La angustia del desempleo, la más feroz
Opinión

La angustia del desempleo, la más feroz

Los afectados por el desempleo están viviendo un infierno, y del miedo al pánico potenciado por el confinamiento, hay pocos pasos. No solo se necesitan mascarillas

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marzo 30, 2020
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¿Que no se requieren sicólogas y sicólogos? Es y será una de las profesiones más necesarias en los próximos años. La mayor ansiedad, de lejos, ya, es la de la pérdida,  real o temida, de las fuentes de ingreso de las personas y sus familias. Más que el temor a caer víctima del virus letal.

Se ha hablado mucho de los vendedores ambulantes, de los empresarios informales, de millones de personas que dependen, literalmente, de la calle, de su presencia en la ciudad abierta, para ganar su sustento. El estado tendrá que subsidiar con muchos más recursos a las familias más vulnerables.

Poco o nada se dice, sin embargo, del drama de millones de personas de clase media que viven de su salario, con familia a cargo, que han transitado, muchos de ellos,  por la educación superior y que, de repente, se encuentran abocados al terror del desempleo masivo. O de decenas de miles de pequeños empresarios formales localizados, justamente, en cadenas productivas asociadas a los sectores afectados.

No hay estrategias para mitigar la angustia y proteger la salud mental de millones, condición básica para el bienestar de la sociedad y la recuperacion económica.

La pandemia es, no cabe duda, un tema de vida y muerte que, tarde que temprano, pasará. La angustia del desempleo en vastos sectores productores de bienes y servicios,  provocado por el impacto de aquella e proyecta, para millones, en un túnel oscuro, sin luz del otro lado, que va más allá del paso del covid 19.  La paradoja es cruel: sobrevivir al virus, por un lado  y, sin embargo, saber que los ingresos personales y familiares se desploman.

Sin llegar aún al pico, los datos de España, Italia y los Estados Unidos que, parece, apenas está comenzando la curva ascendente, son de asombro. Conectados como nunca, conocemos y sentimos, en tiempo real, los dramas familiares, los de la muerte en soledad, de los hijos que no pudieron despedirse de sus viejos, del personal médico y de las enfermeras y auxiliares que, en su trabajo, dan su vida.

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No sabemos si la famosa curva en Colombia conseguirá aplanarse lo suficiente para que el sistema de salud, saqueado por políticos y algunos empresarios ladrones, no colapse

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No sabemos cómo transcurrirá la famosa curva en Colombia, si conseguirá aplanarse lo suficiente para que el sistema de salud, tan maltratado y saqueado por políticos y algunos empresarios ladrones, no colapse. Sí sabemos que las medidas tomadas por la alcadesa Claudia López y las posteriores por parte del presidente Duque (pese a la poca pertinencia ya sabemos quién en su gabinete), están bien encaminadas y que fueron oportunas. Que el confinamiento es la medida más adecuada. Es probable, sí, que la cuarentena dure, por lo menos, 40 días. Ya nos lo dirán las autoridades.

Tarde que temprano, sin embargo, la pandemia pasará.

El otro, el del desempleo de aquellos que estaban empleados, es el miedo más atroz:  sabíamos que había cambios profundos en el ámbito laboral; era frecuente referirse al vertiginoso cambio provocado por la revolución en la tecnología, la globalización de los mercados y el cambio climático. Que muchas de las ocupaciones de hoy desaparecerían en pocos años, remplazadas por trabajos nuevos. Que la inteligencia artificial y la ciencia de los datos, la biotecnología, el internet de las cosas, seguirían trastornando los modelos de negocios tradicionales y, por supuesto, la forma en que aprendemos. Que educarse significa, ante todo, prepararse siempre para la adaptación al cambio, para la reinvención constante.

Lo que no estaba en el presupuesto de nadie era el frenazo en seco, sin aviso, de la producción en sectores ricos en la generación de empleo formal e informal.  Los meseros y cocineros de restaurantes, empleados y contratistas de las aerolíneas y del transporte terrestre, los de los hoteles y el panal de empresas colaterales, los de los espectáculos, sean musicales, deportivos o religiosos, los de los miles y miles de almacenes de bienes de consumo, sean de textiles y ropa, o de calzado, los docentes de las instituciones educativas privadas que viven del “mes a mes”, los de las inmobiliarias...

¿Quién compra vehículos en estos meses? En el caso de los ensamblados en el país, ¿quién se atreve a producir autopartes e inventariarse en la incertidumbre? La lista es larga...

Es claro que, una vez pase la pandemia, la economia volverá a prender motores. No obstante, la composición del empleo no será la misma de antes. Solo por poner un ejemplo, el uso de las líneas aéreas, destinos internacionales y nacionales, y de diversos medios de transporte, tardará mucho en llegar a los niveles del 2019, simplemente porque se desconoce aún si el virus seguirá dispuesto a asaltarnos de nuevo, o qué tipo de reincidencia pueda tener en el invierno próximo, o porque el cuento de las vacunas se demora. Añádase la cadena: hoteles, turismo... Todos necesitamos alimentarnos a diario. Sin embargo, es probable que los restaurantes se demoren en despegar y que los servicios a domicilio y los rappitenderos desplacen a los meseros.

Las personas afectadas por el desempleo están viviendo un infierno. Hay pocos espacios para que sean escuchadas. Del miedo al pánico hay pocos pasos, potenciado en el confinamiento. Una dimensión corresponde a las indispensables soluciones económicas, con seguridad complejas. Otra, urgente, a la atención sicológica.

Estado y grandes empresas, de la misma forma en que buscan proveer de elementos como los ventiladores y las mascarillas para atenuar el impacto y el riesgo de la pandemia, deberían comprender que la salud mental de millones de personas está en juego y promover programas inmediatos de atención.

Sí, definitivamente se necesitan miles de sicólogas y sicólogos en la época del virus y del posvirus.

 

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