La Marimonda, el titiritero y la profunda

La Marimonda, el titiritero y la profunda

A propósito de las elecciones, un cuento sobre un futuro presidente costeño que, a pesar de haber sido preparado desde pequeño para el cargo, sale Marimonda

Por: Johnson Bastidas
abril 12, 2022
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La Marimonda, el titiritero y la profunda
Foto: Wikimedia

Cuando la vio en la televisión, no pudo evitar que una serie de recuerdos le hicieran derramar algunas lágrimas de rabia y de decepción. Ahí estaba la profunda contando todo con pelos y señales, con videos, fotos y audios de conversaciones que confirmaban su versión de los hechos, según ella, enviadas a la mismísima Corte Suprema.

Él lo sabía, lo había soñado hace algunos días en plena campaña presidencial. Esta se nos cagó en todo; él lo intuía, por eso había intentado deshacerse de ella con la falsa fuga y luego montar su suicido. Los muertos no hablan, había dicho, ahora ella contando todo sin inmutarse, que, sobre la compra de votos, que sobre los amores de su hijo con el osito Yogui, hasta marico me salió este hijo que no me ha servido ni pa muerto, porque se come las velas.

En el instante supremo de su nacimiento, todavía con su cuerpo ensangrentado y parte de la placenta aún adherida al cuerpo, lo primero que había hecho su padre, el patriarca del pueblo, sin preocuparse siquiera por el estado de la madre, fue girar el cuerpo del recién nacido, quería verificar su sexo, y viendo lo bien bragado que venía al mundo, exclamó sin tartamudear: bienvenido a tierra, el futuro presidente de Colombia, un macho costeño.

Predestinado por la santísima trinidad, aún antes de cortar su cordón umbilical que lo ligaría a este mundo, su padre lo proclamó presidente de Colombia, eres el hombre para acabar con el reinado de estos cachacos caremondas, que se lo roban todo pa ellos.

Su padre, el patriarca del pueblo, preparó todo. Las mejores escuelas, las mejores camisas, los mejores pantalones, los mejores juguetes, y no podía ser de otra manera. Para conseguirle esposa, recorrido todos los reinados del país buscando la mujer perfecta para su macho presidente.

Se fue al reinado de la yuca, al reinado del plátano, al del café, al reinado de la longaniza, y a cuanto reinado conocido y desconocido para buscar la esposa más digna y hermosa. Mientras esto ocurría, había dado órdenes expresas de espantar hasta con fuego de escopeta, si era necesario, a las niñas más lindas del pueblo que se pasean en chores y en blusas transparentes frente a la casa con la esperanza de que el macho predestinado a presidente se dejara ver con un piropo, o al menos con un silbido.

Su padre preparó cada puntada de su camino al solio de Bolívar. Primero cuando tenía el buen número de votos cautivos y las cédulas suficientes, le dijo: «Serás concejal en las próximas elecciones». Y el hombre se hizo concejal. Luego le dijo: serás alcalde, y el hombre se hizo alcalde. Más tarde lo hizo gobernador con una de las votaciones más importantes de la historia del departamento, que ni las autoridades del censo electoral supieron explicar el alto índice de participación en un país de abstencionistas, ni tampoco cómo diablos había ocurrido el milagro de que municipios de 10.000 habitantes registraban hasta 20.000 sufragios.

Llegada la hora del matrimonio, el patriarca escogió a la mujer más hermosa de la región, a la reina de uno de los tantos reinados recorridos. Entre las virtudes de la hermosa nuera estaba su pedigrí insolente, heredado de dinastías enriquecidas con la bonanza marimbera, el contrabando y otros para-menesteres; la hermosa tenía pedigrí por ambas líneas, materna y paterna, sin hablar de su tremendo patrimonio.

Todo el pueblo fue invitado al matrimonio, la fiesta duró tres días y después del Sí y del beso de rigor, su padre le tomó el brazo y lo hizo con un grito: ¡viva el próximo presidente Colombia, carajo! La fiesta se llenó de cachacos lambeculos, los mismos elegidos con el dinero y la colección de cédulas del Patriarca. Estaba el presidente en ejercicio, todos sus ministros y los altos mando militares y paramilitares.

Al segundo día de festividades, cuando todos los cachacos había regresado a Bogotá, el patriarca, entrado en tragos, gritaba mientras brindaba: ya nos cansamos de elegir cachacos para que se lo roben todo, miren cómo tiene al país vuelvo mierda, dizque había dicho, al tercer día pasado de whiskys en la plaza del pueblo. Ahora seguía su hijo, predestinado para grandes menesteres.

Todo se derrumbó, dijo entre lágrimas, mientras miraba a la garganta en la televisión, contando los devaneos de su hijo de la cintura para abajo. Pero no solo eso, contaba que su padre había financiado con los millones del desfalco público la compra de votos. El patriarca había reunido a las vacas cagonas de la sociedad costeña y les había dicho: bueno, necesito una vaca de contribución para mi muchacho, futuro presidente de este mierdero.

Y no había terminado cuando las cifras empezaron a circular, él anotaba las participaciones en una libreta, y el monto tenía tantos ceros que él calculaba al tiempo el número de votos potenciales que podían comprarse. Estamos cortos, había dicho, a pesar de la cantidad escandalosa para ganar en primera vuelta, nos falta más billete y más votos.

Si cada empleado de la Gobernación y de la Alcaldía consigue diez votos, decía bien fuerte para que los otros oyeran, así vamos organizando la vaina. En su frenesí electorero contestaba cuatro teléfonos al mismo tiempo, mientras gritaba órdenes a sus subalternos, que no cabían en la sala de su casa. Con un teléfono satelital llamaba a sus cuotas burocráticas en las embajadas en el exterior, que me importa un coño la diferencia horaria, gritaba, que si no me consigue votos, se les acaba la embajada, escojan, gritaba.

Cuando había recolectado suficiente dinero que se amontonaba en grandes tulas en la sala, y un número importante de cédulas, clasificadas por barrios en cajas de cartón, dijo: ganamos en primera vuelta, su convicción fue tal que prohibió al hijo hacerse presente en los debates con otros candidatos, qué debate ni qué monda, esos cachacos hablan bonito, vos no te prestes pa eso.

Solo daremos entrevistas a periodistas amigos, llamo a Vickicita, hija, hágamele une entrevista al muchacho en un buen horario para que lo escuche todo el país. Y la entrevista fue hecha. Así se pasaba todo el día dando órdenes desde sus cuatro teléfonos, hasta cuando vio a la garganta en la televisión, un frío le atravesó el espinazo. Tráiganme un whisky, dicen que dijo, y abran esa puta ventana que nos estamos asando de tanto sofoco.

La garganta estaba preparada para esa noche intensa, se había puesto sus mejor panty y sus mejores joyas para esa noche de lujuria, entró despacio al apartamento para darle une sorpresa a su amante, el futuro presidente, cuando sintió que caían platos a diestra y siniestra, luego escucho: cálmate Yogui, coño, la gente te va escuchar, y el Yogui que no se calmaba, y gritaba más fuerte sus celos contra la garganta, y la garganta por aquí y la garganta por allá, y el futuro presidente que le susurraba un: «cálmate, osito lindo », no me hagas esto, coño, que tú sabes que lo de la garganta es une historia de tetas sin importancia.

Garganta sintió miedo y se escondió donde pudo para grabar la escena con su celular, desde ahí oía las explicaciones del futuro presidente. Yogui no estaba para explicaciones hasta que estalló en llanto tirando el último plato, el futuro presidente se le tiró encima para calmarlo con un fuerte abrazo, forcejeando los dos se fueron al piso, hasta que sus labios se encontraron en un fuerte de beso de bigotes. Merda, dijo garganta, el futuro presidente me salió Marimonda.

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