La desconfianza en los sistemas democráticos

La desconfianza en los sistemas democráticos

Con este panorama queda claro que la forma de gobierno, que cada vez parece más ilegítima, debe cambiar. No hay alternativa

Por: Luis Miguel Farfán Miranda
febrero 01, 2019
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La desconfianza en los sistemas democráticos
Foto: Jessica Flavin - CC BY 2.0

“La corrupción es una plaga insidiosa que tiene un amplio espectro de consecuencias corrosivas para la sociedad”. Convención de las Naciones Unidas contra la corrupción, New York, 2004.

Los actuales sistemas democráticos en Latinoamérica se caracterizan esencialmente por ilustrar la política desde un irreemplazable extremo válido, superior y único para su región. La división bajo el estandarte de posicionamientos políticos infalibles ha desembocado en que los líderes políticos del cono sur sean vistos como los únicos salvadores de sistemas democráticos que tiempo atrás se han basado en la desconfianza. En particular, Colombia ha sufrido grandes embates sociales que la han hecho transformar apresuradamente, partiendo desde el artículo 4 de la constitución de 1811 de Tunja al establecer que ningún hombre podría obtener ventajas particulares o privilegios distintos de los que goza la comunidad en general, enfatizando el servicio público como una derivación considerada de virtudes, talentos y el ejemplo que practicarán sus ciudadanos.

El inicio de la historia colombiana nos demuestra que nuestro sistema democrático empezó en base a la confianza brindada a los próceres colombianos, debemos recordar al olvidado Juan Nepomuceno Toscano, prócer oriundo del municipio de Chiscas (Boyacá), que con tan solo 24 años fue el constituyente principal para promulgar la primera constitución en Colombia, erigiendo la confianza ciudadana hacia una praxis de una administración pública idónea, hasta llegar a la arquitectura institucional en Colombia bajo una afirmación totalmente injustificada y falaz argumentando que en Colombia ha existido el bipartidismo, el partido liberal y el partido conservador instituyeron dos programas idénticos, tan idénticos que pudieron llegar a un acuerdo en el frente nacional, como la puja era estrictamente burocrática, se repartieron el sistema presidencialista por un periodo cada uno, vale la pena citar una frase expuesta por Alfonso López Michelsen al establecer que en los países autoritarios en donde existe un solo partido y que en sus elecciones son la carrera de un solo caballo, en Colombia fue la carrera de dos caballos pertenecientes a un mismo dueño, porque sin importar quien ganaba el país seguía igualito.

En Colombia existe una perversidad en las políticas que han implementado los gobiernos de turno a través del tiempo, determinando que si usted es un lustrabotas no aspira a realizar otra cosa que un muy buen lustrabotas, o si usted es una empleada doméstica aspire a ser la mejor empleada doméstica, sin aspirar a nada más, pero con un Estado paternalmente conformista. No existen políticas sociales estables, para que los ciudadanos puedan llegar al trabajo como un derecho y tener ingresos que se deriven del ejercicio de derecho, estableciendo a la educación como un derecho y no como una limosna o aquella gracia que les concede el caudillo o líder carismático a las personas. Aprovechando esas circunstancias, se efectúo el éxito de un proyecto político a largo plazo, en una materia tan importante como los Derechos Humanos (DD. HH.) se ganó un terreno significativo; el constituyente al implementar en la carta política de 1991 los Derechos Económicos, Sociales y Culturales (DESC) como un proyecto de paz estableciendo a la educación, la salud, la vivienda digna, etc., como un derecho.

En Colombia existe la tendencia de exhibir textos maravillosos en los foros internacionales, enalteciendo pletóricamente la existencia de la carta magna más avanzada que ninguna otra en materia de pluriculturalismo y derechos, pero hay de quién se atreva a intentar que esos textos se vuelvan realidad. En pleno siglo XXI vivimos bajo el yugo de la anomia expuesta y desarrollada por Durkheim, toda vez que la sociedad es reacia en la aceptación de normas. En Colombia nos especializamos en transgredir normas de toda clase, no solo las normas jurídicas que son el común denominador al momento de hablar de violación normativa por parte del ciudadano, la caracterización de la violación de normas de carácter moral ha conllevado a imponer la corrupción como política de Estado.

La desconfianza en los sistemas democráticos crea la ilegitimidad de una forma de gobierno que debe cambiar, la analogía más próxima hacia la realidad social y política en Colombia la ilustra bellamente James Madison en un texto titulado el federalista en 1788, estableciendo que el éxito político en los Estados consistía en desarrollar políticas de acuerdo a los prejuicios de sus ciudadanos, obviando la prioridad de cumplir con necesidades básicas. Día a día, se debe entender que la democracia es una cotidianidad de cada ciudadano, al momento de abordar el transporte público, el comportamiento en sociedad, etc. El propósito es que cada colombiano debería reflexionar la definición de sociedad expuesta por la pedagoga Rosa Sensat I Vila, decía: “En todas las sociedades hay fuertes y débiles, algunos sectores se proponen mejorar la situación de los débiles, luchar en función de los débiles y tomar la perspectiva del débil le permite a uno conocer más cabalmente qué es lo que pasa en la sociedad”.

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