La cultura del ridículo: lo que divierte a los colombianos, un trasero en TikTok

La cultura del ridículo: lo que divierte a los colombianos, un trasero en TikTok

Así llega la cultura potable y facilona del ridículo, esa del “influencer” en que una vendedora de productos para el cabello se vuelve referente político y cultural

Por: Juan Carlos Camacho Castellanos
septiembre 15, 2022
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La cultura del ridículo: lo que divierte a los colombianos, un trasero en TikTok

Cultura: “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.” Real Academia Española

“Me dijo después: Vuélvete aún; verás que estos hacen aún abominaciones mayores.” Ezequiel 8:13

ADVERTENCIA: La opinión es subjetiva. No soy periodista, soy un “opinador” (como podría ser un “escribidor” aquel protagonista trágico de la célebre novela de Vargas Llosa) que desea expresar sus ideas.

No respondo insultos o mandatos (“vaya a leer”) tan usuales entre los progres; me agradan los argumentos contrarios bien fundamentados y, cuando puedo, los contesto con respeto a la expresión del autor y al, en la medida de mi conocimiento, buen uso del lenguaje. Por tanto, si vas a responderme, lee mi texto, argumenta tu sentir y, con gusto, agradeceré tu participación.

Hay dos caminos en la vida del ser humano respecto a su formación intelectual crecer o “decrecer” y buscar, en un camino infinito (“Solo sé que nada se”, Sócrates), la información, la teoría, los argumentos para, así, en un día a día unir todo aquello con la experiencia y, continuamente, construir algo que se pueda, tal vez, denominar una cultura personal.

En épocas pasadas, el conocimiento estaba muy alejado de la gente, la “sabiduría” se ocultaba tras las murallas que protegían los recintos donde la iglesia guardaba celosamente textos sagrados y no sagrados; alejaba el conocimiento de las masas que se mantenían adormecidas con la promesa de un paraíso de infinitos ríos de leche y miel para el pobre y el humilde.

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Luego, gracias a una genial invención de un orfebre alemán, el conocimiento se diseminó a lo largo y ancho del planeta. Aquello que estaba oculto por razones de poder se logró compartir y, la humanidad, al fin, tenía en sus manos la herramienta para construir (y también para destruir) a su alcance y, el utilizar esa herramienta, quedaba al libre albedrío (aunque a veces la censura gubernamental limitaba ese simple gesto de libertad) del individuo.

La cultura, esa creación propia del ser humano, estalló y aun se siguen expandiendo las ondas de aquella explosión derivada de la impresión del primer libro de la historia y que vino a unirse a toda aquella cantidad inmensa de elementos culturales derivados, a mi entender, del arte y la ciencia.

Para definir, y a mi entender, la cultura y su raíz que es el conocimiento (sin demeritar de otros de sus componentes formativos) es aquello que estéticamente, moralmente y espiritualmente busca que el ser humano disfrute de una calidad de vida que lo lleve a un estado, temporal, de bienestar y paz.

Ver una obra pictórica como “La Sagrada Familia” de Da Vinci, la impresionante escultura “El Moisés” de Miguel Ángel, escuchar la “Sinfonía N° 5” de Beethoven o el “Réquiem” de Mozart; o descubrir la poesía infinitamente romántica de Mario Benedetti para sumergirse en la fantasía dolorosamente trágica de “Cien años de soledad” de García Márquez; son, en este caso, una herencia cultural que ayuda al ser humano a crecer, a evolucionar, a inspirarse notablemente.

Pero cultura también es lo artesanal, la tradición oral (cuentos y leyendas), la música que nace de las costumbres rituales de los pueblos. En fin, se crea y se construye cultura día a día.

Pero (todo tiene un, pero), pues, no todo, a mi entender, es cultura, o cultura estéticamente inspiradora, capaz de inspirar evolución y creación que, realmente, implique un arduo camino de construcción una vez que ha llegado la inspiración (“El genio es 1 % inspiración y 99 % transpiración”, Edison).

Con la llegada aplastante de las tecnologías de la información y la comunicación se marcó otro hito en la historia de la humanidad; la explosión del conocimiento y el acceso al mismo se magnificó de manera ostensible.

Hoy, en su mano, usted puede acceder a información y conocimiento al que una persona del Siglo V de nuestra era le parecería obra del demonio, acciones oscuras de un siniestro ser infernal que le arrebataría su entrada al cielo que su ignorancia le construía bajo la palmadita hipócrita del sacerdote de turno (aunque aún hay lugares donde estas creencias subyugan a las personas y, hasta les obligan, a ejecutar actos criminales al amparo de una supuesta “fe”).

Entonces, ¿es todo cultura?, o hay cultura que ayuda a crecer y evolucionar y otra, que, por el contrario, nos sustrae, nos limita, alejándonos del pensamiento crítico, llevándonos a un estado de “confort intelectual”, a casi una hipnosis colectiva que nos impide la búsqueda de la belleza estética y espiritual para entendernos a nosotros mismos que, en medio de profundas reflexiones, nos permita respetar la existencia y los derechos del otro.

Tenemos el conocimiento en nuestra mano, pero es tal la avalancha del mismo, que terminamos sepultados en una maraña de datos infinitos; vamos tan rápido que no podemos apreciar el paisaje.

Y, así, llega la cultura potable y facilona del ridículo. El segundo acto de la “Civilización del Espectáculo” del genial Mario Vargas Llosa. Llegamos a los cinco minutos de fama de Warhol, tiempo en el que, es noticia y cultura, un tipo que se casa (ficticiamente) con una muñeca de trapo y luego, fabrica hijos, también de trapo se vuelve viral y es, posiblemente, un candidato a exhibir a su familia” en foros socio culturales y hasta museos, y así se hace famoso; todo esto sin que nadie crea u opine, ni por un momento, que requiere cierta orientación emocional para superar algún profundo trauma que ha desequilibrado su psique.

Es esa cultura del “influencer” en que una vendedora de productos para el cabello (que vandaliza impunemente un sistema de transporte y lo publica en redes) se vuelve referente político y cultural de la población por encima del que se ha quemado las pestañas para tratar de evolucionar intelectualmente y que emite su opinión en las mismas redes.

Llegan, entonces, influencers y youtubers (no todos) que tienen millones de seguidores porque generan “cultura” efímera pero capaz de sacar una sonrisa o generar alguna pulsión erótica.

Se escuchan barbaridades, que harían estremecer las cenizas en los sepulcros de grandes pensadores o creadores, de parte de “filósofos” de medio pelo y “científicos” que se saltan a la torera el método científico.

Es donde cualquiera que menea el trasero en TikTok, o cuenta un chiste (sin ofender a las minorías, por supuesto) a menudo chabacano se vuelve tendencia en cualquier red social.

Se ha construido (por decirlo así) una cultura del ridículo, de la mediocridad, de la improvisación mal entendida; es la época en que un reguetón es parte de la música que se impone y escucha desde los altavoces en los colegios obviando la divulgación de los clásicos o de la música folclórica de indudable valía cultural, esa música que parece ya no trascender en el tiempo y que se deja solo como aderezo (casi obligado) de alguna actividad donde, nuevamente, se impondrá el reguetón o cualquier mediocridad “musical” parecida.

En que el “hamparte” (buscar a Antonio García Villarán en Google) se ha vuelto un patrón en las bellas artes y un manchón de pintura sobre un lienzo o una mujer miccionando en vivo y directo se mira como el non plus ultra de la creación artística.

En que preferimos un meme a la lectura de un texto demasiado largo (esta parrafada, por ejemplo, que tienes frente a ti), en que leer a Sábato, Borges, Uslar Pietri, Vargas Llosa o a García Márquez es tan solo una tediosa asignación escolar; o ver una película como Rashomon de Kurosawa, El Ciudadano Kane de Wells o la cancelada “Lo que el viento se llevó” se vuelve un molesto ejercicio intelectual. El humor de “Les Luthiers” es “difícil de entender” y es mejor escuchar cualquier chascarrillo insulso del youtuber de moda para evitar forzar nuestras adormecidas neuronas.

Es así que lo fácil, lo ridículo, la tontería que nace de la pereza mental nos ha llevado a tener una masa (millones) de personas que pueden caer adormecidas bajo el discurso facilón y vacío de los populistas (a veces tan carentes de buena cultura como los que integran esas masas adormecidas que los siguen, pero exultantes de una perversa astucia que los impulsa hacía el poder), de los demagogos; de aquellos grupos que se aprovechan de nuestra miseria mental para llevarnos cual ovejas al matadero económico, social y espiritual que a ellos les traerá pingues ganancias y a nosotros, al final, un vacío emocional infinito.

El conocimiento es poder, pero razonar respecto a ese conocimiento es una gran responsabilidad que puede aparejar inmensas decepciones, mucho dolor e impotencia en este cenagal de supuesta cultura de a tres al cuarto;  a ser pasajeros fragmentos de la memode contenidos que se crean sin esfuerzo o estudio y que se presentan como novedosos y creativos en las redes sociales para distribuirse como pan caliente y destinadosria y no a convertirse en semillas que nos obliguen a buscar más nutrientes para desarrollar nuevas y mejores ideas.

La cultura es, a mi entender, aquello que te hace crecer, evolucionar estética, moral y espiritualmente; no aquello que te devuelve a lo instintivo, que te impide razonar y entender al otro y respetarlo, que te centra en quedarte ahí, en lo mediocre y lo que te ata a creer que no hay otras cosas más allá de ese pedacito vacío de supuesta verdad que muchos desean que creas a pie juntillas.

Coletilla:

Y no faltará el comentario que dirá que mi escrito nace de la frustración o el resentimiento cuando en realidad nace de una profunda tristeza frente a una sociedad que prefiere la mediocridad a la búsqueda de la grandeza cultural, social, política y económica.

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