
El tema de la cuidad en la obra de arte se plantea desde múltiples puntos de vista. Sin duda La Plaza de Bolívar es uno de sus lugares desde donde Zalamea pensaba en términos sociales y políticos. Pero hay otros territorios, Zalamea hace una investigación plástica sobre los acontecimientos y la realidad. Es el lugar donde suceden las catástrofes como es la Balsa de La Medusa de Delacroix O la Última Cena de Leonardo.

Aldo Rossi en su ensayo sobre la “Arquitectura de las ciudades” anota: “La ciudad y la región se convierten en una cosa humana porque son un inmenso depósito de fatigas. Son obras de las manos, pero en cuanto a Patria artificial y cosa construida puede atestiguar valores. Son permanencia y memoria. La ciudad es su historia”.
Por otro lado, Camus en su ensayo sobre el Artista y su Tiempo anota sobre el compromiso con la realidad: “En el momento mismo en que el artista se decide a compartir la suerte de todos, afirma al individuo que él es. Y no podrá salirse de esa ambigüedad. El artista toma de la historia lo que puede ver de ella él mismo o sufrir él mismo, directa o indirectamente, es decir, la actualidad en el sentido estricto de la palabra...Nosotros los escritores del siglo XX ya no estaremos nunca solos. Debemos saber por el contrario que no podemos evadirnos de la miseria común y que nuestra única justificación, si es que tenemos alguna, es hablar, en la medida de nuestras posibilidades, por los que no pueden hacerlo. Pero debemos hacerlo, en efecto, por todos aquellos que sufren en este momento, cualquiera sea la grandeza, pasada o futura, de los estados y los partidos. Para el artista no hay verdugos privilegiados”.

En la última serie que se presenta en la galería El Museo, la figura de una mujer que salió con rasgos de Matisse es uno de los temas. Otro el referente geográfico, es paisaje de un tiempo sin tiempo de la tragedia del poder desde la Plaza de Bolívar, que inunda el Congreso como el barco Titanic. Delante de todos sus espacios siempre esta mujer de otro mundo que fue creciendo con el tiempo de la pintura. Es la representación su posición, es la interpretación de lo que sin duda es su fábula. Y va pintando mientras por el otro lado dibuja en el lienzo. Por otro nos deja saber que hay pinceladas que buscan la abstracción y la geometría y la figuración.
Ese impulso que o lleva a ser también testigo y demuestra en el acto creativo donde la memoria, tiene una enorme prioridad. Para él es importante mantener la fuerza de lo propio.
En una temprana época, cuando Zalamea se pintó frente a la ventana del estudio, en realidad muestra y su realidad presente y el compromiso del pintor pintando. Después, vienen la situación de los múltiples espacios donde madura una compleja composición de crónicas y fantasías en las enormes frutas.
Es verdad que a Zalamea le interesaba interpretar la complejidad porque en su lenguaje quiere representar las presencias y ausencias. Mezclar la superficie con el fondo. Se trata de sucesión de historias cotidianas que encadena los días con los tiempos los pictóricos, los literarios, ya los homenajes a la historia de arte.
Bogotá es uno de esas imágenes que hacen parte de un fondo existencial. En la ciudad acontecen esas historias de la geografía, relato social, las instituciones, el sentido colectivo del individuo, los símbolos de poder cuando se trata de la Plaza de Bolívar.
Para una mejor perspectiva, nos podemos refugiar en los términos de la técnica cinematográfica: el zoom y el paneo. Dos de sus movimientos internos que construyen su ritmo.

Durante mucho tiempo, en el comienzo de los años la obra de Zalamea iba apareciendo espacios interiores y exteriores que se contienen a sí mismos. Durante mucho tiempo, los espacios iban hacia el interior del cuadro. Vino la ciudad desde la ventana, el edificio, la plaza, la montaña. Pero en algunos, el artista pinta en su mecedora preferida, desde donde él mira su objeto pictórico. Se mira desde la espalda mirando la realidad. Se pinta en un espacio que muestra la visión y la razón de su imagen. Plantea la propuesta plástica de una posición de testigo.
Mobby Dick, de Malleville ha sido una de las guías de este destino pictórico. Y a través de este relato, puede pensar en la historia de los hombres que se debaten entre todas las verdades y mentiras posibles en medio del imprevisible mundo del mar y la soledad. Zalamea junta su lucidez sobre la realidad con su capacidad de soñar, imaginar encuentros, y plasmar nuevas ideas.
Después Zalamea busca que la imaginación del cazador de sueños y tormentas y ballenas se una a esa cruda realidad. Siempre con la brújula del ritmo, con la que comienza y acaba cada travesía.
Zalamea, es como aquel que comienza en la novela pidiendo que lo llamen Ismael…, se monta en el barco Nantuket, saca el mapa de navegación para prever la ruta de su mundo creativo. Sí va a la plaza, a la vida, a las puertas del cielo o del infierno. Todo tiene el ritmo de su historia. Transfiere todas sus sensaciones a la tela o al papel. Arma y desarma. Construye y destruye, dibuja y borra, pinta y dibuja. Sacude el barco de la memoria y echa andar los sueños.
En esta última serie conjuga todo.
Galería El Museo: Calle 80, 11-42
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