Hunter Thompson
Opinión

Hunter Thompson

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noviembre 07, 2013
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Así que crees que escribir es fumarse un porro mientras afuera el desierto va pasando enfrente tuyo como si fuera uno de los gusanos que habitan el planeta Duna. Pero estás en la tierra querido y tu misión es llevar ese Dodge descapotable a la horrenda ciudad del pecado, tienes media hora, el ácido ya cabalga por tu cuello, el ácido es un alacrán que pinchará sin piedad tu cerebro.

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Es 1968, el año donde todo explotó. Un tipo acompañado de su estrambótico abogado de origen latino va a cubrir el Kentucky Derby pero en vez de eso decide ir un poco más allá, visitar por ejemplo Las Vegas y buscar las causas por las cuales el sueño americano empieza a convertirse en una pesadilla. Necesita convencer a Jack Wernner, un joven editor de la costa oeste que ahora está imbuido de lleno en fortalecer esa reciente idea suya que es  hacer una revista. Los dos primeros números demostraban que se podía encarar de una forma escrita el cambio que estaba teniendo la sociedad americana. Vietnam era bombardeado, el ácido y el rock corrían de la mano en una carrera contra Nixon y el orden establecido. Cuando Wernner escuchó la propuesta del periodista no lo dudó un instante y financió el viaje. No sabía que iba a ser protagonista de uno de los reportajes más importantes de la historia del periodismo del siglo XX y que catapultaría a su revista, Rolling Stone, a ser considerada la voz oficial de la contracultura.

El resto ustedes lo conocen. El Doctor Thompson siguiendo la técnica de Papá Burroughs llevaba cintas de casete a todas partes, todo lo gravaba y después lo editaba. Pero Hunter Thompson no era un beatnik, era un gonzo periodista. Con todo ese material grabado redactó su particular informe de 78 páginas. No les quedó más remedio que publicar “Miedo y asco en Las Vegas”. El gonzo periodismo era lo más parecido al falso documental. Era un filtro por donde pasaba la realidad y se llenaba de ácido licérgico. En medio de la realidad aparecía un hombre lobo saliendo despavorido de la Casa Blanca o 17 reptiles gigantes emborrachándose en el lobby de un hotel. Imágenes que salen dentro de la misma cotidianidad y que hace poner al lector en un estado de ensoñación absoluta. El Doctor Gonzo ignoraba que era un médium, con sus goticas de LSD tenía la capacidad de conocer la verdad, de asumirla y de escribirla. La Casa Blanca es la guarida donde  todos los monstruos se reúnen a comer carne humana, de noche un hombre lobo bien vestido sale de su limusina y comienza a buscar en todas las esquinas carne de puta  para saciar por esa noche el hambre de sus amos.

El periodismo fornicando con la literatura. El periodismo bailando con Lucy en un cielo de diamantes. La literatura reemplazando a la verdad… a la aburrida y predecible realidad.

Hunter Thompson creía que la literatura podía cambiar el destino de los hombres. No es casual que después de que McGovern perdiera las elecciones de 1972, donde cubrió desde el principio su campaña y prácticamente ayudó al senador a ser elegido contra todos los pronósticos candidato demócrata, Hunter haya creído que ya nadie podría cerrar la herida que había abierto Nixon al ser reelegido. Las drogas tan presentes en todo su proceso literario comenzaron a afectar su manera de escribir. Además apareció la fama y el Doctor Gonzo, dueño de esa aura iconoclasta que tanto seducía a las mujeres, se empezó a convertir ante nuestros ojos en una estrella de rock.

Orgías, armas de fuego, alcohol, cocaína y porro era la dieta de ese hombre que cuando escribió su primer libro que trataba sobre los Hell’s Angels reveló una prosa tan poderosa como la de Mark Twain y ahora estaba calvo y gordo, en calzoncillos con una magnum 44 en la mano. En 1973 Sport’s Illustraded lo mandó a Zaire a cubrir lo que sería la pelea del siglo entre Alí y Foreman. Dos horas antes del comienzo de la confrontación Hunter Thompson decidió inhalar dos rayas de coca, se sintió tan bien que llamó al conserje y regaló las dos entradas que tenía. La noche la pasó nadando en la piscina del hotel mientras que sorpresivamente Alí noqueaba a Foreman y se convertía por tercera vez en campeón mundial de peso completo.

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Desde allí todo fue descenso. La fama lo arrollaba, lo convertía en un monstruo sagrado y perdió la pasión por escribir. Sus amigos Bill Murray y Johnny Deep lo interpretaban en el cine. Las chicas guapas se arrodillaban ante él. Hunter Thompson se reía del oropel: sabía que  los buenos días habían pasado para siempre, ya no podía escribir sino mierda. Y miren pues, Bush volvió a ser elegido, como Nixon treinta años atrás, está claro que ya no habrá mañana en América. Toda esa mierda que creías Hunter Thompson no sirve para nada. Deja de gritar, un autor tiene que saber cuándo callarse.

Así que fue por una escopeta se encerró en el cuarto y se suicidó justo cuando acaba de cumplir los dulces 68.  Decían que tenía la ironía despiadada de Mark Twain, la musicalidad de Scott Fitzgerald y el método de Burroughs. De Hemingway  aprendió que las palabras son como las armas de fuego, tienes que usarlas, así sea contra ti mismo.

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