¡Qué bajo hemos caído!

¡Qué bajo hemos caído!

Somos marionetas y juegan con nosotros. Tiran los dados y nos mueven a su antojo, ¿cuándo nos daremos cuenta de que si nos levantamos se les acaba el juego?

Por: Victor Andres Alvarez
febrero 01, 2019
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¡Qué bajo hemos caído!
Foto: Pixabay

A nosotros los colombianos nos robaron los ideales, el alma, nos dañaron desde adentro, muy en lo profundo de nuestro ser sembraron odio, rencor, indiferencia y lo han alimentado hasta hacerlo detonar en nuestras entrañas.

Nos dividieron, nos dejamos separar por ideales políticos y perdimos nuestra unidad como país, lo permitimos y ahora vemos el resultado diariamente. Lo sabemos todo, los conocemos a todos, si, a todos aquellos que nos han dejado en desgracia, a todos aquellos que rompen nuestro país en pedazos, que nos manipulan, que nos roban y que se aprovechan de nosotros y a pesar de ello, muy a pesar de saber quiénes son, cómo se visten, en donde viven y cómo se llaman, decidimos dejarlos seguir con sus acciones y hasta les acolitamos sus fechorías.

Como dije, nos separamos cuando permitimos que “esos” honorables sembraran ideales políticos en nuestra mente y nos hicieran olvidar de nuestra verdadera función como pueblo. Cuidar a Colombia, cuidar cada rincón de ella y defenderle de todo aquel que intentase dañarle, lo olvidamos, lo olvidamos por completo.

La verdad día tras día se alza desafiante frente a nuestros ojos y decidimos de la manera más vil y malsana cerrar los ojos e ignorar lo que se nos revela, nos roban, nos violan, nos maltratan, nos matan, nos abusan, nos manipulan, nos hieren, juegan con nosotros de la manera más sarcástica y grosera ¡y lo permitimos!, jugamos con ellos y les ayudamos a ganar aun sabiendo que eso signifique una tragedia para con nosotros. Nos clasificaron en colombianos de derecha, de izquierda, de centro, conservadores, liberales, comunistas, socialistas, guerrilleros, patriotas, rebeldes y terroristas y nos olvidamos de lo realmente importante, que somos colombianos. Somos ciegos, sordos y mudos, vendamos los ojos, sellamos las bocas, tapamos los oídos, la indiferencia social nos domina y el silencio se posa imperante sobre el ambiente.

Somos un pueblo lleno de violencia, de ignorancia, de intolerancia, de corrupción, ¿cómo es posible que hayamos permitido que la corrupción este en los niveles que esta hoy? Y sí, es cierto que las instituciones son deplorables en el ejercicio de su función, pero también es cierto que la voz del pueblo es la voz de Dios y que si les presionáramos con ahínco y furia y no les diéramos respiro no tendrían más opción que actuar; pero somos un pueblo taciturno e indolente en donde nos roban frente a los ojos y no hacemos nada. Y ellos, esos que nos separaron y nos clasificaron, disfrutan viendo los espectáculos que propiciamos, disfrutan viendo nuestros enfrentamientos inútiles, disfrutan viendo como nos agredimos y nos matamos por la defensa de ideales políticos que jamás nos pertenecieron y que jamás nos representaran y ellos, allá arriba, en la cima, en esa cima la cual les pertenece por nuestra culpa, esa cima que nosotros les dimos, a donde los subimos en hombros y donde los convertimos en dioses venerables e inmortales; esas actuaciones han generado que crezca en nuestra sociedad una idolatría hacia ellos, ¡los adoramos!, ¡los veneramos!, ¡los santificamos! Y les rendimos pleitesía, ¡pero qué bajo hemos caído! y cada cuatro años se preparan para brindar el mejor show, el mejor espectáculo, con los mejores efectos y las más elaboradas mentiras y el pueblo expectante aplaude y canta vítores ante tan majestuosos eventos y de nuevo, como algo ya de nuestro ADN los volvemos a exaltar, les volvemos a subir, porque para el pueblo, pan y circo.

Nosotros somos los únicos culpables de nuestra desgracia, de que nuestro presente sea tan oscuro y el futuro no se vislumbre con claridad, no hemos aprendido de las lecciones del pasado y aunque conocemos nuestra historia y conocemos los errores que nos han conducido a la desgracia los seguimos cometiendo con especial repetición; nos dejamos robar la identidad, nos dejamos manipular.

“Somos las marionetas que nos queremos, dos marionetas porque todo es ficción”, así dice una muy conocida canción y que bien que se aplica a nuestra realidad con la diferencia de que como marionetas no nos queremos y porque nada de esto es ficción.

Ellos están diariamente jugando con nosotros, en una gran mesa redonda se sientan y juegan a las cartas, tiran los dados y mueven los peones (nosotros) a su antojo, celebran sus movimientos y ríen a carcajadas, la gran mesa en la que juegan la sostiene el pueblo, somos sus peones, sus vasallos, sus marionetas y sus soportes, los sostenemos con el sudor de nuestra frente y el esfuerzo de nuestro cuerpo, ¿cuándo nos daremos cuenta de que si nos levantamos se les acaba el juego?

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