La cultura conquistada
Opinión

La cultura conquistada

Cuando a la cultura la han pintado de diversos tonos y su economía toma forma de naranja, es claro que alguien está exprimiéndola y los pueblos se quedan con el bagazo.

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marzo 04, 2020
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Hace una semana, cuando me disponía a ver la llamada Conquista en Gamero, comencé a preguntar a los amigos cercanos, si conocían o habían oído hablar de ese pueblo.

Las respuestas variaban en su forma, su sintaxis y nivel de emotividad, pero en el fondo las respuestas eran iguales. Todos habían oído hablar de Gamero, por Los soneros… Ninguno lo había visitado.

Los soneros de Gamero es una agrupación musical concebida por el productor y manager Wady Bedrán, que irrumpió con la fortaleza de la tradición en los años ochenta. Temas tan festivos como La bomba,  El Lobo, A pilá el arró o María Gurrupiá prendían (prenden aún) cualquier fiesta. Esos temas eran cantados por una mujer delgada, de cabellos canosos, flores en la cabeza y mirada distraída, que para el momento de su gran éxito, superaba los sesenta años de edad. Se llamaba Irene Martínez. Murió en el más absoluto descuido y abandono, enferma, sin tratamiento, un 23 de agosto de 1993, tenía 69 años.

En 1996, año en que llegué a trabajar en el diario El Universal, comencé un recorrido por los pueblos de Bolívar, tierra de músicos, festivales y grandes personajes de la cultura ancestral, algunos de esos reportajes están publicados en el libro El dolor de volver.

En 1999, con la guía de Guillermo Valencia, compositor, músico y escritor, que vivía en Palenquito, conocí a Gamero, la tierra de aquella cantadora genial, Irene Martínez. Llegué al cementerio, su tumba lucía descuidada, hoy está igual, quizá peor. ¿Qué valor le da un pueblo a su memoria y a aquellos personajes que como Irene lo han hecho grande? Me pregunté.

En otras visitas, y en otros años, fui conociendo a otros personajes de la cultura gamerana y sus alrededores. Conocí a la señora Nelda Piña, toda una dama, de humilde encanto y clara voz,  que en 1991, bajo la guía de don Félix Butrón, dueño de la disquera Felito Record, grabó un larga duración en el que incluyó varios temas de su autoría. Talento le sobra.

Conocimos también en Gamero los sones del maestro Santiaguito Ospino, genial caña’emillero que vivía en el cercano corregimiento de Evitar. Santiaguito, que tocaba el pito con las dos manos, tal como lo aprendió de niño porque con una sola mano no podía tapar los 4 huecos del millo. El viejo Santiaguito Ospino, de voz ronca y alentada, murió en Venezuela, allá quedó su cuerpo. ¿Será que algún día lo tendremos de vuelta y poder hacerle los homenajes que nunca se le hicieron en vida?

En Malagana, al píe de la carretera, en la entrada de Palenque, más que a un hombre, conocí a una personalidad encantadora, al maestro Marceliano Orozco, cacique de la danza de son de negro de su pueblo. Un hombre, cuya generosidad rayaba en la complacencia extrema. Siempre gustoso de entregar sus conocimientos sobre la tradición que había mantenido por años. Pródigo en sus atenciones y complaciente en peticiones.

Un retrato que le hice en aquella época, hizo parte de su altar durante sus nueve noches. Al cumplirse sus 9 noches, las cantadoras Petrona Martínez y Manuela Torres lideraron los honores. Su nieto, Janer Amarís, el mejor tamborero de la región, homenajeó con cada golpe de tambor las virtudes de un verdadero cultor de la tradición de su pueblo.

Marceliano Orozco tenía claro que la cultura no eran los retratos que le tomaran, ni las apariciones en la prensa o los dineros que su danza podía recoger en una salida. Para él, el son de negro era parte vital de su existencia, y de la esencia cultural de su pueblo. Por eso, todos los días salía temprano para su  roza, donde sembraba yuca, plátano y maíz, de eso vivía. Su felicidad eran sus tambores y sus bailes de son de negro. ¡Qué grande fuiste Marce!

“Cuenta la cantadora Nelda Piña, que desde que tenía como cinco años la alegría de la fiesta de la Conquista ya existía”

Una tarde de 2003, conocí a la gestora cultural, Sisi García y su danza de son de negro, conformada por niños y jóvenes que no superaban los 15 años. Su decidida labor le ha permitido llevar grupos de música y danza de Gamero a festivales de la región, como la reconocida Noche de Tambo, y recientemente al Carnaval de Barranquilla. Siente la cultura de su pueblo como expresión viva de su gente, siempre procurando el bienestar de aquellos que hacen la cultura.

Faltan nombres, como Montezuma, ¡Qué genio! o el premiado Magín Díaz, quien la primera vez que lo vi, me dijo que había compuesto un tema inspirado en una niña hermosa de la que siempre estuvo enamorado,  que se llamaba Rosa y que cuando pasaba por el frente de su casa él le cantaba Rosa qué linda eres, Rosa qué linda eres tú/ Un amor jamás correspondido, porque él era negro, y ella blanca, adinerada; él un simple cortador de caña y bailador en ruedas de bullerengue. Le comenté que sería que la escuchó de algún músico cubano de esos que llegaron al ingenio de Sincerín, donde trabajó desde niño, o en la radio cubana que para los años 30 se escucha fuerte en la región. Insistió que todo eso era de él, que su prima, Irene Martínez y el Wady Bedrán se la habían robado.

Rosa es un tema de 1918, grabada por el Sexteto Habanero Godinez, Casa de discos Víctor. Otra versión difundida es la del Sexteto Habanero de 1927. Para entonces Magín era un niño. Sin embargo, comprendí que su verdadero valor, estaba en esa voz fina, intensa, alegre que transformó para la festiva música del Caribe aquellos sones cubanos de cadencia ceremoniosa.

Magín de más de setenta años, tocaba tandas de pueblo en pueblo con grupos que se armaban para la ocasión. Como El Octeto Gamerano; Magín y su grupo; o Sueños Gameranos, pero eran casi los mismos músicos con diferentes nombres. Aquellas tandas y toques nunca superaron los trescientos mil pesos y en la repartición la cantidad que le correspondía a cada uno escasamente daba para la liga de una semana.

Fue Guillermo Valencia quién comenzó a pregonar, difundir, el talento de Magín Díaz, y sus gestiones y alianzas con otros amigos posibilitaron su reconocimiento primero nacional, luego internacional (del premio Nacional de Cultura, El Grammy  y su muerte en Las Vegas, da para otro texto). Las versiones pululan por el pueblo, pero ninguna ha logrado reducir su grandeza. ¿Qué será del legado de Magín, en manos de quién o quiénes está ahora?

El talento es importante pero saber qué hacer con él es obra de una gestión. Guillermo lo hizo de la mejor manera. Preguntar ¿De qué manera un pueblo administra sus talentos para llevarlos a un sitial de reconocimiento privilegiando primero al ser humano antes que las miserias del mercado? ¡Vaya acertijo!

Llegué a Gamero a ver la anunciada Conquista. Se hace cada Miércoles de Ceniza al finalizar la tarde, cuando el sol da permiso para que comience el teatro.

Me cuenta la cantadora Nelda Piña, que desde que tenía como cinco años la alegría de la fiesta de la Conquista ya existía.

En la llamada Conquista los actores representan a los españoles, o lo que la gente  de Gamero llama los soldados, usan lentes oscuros, pasamontañas, pañoletas con las que cubren su rostro y fusiles de madera. Están los que llaman los indios de monte, hombre y mujeres escondidos, atemorizados por los soldados que se esconden camino al puerto, hay una reina en lo que llaman “palacio”. Hay otros personajes que llaman “las cachacas”, que atraen a las indias con flores de colores y pedacitos de espejos, y está la danza del son de negro.

Lo que se escenifica, sin más detalles,  es La Conquista española al territorio. Todo llega a su fin cuando las indias de monte buscan dentro del público un padrino, son bautizadas, el padrino entrega al padre un ofrenda en dinero, y el padre deposita en la boca de la “india de monte” media galletica waffer que es como la hostia consagrada.

"Están los que llaman los indios de monte, hombre y mujeres escondidos"

Hay danza de son de negro, que luego se enfrentan a los soldados, hasta que se roban a la reina, la que ha permanecido custodiada en su palacio, una construcción de varas rústicas y hojas palma en la plaza del pueblo.

La riqueza cultural y la vida cultural del pueblo es su tesoro. En momentos en que a la cultura la han pintado de diversos tonos y su economía toma forma de naranja, es claro pensar que alguien está exprimiéndola y los pueblos se quedan con el bagazo.

Gamero un pueblo lleno de talento, parece hoy estar conquistado por mercaderes de la cultura y agentes deshonestos de la cooperación internacional, que comienzan a usar la cultura como un producto de su factura, olvidándose que la cultura es una construcción grupal con talentos individuales para resaltar, apoyar, pero sobre todo para respetar.

Es hora que los pueblos, no solo Gamero y sus alrededores, se den cuenta de la riqueza que poseen y no se dejen conquistar con flecos plateados, adornos en la cabeza, lentejuelas doradas y espejitos de colores.

Fotos: David Lara Ramos

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