La Colombia mediática y su fascinación por el absurdo, lo grotesco y lo brutal

La Colombia mediática y su fascinación por el absurdo, lo grotesco y lo brutal

¿Sospechosa popularidad de Hernández? Algunos dicen que él se parece mucho al país. Lo que es un esfuerzo más por la justificación que por el análisis

Por: Ethan Frank Tejeda Quintero
junio 13, 2022
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La Colombia mediática y su fascinación por el absurdo, lo grotesco y lo brutal
Fotos: Leonel Cordero

El país mediático parece insistir en la violencia. 

A esa Colombia de los sets y los aforos no la mueve ni la inocencia ni la ignorancia en términos políticos. La mueve la simpatía por el ánimo criminal. La emoción por la voz del patrón y el cantar del látigo del mayoral. 

Todo en medio del cinismo convertido en obligación. Lo que hace que las alianzas entre figuras políticas, en la mayoría de las ocasiones, parezcan más el perfeccionamiento de un negocio entre oficinas de cobro y/o carteles que un acuerdo programático. 

Una vuelta. Un golpe. "Una jugada magistral". Aquí la gente no gana, corona. No realiza, "la hace". No logra, la rompe. En una poética del uso y del abuso. Constante y práctica que nos sitúa en el patetismo de llegar a considerar al oportunismo como un rasgo de "lo nacional". 

Y a la indignidad el "saber hacer". El mentir es ya casi un deber. De ahí el afecto por las promesas de la desfachatez delincuencial. 

Así pues, gente que se dice muy devota, de esas que más tienen advocación que vocación, vuelan de felicidad porque un ingeniero les trata de pu** a la virgen. Es por eso, por lo que campea el amor por el vínculo entre la informalidad y la ilegalidad. 

Uno que se disimula en la conversión de una franja de la población en "agentes de inteligencia". Por eso es frecuente ver casos en los que "el ciudadano" cree recaudar pruebas, llevar a juicio y, lo que es peor, disponer el pretexto para la eliminación. 

Si les llegasen a preguntar: ¿Quiénes están dispuestos a señalar a aquellos que consideran que el régimen debe eliminar? Seguro sacarían el dedo de la nariz y lo elevarían "patrióticamente". 

O incluso ellos serían gustosos "gatillos" para hacer objetiva la educación sentimental de lavaperros o sicarios, a la que tantos años le llevan cantando. 

Es así que corremos el riesgo de pasar de un presidentico que tiene una foto de Turbay Ayala en la billetera a uno que parece haber heredado la libretica de Pablo Escobar. 

A él lo votarán esos que efectivamente son lo que él pretende que son todos los que le señalan la corrupción y la insania. Su electorado es “brutesco” y grotesco. 

Como el periodismo de Semana, La W, LC Vélez, CA Vélez. Tan libre como los empleados de Vélez y Colanta. Constreñidos van muchos por el estreñido. Por él van los que "dicen las verdades en la cara" y no hacen más que ordeñar a un país de mentira. 

Los que te miran a los ojos, saben que están hablando rila o diciendo sandeces y creen que tienen derecho a la "superioridad moral". Tanto que sin tener una idea propia dicen a todo el mundo "no tienes argumentos". 

De tal manera, los votantes de Rodolfo "tienen parlamentos", frases contrahechas, razones de despecho. Nos sirven para entender que aquellos que admiran como "sincero al bruto" son como los perros que toman agua de la tasa del sanitario. Sonríen con la boca llena de lo pestilente que creen vital. 

Por eso, piensan que la patanería es un llamado al orden. Lo que genera la extraña sensación de vivir rodeados de "ministros de la defensa" o de "generales de la reserva activa" que están dispuestos a "dar todo por la patria". 

De tal manera, son capaces de entregar a la jauría aquellos con quienes crecieron o a los cultores del linchamiento. En una nueva versión del relato de Abraham, en la que asumen lo inobjetable de la voz de su nuevo Dios: los medios regulares o dispersos. En los que hablan los que igual venden una cerveza que el destino de "una nación". 

Que igual reclutan generaciones enteras o las matan cuando se atreven a exigir un futuro distinto al clientelismo mafioso. En el fomento de lo trágico y en la proliferación del resentimiento. 

Por eso, hoy en Colombia casi todos parecen ir con el puñal entre los dientes. Especialmente el electorado de Rodolfo Hernández, que luce dispuesto a reproducir entre "lo tricolor" las formas de "La Mazorca" de Juan Manuel de Rosas. 

Porque, si el impresentable llega a ser presidente, entre ellos habrá una necesidad de recurrir a la justificación del crimen cotidiano para paliar la culpa de haber elegido a un tirano. 

Opción sustentada en llegarse a creer que el machismo, el clasismo, la aporofobia, la misoginia "son valores conservadores". En el uso permanente de la expresión "es que él es de Santander", para justificar lo procaz, lo insultante y lo violento. 

Otros lo quieren asumir al "qué loco" que pretende ser un detonante de simpatías que no permite ver a muchos la diferencia entre el enfermo mental y el paciente psiquiátrico. Una de esas condiciones define al especulador inmobiliario. 

Sus "locuras" no son graciosas, son extremadamente violentas y tienden a empeorar. Ya son una colección nutrida, dada para que seamos testigos de la relación entre la vileza y el bochorno. 

O para ser conscientes del fracaso de una democracia en la que basta saber hacer plata para ser "elegible". 

Tal es el caso del fenómeno Rodolfo, tan pregonado a pesar de que ninguno de los vídeos llamados "el debate con la gente" llega a mil reproducciones. 

De ahí que su popularidad sea tan sospechosa. Algunos dicen que él se parece mucho al país. Lo que es un esfuerzo más por la justificación que por el análisis. 

Y un anticipo de que el miedo debe ser generalizado en una historia en la que se pasa del dardo al tiro de fusil de forma rápida, patética y visceral. 

Algo que permite que los medios no se detengan en leer la idiotez y la inconsecuencia que hay en el hecho de que Angélica Lozano diga que a Rodolfo se le puede enseñar en media hora lo que se necesita para ser primer mandatario y que un personaje que posó de "candidato profesor" ahora quiera apoyar a quien anticipa ir contra el Magisterio Nacional. 

En una de sus tantas "geniales intervenciones" (así las calificarían Juan Pablo Calvas y Daniel Samper Ospina) señaló que los profesores trabajan 9 meses y les pagan 12. 

Después dirá: "son todos unos corruptos" y se irá contra la estabilidad jurídica y económica de las casi 500 mil familias que ese gremio significa. Lo hará entre aplausos, porque Colombia odia a sus maestros y aborrece el conocimiento. 

O tiene una confianza exacerbada en lo condensado como índice de la no necesidad de la lectura del mérito. 

De la lectura, cualquiera que esta sea. Lo que nos lleva a pensar la necesidad de una sociedad afecta al crimen especialmente al de estado de un "Comandante de opereta". 

Ese que sepa cosechar entre los envilecidos su deseo de ser "ministros de propaganda". Nunca les dejará de dar réditos a los brutales el vender la sensación a los embrutecidos de ser partícipes en asuntos de Estado. 

Promesa en la que ya no se distingue el estar con y el ser parte de. Ante la cual la facilidad le presta una función bizarra a la consciencia. 

Por eso, sin más, se le da like o se hace circular un vídeo en el que a un grupo de jóvenes deliberando sobre política se les rotula "guerrilleros". 

Así "sin mente" en la campaña del demente. Y Ospina ahí: pasó de Emily Dickinson a disfrutar de los ditirambos del ingeniero. 

Y suspira cada vez que escucha: “la gruta, la gruta, que la mujer de Puerto Wilches reclama para sí la fruta, se hace la leona disimulando que es” 

Y se pone lívido cuando oye: “salsa de soya, tomate y paprika, sígame jodiendo, y le pego su tiro”. Y la emoción de William es total y común. 

De ahí que estemos en un entorno en el que, incluso personas que tuvieron la posibilidad de acceder a educación superior, parecerían ser simpáticos con la idea de que se decrete el porte ilegal de ideas, de dignidad y de inquietudes.

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