La historia de tres putumayenses deportados por Maduro

La historia de tres putumayenses deportados por Maduro

La guardia venezolana los sacó después de señalarlos de paramilitares

Por: Germán Arenas Usme
septiembre 09, 2015
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La historia de tres putumayenses deportados por Maduro
Foto: tomada de eluniversal.com.mx

Óscar Jamioy llegó la mañana del pasado 30 de agosto a la terminal de Mocoa, capital del Putumayo, procedente de Cúcuta, luego que la guardia venezolana lo deportara el pasado 24 de agosto tras señalarlo de paramilitar. En su cara se le notaba el cansancio de casi 27 horas de viaje dese Cúcuta hasta Mocoa, y en su voz el dolor de haberlo perdido casi todo tras 11 años de trabajo como médico tradicional del pueblo Kamentsá.

“Yo tenía un programa de radio en San Antonio, donde residía en una pequeña casa que estaba construyendo con el dinero que ganaba con mis rituales del Yagé”, señaló Jamioy, y subrayó que no le dieron tiempo de sacar nada porque fue montado en una camioneta a la fuerza para llevarlo a un centro de emigración para su deportación, después de acusarlo de ser colaborador de grupos paramilitares.

Afirma que él gozaba de un prestigio en la región, sobre todo en poblaciones como Colón, Ureña, y Las Delicias, donde viajaba constantemente a curar enfermos con sus yerbas y hacer rituales de Yagé. En la radio le iba muy bien. Su programa era el que tenía más sintonía no solo entre los colombianos sino entre los mismos venezolanos. “Cure muchos enfermos”…

Una situación parecida vivieron las hermanas Nelly y Patricia Chindoy, de 27 y 23 años, respectivamente, quienes horas antes también habían llegado a Mocoa, procedentes de Venezuela. Fueron deportadas por el gobierno del presidente Maduro, por indocumentadas. Ellas llevaban 2 años y tres meses trabajado en San Antonio en oficios varios en casas de familia de la población fronteriza.

A ellas les marcaron la casa con la letra D y en pocas horas fueron llevadas a la fuerza por la guardia que les permitió, en 10 minutos, empacar algo de ropa y otros objetos, entre ellos algo de dinero que tenían guardado en un tarro de galletas que les servía de cofre.

Los tres connacionales, por fortuna, no habían tenido hijos en ese país, por lo tanto su destierro no es tan dramático como el de otros compatriotas que los separaron de sus hijos.

Oscar argumenta que él llego a ese país por una invitación de un paisano que también practicaba la medicina tradicional y que le estaba generando muy buenos ingresos económicos. Las hermanas Chindoy llegaron a San Antonio en busca de una oportunidad laboral promovida por una tía quien, por años, trabajaba allá y cada vez que llegaba al pueblo en vacaciones las motivaba para que se fueran con ella.

Aseveran que nunca tuvieron ninguna vinculación con grupos armados ni con bandas criminales ni nada que fuera ilegal. Su deportación se dio por ser colombianos y vivir en un barrio de invasión Las Berinitas, en San Antonio estado del Táchira.

“A mí me pretendía un pimpinero que iba mucho a mi casa, él llevaba gasolina de Venezuela a Colombia por los pasos clandestinos”, asevero Patricia, mientras que a Nelly lo único que le importaba era hacerse un curso de belleza para trabajar en un salón de belleza y de corte de cabello.

El médico indígena, con sus 11 años de trabajo, mandaba dinero para la ayuda de su mamá en Sibundoy, cada mes viajaba hasta Cúcuta y hacía un giro que una de sus hermanas reclamaba y, de paso, aprovechaba para recoger el yagé que le mandaban de Sibundoy con el cual hacia sus rituales. “Hoy no tengo nada solo las ganas de volver a empezar y sé que lo voy a lograr”, señala el médico tradicional, quien el próximo 15 de septiembre cumple 38 años de edad.

Los tres deportados llegaron a Mocoa, para seguir a Sibundoy sin ningún tipo de ayudas, tan solo con algo de dinero que tenían en sus bolsillos que les alcanzó para pagar los pasajes del transporte intermunicipal. El médico tradicional tuvo que empeñar un anillo de oro por el cual le dieron 250 mil pesos de los cuales tan solo le quedan 70 mil, lo que él considera su gran fortuna en medio del infortunio. “Mis corotos quedaron tirados y a lo mejor ya se los robaron”, lo dice con algo de sentimiento.

Incierto es el futuro de estas tres personas, ya que de cero tendrán que partir nuevamente, aunque con la ventaja de que tiene a toda su familia en Putumayo y las ganas de luchar, a pesar de todo, como coincidieron los tres

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