Donald Trump empezó a caminar en política hacia finales de la década de 1980, apoyando a George H.W. Bush como candidato del partido republicano a la presidencia, hizo varias entrevistas donde daba sus opiniones y, a ratos, mostraba cierto despecho hacia Japón, por algo que había herido su vanidad.
El 17 de diciembre de 1988 ocurrió el estropicio. Donald Trump perdió en una subasta no haber adquirido el famoso piano de la película Casablanca (1942) protagonizada por Bogart y Bergman. Aquel día después de una puja feroz, lo adquirió Eric Vance, pagó 154.000 dólares a Sotheby’s. Vance dijo que pujaba en nombre de un coleccionista japonés. “El señor Trump -dice el NYT- se sentó en el fondo de la sala y un acompañante pujó por él”.
Por entonces, en los programas de Larry King y de Oprah Winfrey, el hoy presidente, hablaba de cómo los aranceles podrían frenar el ímpetu japonés, “durante décadas, Japón y otros han estado aprovechándose de EE. UU”. Para el Trump de 1988, Estados Unidos estaba invadido de productos nipones, mientras que ponían todas las trabas para “hacer negocios” dentro de Japón.
Lo del piano amplió su perspectiva, ya que, en esos mismos meses, vio que varias empresas japonesas le habían ganado, por la mano, en la compra y desarrollo de propiedades en la ciudad de Nueva York. Aprovechó sus apariciones en televisión a favor de la campaña de Bush para pedir tasas de 15 y 20% para los productos importados de Japón. El ascenso de la economía del país del sol naciente en los años 80 marcó la conciencia del presidente, esto hace que su postura de hoy tenga sentido. Según la historiadora, Jennifer M. Miller, de la Universidad de Dartmouth, esto representa un claro reflejo de “su obsesión por ganar, algo que cree que los aranceles le permitirán lograr”.
El codiciado piano ha pasado de mano en mano, en 2014 se vendió en Nueva York, en otra subasta, por US$ 3,4 millones, lo compró un dentista de Los Ángeles. Como se ve, el germen de la guerra arancelaria viene desde hace unos 40 años atrás.
Jardín de las Rosas-Casa Blanca
Miércoles abril 2, llega el día que el presidente Trump ha esperado hace mucho tiempo. Anuncia en el Jardín de Rosas aranceles globales universales, que quitan la respiración al mundo entero. Nadie escapa al decreto, ni siquiera las deshabitadas Islas Heard y McDonald, que muy pocos saben dónde se ubican. En realidad, como dice Trump, estos nuevos aranceles son un punto de inflexión a nivel mundial y para Estados Unidos. Dice que lo llamó “Día de la Liberación” porque el miércoles será evocado como el día en que la industria estadounidense renació, se recuperó el destino de Estados Unidos y se comienza a enriquecer al país de nuevo.
Pero las rosas pinchan
“Nuestro país y sus contribuyentes han sido estafados durante más de 50 años. Pero esto ya no va a suceder. No va a suceder. Es nuestra declaración de independencia económica”, dijo con satisfacción el multimillonario en el Jardín de Rosas. Es difícil de entender esto porque si miramos a Estados Unidos después de la IIGM, es el país que con más opulencia ha vivido, donde ha florecido la investigación, la ciencia.
Casi todos los premios Nobel salen de sus universidades. Los grandes talentos han sido atraídos al país gracias a su bonanza económica. Si hay pobreza en Estados Unidos -que existe y muy lacerante- se debe al fracaso del modelo económico, que premia a un grupo selecto de personas, a la tributación que alimenta las desigualdades y en última instancia a una democracia, capitalista, que exalta la ley del más fuerte.
La idea que se esparció a todo el mundo, desde las juntas directivas, bancos, gobiernos, es que el capitalismo salió triunfante y se quedó sin rivales. Se creó este estribillo: ‘Reina solitario y es el único que aporta bienestar’. Está la frase engañosa de Warren Buffett, ‘si no ganas dinero mientras duermes, trabajarás hasta que mueras’. Esto solo está permitido para un puñado de seres en todo el mundo, además, no es necesario para encontrarse uno a sí mismo.
Ahora bien, que Donald Trump quiera más dinero para engordar sus arcas, eso es asunto suyo. Pero hablar de que han sido “estafados”, eso pertenece a la clásica escuela del cinismo. Y por qué no habla el presidente del “superávit masivo de Estados Unidos en servicios como software, finanzas, propiedad intelectual, el auge increíble de las acciones tecnológicas y de la inteligencia artificial”, como pide el economista Paul Krugman. Es necesario tener una visión holística de la economía para llegar a conclusiones aceptables para todos, y no desinformar con solo una parte de ella.
Aún está lejos el día de la liberación
Al discurso en el Jardín de Rosas, entre la multitud reunida, asistieron líderes del sindicato United Auto Workers con sus cascos de seguridad puestos -uno de cada diez empleos depende de la industria automotriz-, Trump les lanzó a los sindicalistas -se supone que siempre han sido demócratas y el año pasado apoyaron en las elecciones a Joe Biden- una gorra MAGA, y haciendo un gesto hacia ellos, dijo que se beneficiarían si la manufactura regresara al país.
Cuando el presidente dice “si regresara”, dice la verdad, ya que se refiere a algo que podría o no suceder en el futuro. Juega con las expectativas de las personas que esperan ver “la nueva era dorada”, prometida el 20 de enero.
El sueño dorado de Trump es reabrir fábricas y revitalizar ciudades gracias a los aranceles. Es legítimo que un líder político hable así. La presidente italiana, Giorgia Meloni, lo dice de esta manera: Me parece muy bien que Trump quiera el nacionalismo para su país, yo lo quiero para el mío. Qué líder político, si es líder legítimo, no quiere hacer grande a su país, y está dispuesto a hacer los cambios necesarios para lograrlo. Lo encantador de Donald Trump es que está sacudiendo las estructuras anquilosadas de algo que llaman democracia, y que respira con mucha dificultad, sus bronquios cada vez se cierran más.
¿Pueden las empresas manufactureras operar pronto?
El que espera que de la noche a la mañana los aranceles produzcan un milagro, está en babia. Las fábricas de hoy se manejan con alta tecnología, el uso de robots es básico en la productividad, la calidad y el acabado, la época de la industrialización en la revolución industrial del siglo XVIII queda en pañales ante las exigencias de la producción actual. “Los pedidos de estos equipos de capital personalizado se hacen con años de antelación”, aclara Erin McLaughlin en Los Angeles Times.
El proceso de construcción de una fábrica es largo, puede llevar años, necesita aprobación ambiental, licencias gubernamentales, diseños, la construcción y el equipamiento. Hacer lo que hicieron los chinos al estallar la pandemia de 2020 es una excepción: Dicen las autoridades chinas que el hospital Huoshanshen lo construyeron en 10 días en la ciudad de Wuhan para atajar la bacteria del coronavirus y con capacidad para 1.000 personas.
Las nuevas instalaciones de fabricación requieren dinero para construirse y personal para operarlas. Enseguida llegan los desafíos de la alta financiación, la exposición a la inflación que puede causar la bancarrota y disponer de mano de obra cualificada - ¿Detroit dispone de operarios actualizados y preparados para entrar en acción? ¿el consumidor desechará comprar coches fabricados en Japón? – La experiencia no se improvisa.
Asia meca del comercio
Estados Unidos delegó su producción hace más de 40 años. Sus fábricas se trasladaron a Asia, simplemente buscando mano de obra barata. (¿Está mal esto, para reducir costos y aumentar la productividad? ¿La globalización ha llevado a una economía distópica general donde pierde la mayoría y gana la minoría?) Por ejemplo, Nike y Adidas fabricaban sus tenis en China, al fijar Trump aranceles en su primer mandato al gigante asiático, las marcas deportivas se trasladaron a Vietnam que, el ‘Día de la Liberación’, sufrió un arancel del 46%. ¿Nike y Adidas optarán ahora por las islas habitadas de pingüinos que quedaron con un 10% de arancel?
Este proceder -fábricas deslocalizadas- dio lugar a un informe que escribió Peter Navarro en 2016, que dio forma a la política comercial de Trump: “Los problemas estructurales relacionados con el comercio en la economía estadounidense han dado lugar a un crecimiento más lento, menos empleo y una mayor deuda pública”
El incendio se intensifica
Los aranceles llegaron. Lo extraño es el aspaviento que han producido en todo el orbe. Todos lo sabían porque Trump desde 2015 repite sin cesar el mismo estribillo -incluso desde que perdió el piano de la subasta-, pero nadie tomó medidas creyendo que era una habladuría suya. O mejor sería decir que por comodidad, por conveniencia política y por anclarse en el poder, los líderes políticos no quisieron mover ficha. Parlamentos esclerotizados, partidos políticos aferrados al statu quo vigente, y votantes que han sido engañados en su buena fe.
Los aranceles del miércoles 2 abril evocaron el incendio de Roma. Mientras la ciudad ardía Nerón tocaba la lira, según Suetonio. Trump le metió fuego al sistema financiero y comercial mundial y se fue a jugar golf. Al finalizar la partida, dijo sobre el caos generado por sus medidas: tienes que tomar la medicina si quieres componer algo. Y dejó la puerta abierta diciendo, ya veremos si me ofrecen algo “fenomenal”.
El martes 8 abril el incendio sigue alborotado. Wall Street parece implosionar. Las bolsas están como en 1930. Los consorcios comerciales no saben qué camino tomar. Los bomberos no saben qué hacer. Trump no mueve un solo músculo de su cara. Su entrecejo se endurece más. La Casa Blanca afirma -según el WSJ- que los aranceles del 104% a China entrarán en vigor a medianoche. Se confirma la opinión de Satya Nadella, CEO de Microsoft, “él juega al ajedrez cuando otros juegan a las damas”.
Aparecen Grietas
Elon Musk piensa que se ha ido demasiado lejos con los aranceles. Publica vídeo de Milton Friedman donde hace un elogio encendido del libre comercio y trata a Peter Navarro -el asesor comercial del presidente- con desdén.
En una entrevista en CNBC el lunes 7 abril, Peter Navarro ataca a Musk, lo llama ignorante en temas de aranceles y comercio. “Elon es un ensamblador de automóviles”. Él quiere “piezas extranjeras baratas” (para sus automóviles), ya que muchas de ellas provienen de Japón China y Taiwán. Musk en su cuenta en X trata a Navarro de “auténtico imbécil. Lo que dice es manifiestamente falso”. El hombre más rico del mundo le aclara que “Tesla tiene la mayor cantidad de coches fabricados en Estados Unidos” y “con el mayor porcentaje de material estadounidense”. Y remata: “Navarro es más tonto que un saco de ladrillos”. Más tarde, Musk se disculpó… con los ladrillos.
La posición de Musk es clara: Le pide al presidente Trump que reconsidere los nuevos aranceles, dice el diario Washington Post, cuyo dueño es Jeff Bezos.
¿El lobo del proteccionismo disfrazado de oveja del libre comercio?
Mario Draghi, expresidente del BCE y expresidente de Italia, afirmaba en un artículo que escribió para el Financial Times, el pasado 14 febrero, que las trabas internas de la Unión Europea (UE), funcionan como aranceles que elevan los costes del sector manufacturero europeo un 45% y los del sector servicios un 110%, usando datos del FMI. El problema no es Trump sino la propia UE, con las barreras comerciales que se ha impuesto a sí misma que impiden su crecimiento, escribe Draghi. Europa cayó en su propia trampa. Pero lo que cuenta no es caer, sino levantarse.
La UE promueve el libre comercio exterior, pero afronta obstáculos internos significativos: regulaciones divergentes, burocracia y restricciones nacionales que dificultan la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas. “Las empresas europeas sufren mayores costes administrativos e impuestos que las estadounidenses. Sus costes, a igualdad del producto, son entre 50% y un 200% superiores”, expresaba Durão Barroso, hace unos años cuando era presidente de la Comisión Europea; sus dirigentes hicieron oídos sordos a esta advertencia.
La UE asumió el papel de chivo expiatorio. Trump va a lo suyo, nadie lo distrae de su idea, que le viene vía Peter Navarro -el más ferviente defensor de los aranceles y que tiene el oído del presidente-. Navarro cree que los aranceles podrían ser la principal fuente de ingresos de la economía estadounidense sustituyendo al impuesto sobre la renta individual, ya que el sector servicios representa tres cuartas parte del PIB y emplea al 79% de la mano de obra del país. Y también como herramienta para reequilibrar las relaciones comerciales del Tío Sam. El objetivo de la política arancelaria es conseguir que el déficit comercial estadounidense “vuelva a cero” y lograr la reindustrialización, pero como ya dijimos, las fábricas no se instalan en un abrir y cerrar de ojos.
1,2 billones de dólares
El superávit comercial de México con EE.UU. en 2024 alcanzó los US$171.809 millones. El déficit comercial con China de EE.UU. US$295.400 millones. Con la Unión Europea EE.UU. alcanzó un déficit de US$235.600 millones. Según el Departamento de Comercio de EE.UU. en 2024 tuvo déficit comercial global de 1,2 billones de dólares -China tuvo un superávit en 2024 de 992 mil millones de dólares-.
Trump tiene toda la razón al preocuparse por ese déficit comercial. La calificadora de riesgos Moddy´s advierte que Estados Unidos puede experimentar un declive de varios años debido a sus crecientes déficits presupuestarios y su costosa deuda.
Una noticia preocupante
El ‘Dia de la Liberación’ produjo un frenesí como pocas veces se ha visto. El economista Ken Roggoff, antiguo jefe del FMI, dijo a la BBC: “(Trump) lanzó una bomba nuclear sobre el sistema de comercio global”. Paul Krugman, Premio Nobel de economía, no se lo cree: “Este es el shock comercial más grande de la historia”, dijo al NYT. “Pasará a la historia como uno de los mayores actos de autodestrucción de la historia económica de EE.UU.”, escribió el editorialista del Financial Times. “Los aranceles supondrán menos crecimiento y más inflación”, dijo Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (FED).
Entre los economistas existe la idea de que los aranceles no son la medicina adecuada para bajar el déficit comercial de un país, más bien obedece a factores macroeconómicos estructurales. El déficit comercial aparece cuando la demanda interna sobrepasa a la producción nacional. La demanda es muy superior a la oferta.
Este resultado se presenta, o bien por un déficit fiscal -el gobierno gasta más de lo que recauda-, o por un desajuste entre la inversión productiva y el ahorro interno -este último no alcanza a cubrir los gastos-.
¿A quién sirven los aranceles?
Desde el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, enero 20 de 2025, para iniciar su segundo período, se habla con insistencia de ‘guerra comercial’. Son conflictos entre países con intereses nacionales contrapuestos que buscan el dominio económico, y todas las estrategias y argumentos utilizados para doblar el espinazo al otro responden principalmente a los intereses de las élites económicas y políticas. El trabajador no entra en esta ecuación, flota ingrávido, entre la marea de ganadores y perdedores. ¿A qué se debe esto?
La globalización benefició a las empresas multinacionales y a los financieros porque servía para obligar a los países a competir sobre la base de salarios bajos. Los productos japoneses, chinos, coreanos, vietnamitas coparon la oferta de Walmart y las ganancias resultantes permitieron a los capitalistas asiáticos invertir en dólares, bonos de Estado, propiedades y entrar en Wall Street. El capital iba y regresaba a Estados Unidos. Esto tuvo un costo: EE. UU. se desindustrializó a causa del traslado de empleos a Asia y las zonas industriales del país entraron en declive.
Del otro lado, China se industrializó a marchas forzadas, millones de campesinos chinos marcharon a las ciudades donde había trabajo, pero bajo formas muy precarias. Aquí Peter Navarro dice una verdad a medias, Pekín está empobreciendo a EE.UU. con prácticas silenciosas y cambiando las reglas de juego, elude regulaciones ambientales, aplica estándares mínimos de salud y seguridad laboral. Peter pasó por alto el inconveniente de colocar al zorro a cuidar las gallinas.
Biden también impuso aranceles
Trump se define como “el hombre de los aranceles”, aunque su sucesor, Joe Biden, mantuvo vigentes los aranceles de Trump durante su período de gobierno. No solo siguieron en vigor, sino que los aumentó únicamente a China, lo hizo el 14 de mayo de 2024, para luchar contra las políticas comerciales injustas de China. Gravó el acero, el aluminio, los semiconductores, los coches eléctricos, las baterías, y hasta jeringas y agujas. Hoy, igual que ayer, China protestó, “la imposición unilateral de aranceles viola las reglas (de la OMC)”.
Trump estableció aranceles en 2018. Varios estudios económicos demostraron que estos aranceles no lograron impulsar la manufactura estadounidense y, el colofón no fue exitoso, ya que costaron más empleos de los que crearon.
Acuerdo Fase 1
Hay un hito interesante, el 15 de enero 2020 -antes de que despertara el temido Covid-19- los gobiernos chino y estadounidense llegaron a un acuerdo comercial de “Fase 1” para poner fin a la guerra comercial marcada por tarifas “ojo por ojo”. Los chinos prometieron aumentar sus compras de bienes estadounidenses por un valor de US$200.000 millones más que antes de que estallara el conflicto arancelario y acordaron abrir su sistema financiero a compañías estadounidenses. China incumplió el acuerdo y no se llegó a la fase dos. La pandemia exacerbó las distorsiones existentes, arrasó las economías del orbe, revolcó la renta, los ahorros, el gasto, que llevan a un aumento de la deuda y disparó el desempleo, la inflación, los costes marítimos y mató a millones de personas.
¿Trump cede?
En plena resaca de ‘Día de la Liberación’, Trump decide el 9 abril levantar el pie del acelerador, establece una pausa de 90 días a sus aranceles recíprocos, esto provoca que las grandes tormentas desatadas en estos 7 días, calmaran las angustias del mercado capitalista. El secretario del Tesoro, Scott Bessent, cuestionó la sugerencia de que Trump retrocedió por el caos creado, como dicen sus enemigos.
Pero en lo que no hay pausa es en la guerra comercial con China que sigue escalando. La Casa Blanca dice que el arancel a China es de 145%. Por su parte, China eleva del 34% al 125% los gravámenes a los bienes procedentes de Estados Unidos. La guerra arancelaria de Trump evoluciona a un enfrentamiento de alto riesgo con China. Parece que ahora ya no es un enfrentamiento nacionalista sino de orgullos. Donald Trump permanece impertérrito y Xi Jinping no pierde su compostura. Frente a frente están el imperio americano que parece caer y el imperio oriental que parece subir. Abocarnos a caer en la trampa de Tucídides porque el orgullo ciega cualquiera otra salida, sería asunto de mentecatos.
También le puede interesar: