Los Santos de ayer y hoy

Los Santos de ayer y hoy

'Los antes eran católicos poderosos. Su santidad no admitía controversia, era igual de evidente para el burdo como para el letrado'

Por: Javier Ignacio Herrera Padilla
septiembre 09, 2015
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Los Santos de ayer y hoy
Foto: subida por autor

“Por favor, dejen el parloteo filosófico y traigan de vuelta a los milagros. Muéstrenos prueba documentada de que al amputado le vuelve a crecer su extremidad instantáneamente y tendremos, por lo menos, un buen inicio de conversación.” escribió el popular ingeniero y escéptico Randall Hogan en uno de sus artículos virtuales.

La petición es completamente razonable (menos apología y más evidencia), por un par de motivos. Sabiendo que iba dirigida a cristianos, de todo tipo, estos no pueden objetar la posibilidad de realizar grandes milagros por cualquier porque su documento religioso claramente, en boca del mismo dios, les otorga poderes taumatúrgicos y comanda a ir por el mundo demostrándolo. Qué mejor forma de proselitismo que demostrar con ejemplos vivos la utilidad de una ideología.

Otra razón es que un razonamiento puramente lógico-y válido- es condición necesaria pero no suficiente para demostrar una hipótesis que concierne al mundo real. En la única rama en la que se conocen verdades por medios de tejidos de afirmaciones lógicas es en las matemáticas; pero ni siquiera a la física teórica se le admite ese privilegio: aunque sus proposiciones inician de lo que serían posibles consecuencias lógicas de un marco teórico previo, estas no son aceptadas como veraces por la comunidad científica hasta que se verifiquen empíricamente.

Aquí no se va a pedir pruebas experimentales de la existencia de dios; esos caminos ontológicos son ásperos y pedregosos y casi siempre, cuando se quiere andar por ellos, se lo hace a pie descalzo.

Aquí se va a tratar algo más accesible, popular y entretenido para nuestra cristianísima sociedad, los santos. Los santos son más próximos a las personas que el mismo dios, se les pide más seguido, apadrinan municipios, no sólo los hay judíos sino de todas las nacionalidades, y hasta  se los tiene paisanos.

Es precisamente una paisana que fue a engrosar las filas de beatos la que convoca estas palabras. La Santa madre Laura Montoya.

A Laura Montoya se le autorizó su canonización en el año 2012 al estudiarse los dos milagros que la hacían merecer, requisito necesario para ser aceptado en el cielo como santo. La indagación tiene que ser rigurosa para no cometer un error y mandar al cielo al que no digno; pero por otro motivo también, los milagros se están haciendo cada vez más difíciles de detectar, más ambiguos, tenues, probables. Por eso hay que mandar a investigar a científicos médicos especialmente contratados por el Vaticano. Si esos doctores no logran entender el fenómeno que se le atribuye al pio mediante anécdotas y testimonios de creyentes esperanzados y desesperados, se declara el milagro.

Hubo un tiempo en que esto no era así. Los santos de antes eran católicos poderosos. Su santidad no admitía controversia, era igual de evidente para el burdo como para el letrado. El ejemplo es un santo al que el paso del tiempo no le ha hecho justicia y se lo subutiliza buscando maridos y hallando objetos descarriados, San Antonio de Padua.

Lo portentoso que fue este franciscano en vida no tiene comparación, hace revaluar los imprecisos milagros de Laura. La verdad es que haberlos puesto a los dos en el mismo pabellón es una injusticia. Faltando el santo al coro de la noche de Navidad, por asistir en la enfermería a un religioso agonizante, mereció San Antonio que se desunieran las paredes para adorar allí la hostia consagrada en el tiempo de la misa. Estando San Antonio predicando al aire libre empezó a llover, e hizo entonces que lloviese sólo en derredor, quedando los oyentes en seco. Habiendo San Antonio encontrado a un penitente y encontrando que él merecía absolución, se la dio, haciendo al mismo tiempo desaparecer todas las letras de un papel donde el dicho llevaba escritas sus culpas. Habiéndose derramado el vino en una bodega, San Antonio lo hizo volver a los toneles. Con la señal de la cruz convirtió San Antonio un sapo en un capón, y después con la misma señal hizo de un capón un pez. San Antonio con la señal de la cruz arrancó los ojos a un hereje por castigo, y por compasión volvió a restituírselos. San Antonio unió prodigiosamente dos vasos rotos y devolvió el vino derramado al tonel de una devota, demostrando así que los milagros se pueden repetir sin que padezca mengua la potencia milagrosa. Estando San Antonio en Sicilia vio caer a una devota suya en un charco y que, incontinenti, la hizo salir de él compuesta y aseada. San Antonio, estando en Roma, predicó en una sola lengua y lo entendieron perfectamente varias naciones. En Ferrara libró San Antonio a una inocente mujer de la injusta muerte maquinada por su marido, haciendo que un recién nacido hablase y declarase la inocencia de la madre. En Arimino, siendo apedreado por los herejes, pasó San Antonio a las playas del mar y convocando a los peces les hizo un admirable sermón. Pasando de Arimino a Padua, convirtió San Antonio a veintisiete ladrones con un solo sermón. Habiendo reprendido severamente San Antonio a un mozo que le había dado un puntapié a su propia madre, quedó el agresor tan compungido y arrepentido del mal que había hecho, que fue inmediatamente por un cuchillo y sin más advertencia se cortó el malicioso pie, se desangraba el mozo a punto de perder la lastimosa vida, y tantos gritos dio que se juntó pueblo alrededor de él queriendo saber el porqué, y él explicó, llorando mucho, que Fray Antonio le había dicho que aquél era el castigo que merecía, y en esto vino la madre quejándose de que el fraile había matado a su hijo, atribuyendo la imprudencia de éste al celo excesivo del santo, acudió San Antonio a la muchedumbre y, tomando el pie, que estaba separado de la pierna, con sus propias manos lo ajustó por los vestigios de la misma cisura, y haciendo sobre él la señal de la cruz, instantáneamente quedó unido con la misma solidez y la misma seguridad. Predicando San Antonio en Milán, apareció en Lisboa e hizo absolver a su padre de una deuda que no debía, y también dice que, estando predicando en Padua, apareció al mismo tiempo en Lisboa, donde hizo que un difunto hablara y de ello resultó el librar a su padre de la muerte. Era de los animales buen guía, haciendo que su yegua, después de pasar tres día de hambre y teniendo en frente un suculento carro de fardos, pasara primero a saludar a la sacra ostia, cuerpo de cristo, antes de empezar a comer. Éstos fueron los milagros principales obrados por San Antonio en vida, pero que después de su muerte se observaron innúmeros y de tal calidad que en nada quedan a deber, hasta hoy, a los que operó por influjo de su presencia, aquí sólo se mencionará uno de esos como buena prueba de lo que queda dicho, y viene a ser que hizo pasar San Antonio a una devota suya de estéril a fecunda, y pariendo ella una mole informe la convirtió en creatura elegante, transformando así mitad de un milagro en milagro entero.

No hay nada en la lista de lo sobrenatural que San Antonio no haya tachado. Esos sí que fueron milagros. ¿En qué momento se bajaron los estándares? Esa raya temporal es difusa. Algunos dicen que desde el momento de la invención de las cámaras de video.

Por parte de Laura Montoya se conoce un par, la sanación de dos pacientes con enfermedades aparentemente incurables, de nuevo, dos anécdotas de infelices y desesperados enfermos ciñéndose a cualquier atisbo de esperanza. En vida, Montoya no mostró tener ninguna habilidad especial además del carisma, buena voluntad y dedicación. Es después de muerta, después de que el muy querido personaje histórico empieza a mutar a leyenda en la mente de los que la apreciaron, cuando los poderes empiezan a aparecer. Solo queda esperar que los libros, las biografías y las telenovelas, acrecienten sus facultades así como el número de fieles, a ver si se pone al día las cuentas de lo portentoso.

De teologías muchos somos bisoños, por ejemplo, no se comprende cómo son los falibles métodos humanos los que decreten la canonización; qué importa que se equivoquen canonizando a alguien que no vaya a hacer nada, pero qué tal que se tengan a verdaderos santos atrapados  en la inhabilidad porque no se les ha dedicado tiempo o no se les ha entendido los milagros, pobres de ellos. Esos sí deben estar sufriendo en el limbo.

Traigan de vuelta a los grandes milagros, por favor. No por los incrédulos que de todo dudan, sino para mayor tranquilidad de los mismos creyentes. Alguno debe haber por ahí que tiene su duda. ¿Sí será que a eos los curó Laura?

Argumentar desde la ignorancia es una falacia fácil de detectar, pero así es como se canoniza. Cuando no se comprenden las causas de un suceso, inmediatamente se le va declarando santo milagro. Una conclusión muy arriesgada si se tiene en cuenta que a lo largo de la historia, la ciencia se ha caracterizado por derrumbar explicaciones metafísicas a lo que perfectamente es natural. Es probable que con los años se conozca cómo fue que sanaron esas dos personas; y con qué cara se le va a ir a decir a la Santa madre que ya no merece estar allá. Sin embargo, la ciencia nunca va a explicar cómo San Antonio bendito tuvo el don de la ubicuidad, realizó cirugías que en nuestro tiempo difícilmente se hacen exitosamente, se comunicaba con animales y con infantes, resucitaba, afectaba los fenómenos meteorológicos y hace lo que sea cuando se le quita al niño de los brazos. Al santo se le tiene que ver la mano, pero explícitamente.

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