La magia de Schubert arropó a los muchachos de El Tintal

La magia de Schubert arropó a los muchachos de El Tintal

Los jóvenes de Kennedy se tomaron la Biblioteca Pública para devorar el IV Festival de Música Clásica. Sin importar el lugar, la gente colmó los escenarios

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abril 21, 2019
La magia de Schubert arropó a los muchachos de El Tintal
Ensamble de Schubert / Schubert

Si existe una música que ha movido y ha despertado conciencia entre los jóvenes de Kennedy en los últimos 25 años es el Heavy Metal. Allá se han hecho festivales que han tenido repercusión nacional como el Siembra Rock que alcanzó a tener varias ediciones esta década. Los bares de Metal más exigentes y curtidos de la capital están allí. Pero los muchachos son mucho más que Metal y reggetón. Por eso ayer sábado, en medio del torrencial aguacero que parece se tomó a Bogotá durante la Semana Santa, desafiaron el frío glacial y llegaron a la biblioteca pública del Tintal.

La vida de la zona cambió desde la construcción de esta joya arquitectónica diseñada por Daniel Bermúdez, el mismo genio que creó el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. Antes de 1998 esto era una empresa de tratamiento de basuras de la empresa EDIS abandonada. Después de las seis de la tarde la zona se convertía en una auténtica zona de crimen. Cuatro años duró la construcción de la biblioteca. En el 2002 terminó y a los habitantes de ese lugar de la ciudadela la vida les cambió.

Ahora reciben el IV Festival de Música Clásica de Bogotá. Sin importarles el clima la sala estaba colmada de muchachos y niños, deslumbrados ante el Ensamble Schubert. Formada desde hace ás de cinco años, esta formación reúne a intérpretes de Europa y Latinoamérica, especializados en el romanticismo germano. Está integrado por un conjunto de músicos colombianos y europeos entre los que se destaca el venezolano Alejandro Orellana, discípulo de Gustavo Dudamel en la Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela.

Ese sábado lluvioso homenajeaban a Schubert y la gente, feliz, rodeo la música sin aspavientos. Había una diferencia muy grande entre los dos públicos que vi durante el Festival. Por un lado estaban los abrigos imperiales, la erudición evidente en el Teatro Mayor, colmado por verdaderos expertos de esta música. Acá, aunque evidentemente asistieron jóvenes músicos que sabían exactamente a lo que se enfrentaban, estaba el entusiasmo real por una música que sobrepone los sentidos, por unos acordes que siempre entran directo al alma. Vi a una pareja de jovencitos tan arrebatada por la música de Schubert que en cada momento soltaban lagrimones tan grandes como bombillas. Era emocionante ver que no sólo iban porque estaban desparchados un sábado santo y el concierto era gratuito. Iban porque sabían perfectamente a qué se enfrentarían sus sentidos.

El público bogotano, en este festival, volvió a demostrar que siempre está dispuesto a consumir con fruición cualquier acto cultural. Sin importar si sea en el Sur, Norte o Occidente, si es Metal o Música Clásica, los escenarios estarán siempre abarrotados. Salimos y seguía lloviendo. No importó, por nuestra sangre corría la música de Schubert.

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