¿La hora final de Otoniel, el más malo de los malos?

¿La hora final de Otoniel, el más malo de los malos?

Esta es la vida criminal del temible jefe de los Urabeños que acorralado busca entrar al proceso de paz de La Habana.

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diciembre 13, 2015
¿La hora final de Otoniel, el más malo de los malos?

Está rodeado. Lo tienen cercado. El soberbio Darío Antonio Usuga, alias Otoniel, quien hace apenas un año desafiaba generales, parece haber bajado su  arma enchapada en oro e incrustaciones de diamantes. Sabe que sus días como el rey del Golfo del Urabá forman parte del pasado.

El nombre de su banda de delincuentes “Autodefensas Gaitanistas de Colombia” nació de Daniel Rendón Herrera, alias Don Mario, tras el asesinato de su jefe Vicente Castaño en 2007. Una pretensión política que se desvaneció con la captura de Don Mario y que le abrió el camino hacia el poder total a Los Urabeños. Como cabeza principal de aquella medusa quedaría Juan de Dios Úsuga y su hermano Darío, quienes conformaron una organización de estirpe familiar para asegurar el lucrativo control de la salida de más de 100 toneladas de cocaína anuales. No son ni Gaitanistas, ni Clan Úsuga, ni Envigadeños; son Los Urabeños, amos y señores del golfo de Urabá que va desde el Chocó hasta Antioquia.

Otoniel, creció en Nueva Antioquia junto a sus once hermanos en la zona de Turbo. Juan de Dios, el mayor se vinculó pronto a la guerrilla del EPL y lo siguió su hermano ‘Oto’ quien lo formó en las armas. A los 16 años no disimulaba su habilidad para cazar con la derecha y con la izquierda y su capacidad para mandar gatilleros convirtiéndose en los años 80 en el más joven jefe de cuadrilla en el EPL con dos docenas de hombres bajo su mando.

Los Usuga no acompañaron la desmovilización del EPL en 1991 y prefirieron armar su propio frente armado que bautizaron Bernardo Franco. Extorsionaban  ganaderos y bananeros por un tiempo hasta ver la necesidad de integrarse a un grupo más fuerte e ingresaron las Farc. Una  permanencia efímera que concluyó con su traslado al recién creado ejército de los  hermanos Castaño Gil  que se multiplicaba en Urabá. Ya en las Autodefensas Unidas de Colombia quedaron bajo las órdenes de los hermanos Rendón Herrera: Juan de Dios con Fredy, alias El Alemán; y Otoniel con Daniel, alias don Mario, en los Llanos orientales.  Otoniel puso a prueba su crueldad en la masacre de Mapiripán en el Meta,  el 15 de julio de 1997 cuando lo vieron “matando sin estremecerse y comer rodeado de cadáveres”. Al mando del  frente Pedro Pablo González del Bloque Centauros desplegó tanta violencia que carga con 40 órdenes de captura por  extorsión, secuestro, tortura y homicidio durante los diez años que portó el brazalete de las AUC.

Juan de Dios y Darío aprendieron pronto que la ruta del narcotráfico llevaba lejos en poder, dinero y armas. En el 2005 ya tenían aparato militara propio: nacieron Los Urabeños. Para posicionarse supieron aprovechar el vacío y la confusión que creo la guerra de poder dentro de las AUC acentuada por el proceso paz del gobierno de Álvaro Uribe que concluyó con la extradición  masiva de jefes  paramilitares.

En las interceptaciones de radioteléfonos y celulares empezaría a quedar grabado un nombre: Los Urabeños. Detrás estaban de lleno los hermanos Usuga y sus mandos medios Belisario, Torta, Visajes, Benavides, Mi Sangre, Cero Siete y El Negro Sarley quienes se convirtieron en el terror de la región. Juan de Dios tomó el camino del lujo y el derroche mientras Otoniel se internó en las selvas del Darién donde se aprendió de memoria los caminos de herradura entre Unguía y Acandí. Allí operaba como amo y señor del tráfico de droga y de las armas. Duros de la guerra como el Loco Barrera no solo le tenía respeto a Otoniel sino miedo: “Si en Colombia hay alguien malo, malo y realmente peligroso es ese tal Otoniel de Urabá. Se acordarán de mí. Ese Otoniel es un animal”, diría el capo antes de ser extraditado.

Los excesos de Juan de Dios terminaron sepultándolo. No escatimó en gastos para comenzar a realizar fiestas estridentes muy al estilo de su socio Fritanga con jovencitas traídas de Montería, Medellín y Barranquilla. En la madrugada del primero de enero del año 2012 los Úsuga disfrutaban de una fiesta familiar pomposa protegidos por 40 escoltas. Juan de Dios estaba completamente borracho cuando a las 4:30, con la luz del amanecer, descendieron de dos helicópteros los hombres jungla del Ejército que los ubicaron tras infiltrar a uno de los músicos. La búsqueda se había intensificado por el asesinato de los estudiantes de la Universidad de los Andes, Mateo Matamala y Margarita Gómez, en San Bernardo del Viento (Córdoba), por orden de Otoniel quien los señaló como informantes y ordenó su asesinato.  Juan de Dios intentó huir pero cayó abatido y en retaliación Otoniel juró vengar su muerte.

El 5 de enero del año 2012 decretó, lleno de ira, un paro armado que se extendería por los municipios de Urabá y llegaría hasta Santa Marta. La guerra contra el Estado había comenzado y para librarla decidió hacer aquello que hasta ahora había evitado: aliarse con otras organizaciones de narcos para asegurar recursos y armas. A sus lugartenientes les dio la orden de extender las redes criminales de su banda. De esta manera coaptaron 96 grupos delincuenciales en todo el país. Desde la propia Oficina de Envigado en Medellín, Los Machos en el Norte del Valle y la mitad de los sicarios y cobradores de platas mal habidas en todo el extenso corredor del Pacifico colombiano, desde Tumaco hasta el tapón del Darién.

Las autoridades calculan que la fortuna de Otoniel ha llegado a estar en los 800 millones de dólares –le faltaron 200 para aparecer en le revista Forbes-. Con esa caja registradora repleta de dinero también se ha hecho dueño y señor de todos los municipios del Urabá con oídos y ojos en el gremio de los taxistas, mototaxistas, restaurantes, tenderos y un pequeño ejército de menores de edad que llevan y traen razones. Su desaforado crecimiento, sin embargo, se volvió una fuerza destructiva. Desde el 2014 su imperio ha empezado a derrumbarse. Informantes atemorizados comenzaron a entregar a todos sus hombres. Han caído más de 300 incluido su círculo más cercano: sobrinos, socios, cuñadas y hasta su esposa detenida en la cárcel de Jamundí en el Valle.  Decepcionado  hasta de su propia esposa -quien le estaba robando dinero con un pastor de República Dominicana con quien lavaban millones de dólares-, se ha dedicado al alcohol y a reaccionar enloquecido frente a quien le genere un pelo de desconfianza.

En el desespero retomó las conversaciones con las Farc buscando alianzas puntuales con frentes en las regiones que controla. Otoniel, el despiadado, entendió su derrota y no tiene más salida que lograr algún acuerdo con el  Estado.  No ven alternativa distinta a buscar una negociación que permita a Los Urabeños entrar a un proceso de paz. “La paz no se logra sino con la participación de todos los actores del conflicto, por eso creemos que para que haya una paz integral se nos debe incluir”, fue el lacónico mensaje que envió en nombre de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, desde las selvas del Urabá. Lo único que olvidan es que a eso el gobierno no le camina.

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