a los protegidos

Después de haber prestado el servicio militar y no encontrar un empleo cómodo, ingresó a una escuela de seguridad privada. Esta es la historia de R20

Por: Eduardo Menco González
septiembre 06, 2022
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La miseria de ser escolta y el padecimiento de soportar a los protegidos
Fotos: De ilustración

Poco se habla de la vida de los escoltas y del padecimiento que deben soportar de manos de sus protegidos. Esta es la breve historia de R20, como él mismo quiso llamarse para los intereses de este espacio.

Después de haber prestado el servicio militar, con tan solo 22 años, y no encontrar un empleo en el que se sintiera cómodo y productivo, ingresó a una de esas escuelas de seguridad privada con la intención de obtener la certificación que lo acreditara como vigilante, de esta manera tener con qué responder a su señora y a sus 2 hijos. Cuando ya tenía un año largo de ser vigilante, un compañero le comentó del interés de convertirse en escolta profesional, pues la paga era mejor y el riesgo menor; a R20 “le sonó la flauta” y no dudo en preguntarle sobre el asunto. Ambos terminaron contratados por una firma que ofrece servicios de protección personal y grupal a empresas, familias e incluso a entidades del Estado.

El primer trabajo que le fue asignado a R20 fue el de encargarse de la protección del hijo de un empresario de Armenia que había recibido una serie de amenazas, viéndose en la necesidad de requerir apoyo y seguridad para él y los miembros de su familia. R20 recuerda que aquella primera experiencia como escolta fue positiva; el trato que recibió fue bueno y respetuoso; el pago era muy puntual y de cuando en vez, la patrona le regalaba bonos de almacenes de cadena para comprar lo que deseara para él, su esposa y sus pequeños.  Aquel “primer amor” prometía un largo idilio en una labor que jamás pensó realizar.  En la ciudad cafetera demoró 2 años y medio, pues los hijos del aquel empresario se fueron a vivir al exterior y no fue necesario requerir más de los servicios de R20 y de Lucho, un compañero que él mismo había recomendado.

Por el buen trabajo que R20 hizo, la empresa lo ubicó en un nuevo puesto: ahora sería escolta para la familia de un político poderoso en el departamento de Bolívar. El nuevo trabajo lo compartiría con 5 escoltas más, todos ellos coordinados por “el Gallo”, un veterano que llevaba en el oficio más de 18 años.  A R20 inicialmente le encomendaron la tarea de permanecer en casa haciendo la respectiva vigilancia con turnos de hasta 15 horas diarias.  Con los meses a R20 lo asignaron al esquema de seguridad del patrón; sin embargo, a partir de ese momento fue “cuando el cristo empezó a padecer” como él mismo expresa.

“Ya no había turno como tal; debíamos estar disponibles las 24 horas, no importaba si estábamos  de descanso”, recuerda R20.  Con el pasar de los días aparecieron los malos tratos no solo de parte del patrón, sino también del Gallo quien, por congraciarse con el jefe, terminaba siendo casi un enemigo de sus compañeros.  Las largas jornadas de trabajo, especialmente las trasnochadas junto con los insultos y el mal trato recibido se convirtieron en el detonante para que R20 empezara a considerar la posibilidad de dejar aquel empleo.  “Había que cuidarle -las rascas- a ese señor, cubrirle las trabas, taparle su vagabundería y hasta convertirse en una especie de cómplice, era eso o no tener más trabajo”, cuenta nuestro protagonista.

R20 pasó de sentirse a gusto a experimentar frustración; pasó de recibir elogios por su trabajo a obtener agravios, incluso por cuenta de los errores de sus compañeros. La idea de servir mediante la profesión de escolta terminó por convertirse en un pensamiento recurrente que consistía en tener la oportunidad de hacerle daño a su jefe; se llenó de odio y llegó a pensar que si en algún momento venían a hacerle daño al patrón, él no impediría aquel accionar.

Los recuerdo de R20 de aquellos casi 3 años como escolta del político costeño son muchos, y la mayoría de ellos, negativos.  El trabajo de brindar seguridad y protección se convirtió en ocasiones en pequeños oficios que iban desde cargar maletas, comprar drogas, conseguir damas de compañía, quitarle la ropa cuando llegaba a algún hotel bajo los efectos del alcohol o la droga y hasta tener que mentirle a la esposa cuando ésta preguntaba sobre “si era cierto esto o aquello”.  “La vida se me había convertido en una miseria” apunta R20.

Pero como reza el refrán “no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista”, el momento del adiós de R20 como escolta llegaría precisamente la noche en que el gallo le pidió que cargara al patrón lleno de mierda en los pantalones y bajo efectos de la cocaína, que lo llevara a la habitación, lo metiera al baño y lo limpiara.  “Fue lo más indignante para mí”, dijo R20, quien por temor tuvo que hacer lo que se le pedía y quien días después, de aquel suceso, renunció alegando tener problemas familiares para no seguir siendo víctima de aquel mísero oficio como él mismo concluye.

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