Hijos de mala madre

Hijos de mala madre

Por: Jhoan Manuel Camargo S.
julio 04, 2014
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Hijos de mala madre

Es innegable que la Selección está dando gusto verla; es extraño ese sentimiento después de décadas desazonadoras. Los colombianos parecen festejar con la dicha prestada, pues, con eso de que aquí dejan de matar gente, solo para mutilarla y viceversa, las alegrías parecen un producto de importación. Estamos en un buen año; si hacen una rifa entre los países del mundo seguro se lo gana Colombia y también seguro se roba el premio algún político, pero esos son otros linderos.

Esta felicidad tan amarilla no es gracias solamente al fútbol: a la Pequeña Lulú afrodescendiente, al Kent muisca y al arquero con cara de panadero… por no mencionar todos los apelativos que les tengo (sin restarles cariño). Los otros deportes también ponen su cuota de felicidad. Curioso es, y debo decirlo, que gracias a un Estado inoperante, inepto, incompetente, retardatario, mafioso, embelequero, preferente… (Son muchos los adjetivos) es que se han dado este tipo de victorias. Como el hijo que no es querido y por tal guisa es exitoso e idolatra a su padre; mundo enfermo. Veamos.

Nairo Quintana hace poco ganó el Giro de Italia. Todos aplaudimos la victoria de este humildísimo muisca con cara de dios monolítico y de personalidad serena. Ahí iba, con su camisetica rosada, dando pedal. Paradójicamente este hombre es parte de una población golpeada por las pésimas políticas agropecuarias, por carestía en el costo de transporte y fungicidas… (yo de matas pocón). El caso es que este ciclista boyacense represente a un país que le ha dado la espalda al grupo del cual surgió; a saber, el campesinado. Lo mismo puede decirse de Rigoberto Urán, quien fue víctima de la violencia de las AUC, pues su padre fue asesinado cuando se negó a prestarse para una pilatuna de ese grupo y él, a una edad absurda, hubo de hacerse cargo de su hogar vendiendo los billetes de lotería que otrora vendía su padre, poco faltó para que Rigoberto le cogiera odio a la bicicleta.

Otra joyita del collar es Caterine Ibargüen, que salta más que Peñalosa (aquí y allá de partido en partido). Pero lastimosamente no encontró apoyó en mi país tricolor del alma, sino en la cuna de Osvaldo Ríos y Yolandita Monje; Puerto Rico. De hecho, lo único que le dio esta nación de petimetres fue la separación de sus padres gracias al conflicto armado en su Apartadó natal. Allá en Puerto Rico estudió enfermería becada y con pensión de deportista. La morocha salta tanto que tuvo que brincar hasta allá para seguir haciéndolo. No obstante hoy veo en las noticias el gran orgullo de Colombia de haber triunfado en la Liga de Diamante, así, plural y atrevidamente, cuando la ropita, los viáticos y los tenis que usa han sido comprados con plata que con esfuerzo se ha ganado. Si bien el Gobierno debe darle unos millones, es porque ella luchó entrenando y haciéndose con un nombre.

A Cuadrado le mataron el papá “en esas malditas guerras de Necoclí” como bien dice Juan Diego Ramírez en la carta que le hizo a Juan Guillermo. James David surgió sin más soporte que sus propios pies en la comuna más peligrosa y olvidada de Medellín la cual aún hoy no tiene apoyo ni de la empresa privada ni la pública ni nada de nada. País de Nadaistas. Habrá más historias tristes en esa selección de jóvenes violentados, pobres y talentosos, pero las desconozco.

Incluso Mariana Pajón que es bonita y con plata no tiene en donde montar cicla para dar sus volteretas, porque pistas para practicar BMX UCI no hay. No sé si Orlando duque le hayan dado para comprarse el chingue con el que practica sus clavados, y conozco que el entrenador de María Isabel Urrutia anda sumido en la pobreza más triste y bochornosa que hay.

Es muy fácil dar cruces de Boyacá a los triunfantes. Es muy fácil salir como presidente a darles la mano a esos héroes que se joden el espinazo para hacer lo que les gusta y salir adelante con ello, todo un logro. Es muy fácil, pero no correcto. Tampoco es correcto sentirse orgulloso de tales triunfos, al contrario, debemos sentirnos apenados, porque como ciudadanos con poder de voto no hemos movido un ápice de nuestra humanidad hedionda y cumbiambera para promover políticas públicas que promuevan y financien el deporte (ese que tanto desprecio). A ese político que le dio lechona, al que le dio 15 tejas o diez ladrillos, púyelo. Púyelo para que haga una canchita en la que jugar James Rigoberto o Caterine Mariana, que es como le pondrán a los verriondos que nazcan por estas fechas. Aquí en este país del Divino Niño y el tamal enlatado los deportistas se hacen y triunfan solos, lo menos que podemos hacer es sentir vergüenza de que eso sea así y no ser tan cara duras de sentir eso como un logro nacional.

Tristemente es gracias a ello es que son lo que son, como decía en párrafos anteriores. Quizá así se tuvieron que adaptar frente a un panorama tan adverso como el nuestro. Esa debe ser la solución. Amar a ese padre maltratador y egoísta que nos tocó por patria. Estremecernos al escuchar el himno nacional hermoso que tenemos, que le pertenece a una nación tan fea como esta es un acto imperceptiblemente garulla. Precisamente los primeros versos de ese cántico patriotero resumen la alegría cínica que sentimos ante los logros ajenos y autistas. Oh gloria inmarcesible/ Oh júbilo inmortal. ¡Descarados!

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