James Rodríguez: genialidad e indiferencia
Opinión

James Rodríguez: genialidad e indiferencia

Aunque hace poco por prodigar de manera sostenida su inmenso potencial, James aún puede hacer de la suya una carrera de éxitos sin parangón

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junio 08, 2017
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En el partido de ayer entre las selecciones de Colombia y España James Rodríguez volvió a ser objeto de todas las miradas. Esta vez lució esforzado y brillante. El evento representaba para el cucuteño la oportunidad de reivindicarse frente a la afición de ambos países.

Los colombianos en general hemos sentido como propio el drama vivido por James en su paso por el Real Madrid. Aquel predicamento inacabable entre la inclusión y la exclusión; la permanencia o la salida. Al final nos queda la imagen del joven crack decepcionado, sentado en cualquier localidad entre los hinchas y paisanos del estadio Millennium de Cardiff. En su cara una mirada sombría, una sonrisa apagada que no podría menos que provocar solidaridad.

Con la copa “orejona” vinieron imágenes de la celebración realizada en el Bernabéu, donde el volante se veía descolocado.  Un baile ostentoso en esa casa que no lo supo acoger.

En nuestro país de tiempo atrás existía la idea de una torva conspiración en su contra alentada por el técnico  Zidane, a quien muchos comenzaron a ver como prototipo de la doble faz y la hipocresía: el tipo no hablaba mal de James pero tampoco le daba oportunidades. Lo mantenían fuera de consideración a la hora de jugar.

Pocos aquí comprendieron que la actitud del entrenador se fundaba en un sentimiento de frustración quizá justificado. Por James se pagaron ochenta y cinco millones de euros, cerca de doscientos ochenta mil millones de pesos, y sus resultados en la cancha son inferiores a las expectativas. Para los directivos del equipo blanco, cuya destreza en los negocios es innegable, quedó la alternativa de vender al colombiano, de salir de él como se hace con un activo costoso e improductivo. Pero eso se fueron por el camino de la prudencia verbal. No hablar mal del joven elefante blanco; ni una palabra que pudiera quitarle valor.

El posible epílogo del drama madrileño ya había sido anticipado por  ciertos “sabios” futboleros. Basta repasar las opiniones que varios de estos individuos vertieron sobre James por su desempeño en la selección Colombia. Que era desordenado en la cancha, robaba el espacio y el balón a sus compañeros. Que su rendimiento era ínfimo, tenía exceso de individualismo y no guardaba la posición, fueron algunos de los comentarios.

También llegaron reparos por un aparente temperamento pendenciero frente a los camaradas de equipo. Incluso el Tino Asprilla se atrevió a lanzarle una admonición: “James lo primero que tiene que hacer es mejorar con sus compañeros porque está jugando en un equipo de jóvenes que lo respetan y nadie se atreve a decirle nada; pero en otro equipo le meten su puño.”

 

Comenzaron acusándolo de indisciplina, de andar en malas compañías
y se detuvieron en reseñar su supuesta inclinación a la parranda
y a las celebraciones desbordadas

 

Al paso por el Real Madrid emergieron otros elementos amplificados por una prensa deportiva insaciable, siempre sedienta de escándalos. Comenzaron acusando a James de indisciplina, de andar en malas compañías  y se detuvieron en reseñar su supuesta inclinación a la parranda y a las  celebraciones desbordadas. También criticaron su amistad con Ronaldo y la tendencia a adoptar el patrón de gastos y lujos propios del multimillonario astro lusitano.

Pronto se llegaría más lejos. James fue tachado de insolidario con su equipo, por cometer el “crimen” de sonreírle a  un colega de delegación en momentos en que el Real perdía frente al Wolfsburgo durante un juego de la Champions League.

Aparte de la chismografía y la mala sangre de algunos medios, el verdadero mal de James pareciera estar en su alma. Es una dolencia que en ocasiones lo torna apático, indiferente.

El anuncio anticipado de lo que con el tiempo sería el desempeño de nuestro compatriota lo hizo Carlos Antonio Vélez por los días del pasado mundial: “James técnicamente es un jugador que desaparece por ratos de los partidos, cuando se enchufa te mata, pero también pasa limbos”.  Lo anterior significa en buen romance que  el hombre lo hace muy bien cuando está en el sitio adecuado y en el momento propicio, incluso llega a dar destellos deslumbrantes. Pero poco hace por prodigar de manera sostenida su inmenso potencial.

Esta por supuesto es una actitud que no puede ser aceptada por quienes entregaron sumas multimillonarias con la esperanza de que el jugador retornara el esfuerzo con muchos goles propios, y con la creación de oportunidades de anotación para todo el equipo. Surge así la idea, de que James es el único responsable de su mala fortuna.

Quizá James Rodríguez expresa de manera fiel esa alma colombiana facilista, dada a ser “poca luchas”; lejana de los esfuerzos sistemáticos pero también creativa. En ocasiones capaz de rayar en la genialidad.

James es joven, inteligente y ambicioso. Aún tiene tiempo para cambiar y hacer de la suya una carrera de éxitos sin parangón. Transformar el alma de Colombia, a sus habitantes, a sus servidores públicos y a sus políticos será mucho más difícil. Ojalá no se trate de un caso perdido.

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