Explícanos el país
Opinión

Explícanos el país

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febrero 10, 2014
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Me dice mi amiga intelectual-superficial, que es inteligentísima y no es abogada. “No opines si no quieres. Haz una especie de Plaza Sésamo para Dummies y explícanos.”

Ojalá yo entendiera el país, pienso. Pero a lo mejor mi amiga tiene un poco de razón. Yo en teoría y en práctica estoy acabando Derecho. Y lo cierto es que, los que estudiamos Derecho o son abogados, leemos el periódico y nos preguntamos cómo harán para entender la mayoría de las noticias los que no tienen naturaleza abogadística. ¿Cómo así que en Colombia hay tres cortes y por qué los gringos tienen solo una? De pronto es verdad el triste diagnóstico de Ricardo Silva Romero: “Colombia es un juego que solo saben jugar los abogados”.

No debería ser así. Sería mejor que fuera fácil “jugar” para los ingenieros, artistas, músicos, emprendedores. Para la gente que hace cosas.Y entonces, se me ocurre que le voy a explicar a mi amiga otra de las cosas que me preguntó ese día, le voy a explicar qué clase de bicho es una tutela. Aclaro que esta es una explicación como la que ella me pidió: Plaza Sésamo y para Dummies, cargada por eso mismo de imprecisiones y matices, pero es que es para no abogados. Aunque sin canciones ni títeres, lástima.

Una tutela es un mecanismo que se introdujo en Colombia en la Constitución de 1991 para proteger derechos fundamentales vulnerados o en riesgo grave de que se vean vulnerados. La idea es que como la protección de estos derechos es importantísima (la vida es el típico ejemplo) necesitaban un mecanismo de protección rápido y efectivo. Por eso la tutela la puede poner cualquier persona, sin necesidad de ayuda de un abogado, de forma oral o escrita, ante cualquier juez del país. Eso sí, tiene que ser o para proteger un daño inminente o porque (ya) no hay otra vía judicial para hacerlo. El juez tiene que decidir en diez días si efectivamente se está vulnerando un derecho fundamental. Así, en un país donde “la vida práctica de un abogado son tres casos” porque estos duran fácilmente quince años, se imaginarán la revolución que fue.

La tutela se puede apelar y después todas las tutelas van a parar a la Corte Constitucional y los magistrados de la Corte escogen algunas para “revisarlas”. La revisión no es más que sentarse a volver a mirar el caso, ya sea para cambiar la decisión del juez  o para confirmarla. Si uno va a la Corte un día en que hayan llegado los expedientes de los casos de tutelas hay torres y torres de papeles en los pasillos. La idea de estas revisiones es actuar como guía para los jueces de todo el país de cómo se deben revisar casos parecidos. Esta guía, no obstante, no es obligatoria. Los jueces pueden siempre juzgar si en su caso hay factores que hagan que la situación sea distinta y, justificadamente, apartarse de la guía de la Corte.

Así, vía tutela se han protegido un montón de derechos fundamentales de manera rápida y efectiva como, de nuevo recorriendo mis ejemplos estándar, el derecho de niños intersexuales a que nadie, ni los médicos ni sus papás, elijan o los obliguen de una u otra manera a definir su género.

No obstante, como toda herramienta, depende de quién la usa y también de quien la decide. Por ejemplo, las tutelas han impulsado un montón de políticas para proteger a personas Desplazadas.

Un uso “innovador” reciente fue la “tutelatón”: la lluvia de tutelas que pusieron los electores de Petro para exigir la protección de su derecho (fundamental) a elegir alcalde y a que se respetara su elección. El Tribunal de Bogotá dijo, más o menos, que sí, que si suspendían a Petro sin que el proceso llegara al final de sus posibles apelaciones, se estaba en riesgo de vulnerar esos derechos, qué tal que sea inocente, y entonces “suspendió la aplicación del fallo”.

Otra tutela que suena en los medios estos días es la de los vecinos de una obra de Pedro Gómez en la 70 y algo arriba de la séptima, en Bogotá, para parar una obra. La Corte Constitucional la concedió.

Y así se revela algo que los abogados sabemos: el derecho es también un medio para alcanzar los fines propios, dentro de algunas reglas claras, lo que llamamos “ordenamiento jurídico”. Si me preguntan a mí, la tutelatón fue una ideaza, una forma alternativa y tranquila de evitar un Bogotazo II. La de Pedro Gómez, tiene un olor a pataleta de vecinos, pero no se, habría que leer el fallo.

Lo que sí es que, la próxima vez, mi amiga y usted ya van a poder decir qué tutela les huele a que sí, y qué tutela creen que no.

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