La Marcha del Primero en clave caleña
Opinión

La Marcha del Primero en clave caleña

Crónica de la marcha del Primero de Mayo en Cali, diversa, festiva, simbólica, en medio de nuevos escenarios y tensiones políticas por las reformas sociales

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mayo 02, 2025
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El primero de mayo no es solo una fecha. Es una memoria viva que camina. Año tras año, trabajadores del mundo se encuentran en las calles para conmemorar sus luchas, recordar la dignidad de sus derechos y proyectar sus sueños de justicia y solidaridad. Se trata de un acto político —símbolo más que consigna— que expresa el pulso de las clases trabajadoras. Aunque suele tener un acento progresista y es mayormente convocado por sectores de izquierda, socialdemócratas o liberales, no responde a partidos ni a dogmas. Suele ser, más bien, un grito coral contra los poderes que oprimen y dominan.

En Santiago de Cali, ciudad con una larga historia obrera desde los albores del siglo XX, el primero de mayo es mucho más que una marcha: es un encuentro multicolor entre trabajadores, sindicatos, movimientos sociales, estudiantes y familias populares. Es una jornada completa que comienza con movilizaciones y se extiende en almuerzos compartidos en parques y calles, que cierra con fiestas comunitarias, tambores, danzas y música que celebran la memoria viva de una clase obrera plural.

Este año, sin embargo, el primero de mayo en Colombia tuvo un matiz distinto. La marcha se dio en medio del debate nacional sobre el futuro del trabajo a instancias de una polémica reforma laboral impulsada por el Gobierno que no logró avanzar en el Congreso y ha sido llevada ahora al terreno de una consulta popular. Doce preguntas abiertas, sometidas a discusión parlamentaria, buscan que el pueblo colombiano se pronuncie directamente sobre los derechos laborales, en un país con profundas desigualdades que no terminan de cerrarse.

En las calles se encontraron las guardias comunales afrodescendientes, mujeres danzando con mensajes poéticos, juventudes universitarias

En Cali, la marcha fue multitudinaria, más grande que en años recientes; pero no fue solo masiva: fue diversa, festiva, simbólica. En las calles se encontraron las guardias comunales afrodescendientes, mujeres danzando con mensajes poéticos, juventudes universitarias y barriales hombro a hombro con maestras, obreros sindicalizados y grupos de diferentes procedencias sociales y territoriales. En medio del sol caleño, las consignas retumbaban y en varios tramos la marcha se convirtió en una gran aula abierta: se explicaban los porqués de la reforma laboral, se compartían ideas, se tejían argumentos, se defendía, en últimas, la posibilidad de un país que aún puede corregir su rumbo.

Esta es una de las expresiones legítimas del país que quiere transformarse. Las fuerzas progresistas han defendido la consulta popular como respuesta a la inercia institucional y a la necesidad de recuperar el espíritu de la Constitución de 1991, como base para un país de derechos. Claro, hay otras miradas, otros sectores ven el mundo de la producción y el trabajo desde perspectivas distintas y hay que escucharlos. Lo esencial es que el diálogo se mantenga con altura, con argumentos limpios y con la convicción de que la democracia no es imposición sino conversación.

En medio de la marcha, hubo dos postales que vale la pena guardar. La primera ocurrió mientras la movilización salía del barrio Obrero: en una tienda de esquina, una pareja de personas bien mayores bailaba bolero y tango con la intensidad de dos adolescentes. Sonaban fuerte Las Cuarenta, de Rolando La Serie, y Jornalero, de Pepe Aguirre entre otras melodías; al pasar por ahí las consignas se detenían y la marcha entera se volvía espectadora de ese pequeño acto de resistencia poética, se aplaudía con la boca abierta, mientras los danzantes llenaban desde su baile de salón, el espacio común de la marcha. La segunda escena era plástica: un telar de gran envergadura colgaba de un puente sobre la Calle Quinta. Tenía los colores del movimiento feminista local y un mensaje que decía: Colombia, tenemos que hablar. Ese es, quizá, el punto clave de todo esto. Que en medio de las marchas, las diferencias, los debates, no olvidemos el arte de la conversación, la importancia de la escucha, y el valor de la palabra compartida.

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