Gauguin, un gran buscador del paraíso perdido

Gauguin, un gran buscador del paraíso perdido

El pintor que dedicó parte de su vida a recuperar el Edén inocente y primitivo en Tahití, allí lejos del mundo Occidental contaminante con su cultura y sofisticación

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agosto 04, 2019
Gauguin, un gran buscador del paraíso perdido

Occidente ha puesto empeño en la búsqueda de un supuesto paraíso que según las leyendas bíblicas se perdió; recuperarlo le ha sido de gran fascinación. Muchos creyeron que este se encontraba entre los pueblos de inocencia primaria que habían permanecido sin el contagio de las culturas modernas; allí en donde el “buen salvaje” con un simplismo costumbrista y un alejamiento de la ciencia y de las consideraciones filosóficas modernas harían propicio el mantenimiento o renacer de ese arquetipo edénico que Milton intentó explicar en sus extensos y doctos escritos. El gran artista Paul Gauguin sucumbe también a esta idea y dedica parte de su vida a buscar en Tahití tal paraíso.

Paul Gauguin (1948, París – 1903, Polinesia) no escapó a la condena que se cierne sobre muchos artistas: llevar una vida de escaso reconocimiento y precariedad económica. Triste drama, corriente y real, que el tiempo se encarga a veces de rectificar post mortem con fama y valuaciones exorbitantes del precio de sus obras, cuando ya la existencia del tardíamente acreditado ha desaparecido y padecido de grandes infortunios. La extensa obra de Gauguin (pintura, escultura, grabado, cerámica, escritura) se encuentra ahora admirada, encarecida y dispersa por el mundo en colecciones privadas y en grandes museos.

Gauguin gozó de una cultura muy universal adquirida en sus vivencias en Europa, el Caribe, Polinesia y América del sur. Un personaje del siglo XIX que alejado de prejuicios raciales y culturales, se sumergió en lo diferente, disfrutó de ello y supo comunicar al refractario Occidente de entonces (y actual) su deleite personal y apego a la diversidad.

La abuela de Gauguin fue la reconocida humanista y feminista francesa Flora Tristán, de origen peruano por parte de padre. Se sospecha que Simón Bolívar fue en realidad el padre de Flora. Una bella e intrincada historia narrada admirablemente por Mario Vargas Llosa en su libro “El paraíso en la otra esquina” en el que nos refiere sobre Paul Gauguin y de esta abuela desde la distancia geográfica (Lima, Tahití), cultural y temporal. Gauguin nace en Francia, pero a los 2 años viene a vivir a Perú, en donde permanece hasta los 7 años. Es decir, que su lengua de origen fue el español, el francés lo aprendería posteriormente.

El film documental “Gauguin en Tahití - El paraíso perdido” que nos trae Cine Colombia da estupendamente parte de la vida personal y artística (ambas muy estrechamente ligadas) de Gauguin durante su permanencia en Polinesia, lapso que se considera como muy significativo en su obra, en todo caso el más representativo y conocido. Vemos en esta cinta a Gauguin fatigado de su estancia parisina trasladarse en 1891 a una vida alejada del bullicio, de la restricción cultural y de los salones de alta sociedad, para adentrarse en un ambiente tropical, silvestre, henchido de colorido y sobre todo colmado de una cultura enteramente diferente a la suya Occidental. En este nuevo contexto sobresale la libertad sexual, esa que en el París librepensador se quedaba corta debido a la influencia y ordenamiento judeocristianos. Encontrar tantos cuerpos femeninos desnudos, llenos de sensualidad y libertad innata, y además a su alcance sexual lo llenó de entusiasmo y vitalidad artística que plasmó en su prolífica obra. Su gran pasión fueron las jovencitas que escogía de 13 o 14 años, cuando él por entonces sobrepasaba los 40; nada sorprendente para la ley francesa y las costumbres polinesias de entonces.

Es muy amplio su trabajo pictórico producido en Tahití que destaca por un extenso colorido, una particular floración y exuberante flora. En estos idílicos parajes que su obra recoge destacan las féminas, que exhiben sus cuerpos desnudos con gran naturalidad y espontaneidad, destilando un erotismo nativo sin pretensiones ni poses; lo propio del lugar. La inspiración o escuela del artista –esa que había visto nacer en París– fue el impresionismo que él llevó a dimensiones cargadas de exotismo, de gran contenido étnico y de mucha carga colorífera. Siente el espectador forzosa y deliciosamente el calor, la luz radiante y la sensualidad que el artista ha querido comunicar en sus pinceladas de gran naïf. Su obra se caracteriza por una tendencia primitivista que es tildada de posimpresionista y que tanto influenció a los artistas de avant-garde, en particular a Picasso.

Gauguin trabó relación e incluso amistad con los grandes artistas europeos de la época que hoy siguen encarnando la vanguardia de aquel momento; entre ellos sobresale Vincent Van Gogh con quien ligó amistad fuerte, para poco después convertirse en gran animadversión, al punto que se afirma que el desdichado corte de oreja que Van Gogh se infligió fue consecuencia de las disputas con Gauguin. El pintor holandés que había calificado los lienzos de Gauguin de: “¡Formidables! No fueron pintadas con el pincel, sino con el falo. Cuadros que son, al mismo tiempo, arte y pecado [...] Esta es pintura que sale de las entrañas, de la sangre, como el esperma sale del sexo”. Una traumática proximidad que comenzó en colaboración y admiración artística y pereció en lastimosa hostilidad.

En Tahití, tierra que imaginaba impoluta del contagio del mundo occidental Gauguin se topó con la fuerte colonización del entonces imperio francés que imponía sus costumbres erradicando las autóctonas, que arrasaba las nativas imponiendo religión, gobierno y explotación. Contra ello se rebeló Gauguin por escrito en un periódico que dirigió, en prédicas vehementes ante los nativos, y a través de su obra con la pretendió salvaguardar la tradición polinesia.

Su final fue de poco gozo para el artista y para quienes lo rodearon, una sífilis atrapada en Europa se manifestó con fuerza, su cuerpo se llenó de llagas, haciendo poco placentera su compañía, en particular para su nueva y jovencísima amante a quien, a pesar de las circunstancias de  salud, dejó embarazada; sus descendientes aún viven en esos parajes.

A título de colofón, transcribo un comentario leído hace algún tiempo: “Gauguin exploró Tahití y las Islas Marquesas, en su encuentro con el soñado Edén, en cierto modo la vuelta al paraíso de su infancia y se dio cuenta que la civilización había llegado también allí y que volver atrás, en donde la humanidad tendría la oportunidad de comenzar de nuevo, era ya imposible”. Un buscador de sueños que muere contrariado, casi miserable y, tal vez, sin reconocer que paraísos no existen, aparte de esos artificiales que cándida y caprichosamente nos forjamos...

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PD: Mi recomendación de asistencia a este estupendo filme documental presentado por pocos días (15 al 18 de agosto 2019) en las salas de Cine Colombia en varias ciudades del país.

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