La frágil identidad nacional

La frágil identidad nacional

Nuestra dirigencia está tratando de compensar su desprecio por los colombianos con una retórica de fraternidad, que durará lo que las exigencias del poder dispongan

Por: OSCAR EDUARDO POMBO BURITICÁ
septiembre 06, 2018
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La frágil identidad nacional
Foto: Flickr Mark Koester - CC BY 2.0

La migración de venezolanos y su impacto en Colombia, sin eludir las causas que la han provocado y que con razón o pasión podemos identificar, nos deja ver otra réplica del fenómeno universal de la xenofobia.

Podemos decir entonces que estamos ante una de las más absurdas y notables muestras de soberbia doméstica, como si el territorio y las condiciones en que lo habitamos fueran envidiables y privilegiadas, cuando lo que tenemos la mayoría de los colombianos es un cascarón decadente y a la deriva. Así como ocurre en el relato del bote de rescate que acoge a muchos náufragos y está en su máxima capacidad, al tiempo que otros sobrevivientes nadan alrededor tratando de aferrarse a la embarcación, los colombianos a modo de ocupantes del bote golpeamos las manos de los venezolanos para que no suban a poner en riesgo nuestro lugar; creemos que si les ayudamos a subir nos hundiremos todos, pero no consideramos que abandonarlos sea algo criminal.

Evocar esa imagen en la condición de colombianos podría llevarnos a justificar la legitimidad de lo que creemos poseer: ¿Tierras? ¿Empleos dignos? ¿Acceso equitativo a bienes y servicios? ¿Participación y decisiones en verdad autónomas? Así entonces, el paso o permanencia de venezolanos en Colombia, ha servido de herramienta oportuna para ocultar los motivos de la atávica tragedia nacional que fermenta en nosotros la “fobia de sí mismos” (como lo señaló el pensador alemán de la posguerra Hans Magnus Enzensberger), una fobia, una fatiga social y una ausencia de solidaridad acentuada en el egoísmo que se clasifica como identidad nacional y que nos impide reconocernos como los migrantes que ya somos.

El despotismo de la dirigencia de nuestro país está tratando de compensar su delirante desprecio por la mayoría de los colombianos con una retórica de fraternidad, cuyo fingimiento durará lo que las exigencias del poder dispongan. El poder tiene de siempre la capacidad de proclamar la defensa de una riqueza de país en peligro pero que en realidad nos es esquiva, lejos del alcance de muchos y que se mueve en la alucinante aunque turbia imagen del colombiano autogestor, con una pujanza que se estrella de narices con las puertas cerradas, con una fe de progreso amurallado que no se resuelve con el dilema ético del bote para náufragos con identidad nacional, sino con el desarrollo y fortalecimiento de una sociedad madura capaz de remover a los provocadores de la rapiña, a los desvergonzados depredadores del país que no son extranjeros, son las bestias locales cuyo desalojo debe ser la misión concienzuda de una comunidad nacional soberana de la justicia social y la equidad.

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