Salvo algún factor considerablemente extraño, a partir del lunes, Colombia estará embebida en la historia del cantante de música popular más exitoso de todos los tiempos en nuestro país. Y se podrá discutir dicha condición, porque Óscar Agudelo, Gabriel Raymond, Alci Acosta o el Caballero Gaucho –que sin duda era un caballero, pero no gaucho– fueron anteriores a él; Charrito Negro y Luis Alberto Posada, sus contemporáneos, Jeison Jiménez, Pipe Bueno y otros tantos, la nueva camada del despecho nacional. Pero Darío Gómez es un fenómeno de la música colombiana sin precedentes, al que no igualan ni los consagrados internacionalmente Carlos Vives, Juanes o Shakira; y menos los actuales Karol G., J. Balvin o Maluma.
Ahora bien, está claro que se deben medir las proporciones, no guardarlas. Ni más faltaba. No llegó jamás a las cifras que cobra ninguno de los ya mencionados en cualquier lugar del mundo o lo que se embolsilla un Silvestre Dangond en la comarca, pero agotar las existencias de la Industria de Licores de Antioquia es una proeza inalcanzable por cualquier artista patrio. Sí, así fue. Ocurrió tras su muerte el 26 de julio de 2021. En la mayoría de los 125 municipios antioqueños el trago escaseó cuando el Rey del Despecho abandonó este mundo, ratificando una de sus máximas sentencias consagrada en los versos de una canción que nos dejó como otro himno nacional, no tan alternativo sino más bien inexorable: Nadie es eterno. Una canción que se convirtió en la banda sonora de casi todos los entierros en los cementerios de Colombia y también en algunos funerales de alcurnia.
Es probable que no haya ningún colombiano que no sepa quién es Darío de Jesús Gómez Zapata. Y escribo ‘es’ y no ‘era’, porque los artistas o ídolos populares no se mueren del todo. Y no hay alguien que no se sepa alguna estrofa de cualquiera de sus canciones. Ya deben los paisas estar viendo cómo dicen del de San Jerónimo lo mismo que aseguran de Gardel y convirtieron en verdad absoluta: “Carlitos canta mucho mejor hoy”. Han pasado 90 años desde que el 24 de junio de 1935 el morocho del abasto decidió morirse en tierra de la arepa y los frijoles, y apenas tres años larguitos desde que un fumador empedernido y denodado bebedor, postergó hasta la irracionalidad una cirugía de corazón que podría tenerlo todavía vivito y coleando. Pero no, la ambición rompió el saco una vez más y pasó a mejor vida.
La serie o novela o biopic (del inglés biographical y motion picture) sobre la vida de Darío Gómez, cuenta con todos los elementos para convertirse en éxito del atribulado Canal RCN, que desde Betty la fea, no tiene una producción que arrase con la competencia y con el rating. Primero, ya tienen escándalo a bordo porque la familia Gómez no está de acuerdo con la versión que vendió a los productores, Olga Lucía Arcila, segunda mujer del cantante y quien ofició como su manager la mayor parte de su carrera. Segundo, el controversial protagonista Diego Cadavid, un rolo de racamandaca con más pinta de rockero de La Candelaria, que arrabalero de las antiguas estaciones del ferrocarril de Antioquia. Y un tercer elemento recontra asegurado y es la propensión nacional a las bebidas espirituosas, que también cuenta con su monarca paisa: John Alex Castaño, El Rey del chupe.
En Colombia se bebe por todo y la mal llamada música popular (toda la música colombiana es popular) cuyos orígenes están en la de carrilera propia, las rancheras mexicanas, los valses ecuatorianos y los tangos argentinos, entre otras influencias, exhorta a tres cosas: trago, mujeres y superación de la pobreza; representada en excesos y un tufillo de resentimiento social que varios han explotado, ninguno como el ensombrerado y de pelvis siempre echada hacia adelante, que se hace llamar El Señorazo: Luis Alfonso. La calidad de Darío Gómez como compositor es tan indiscutible, como relativa su calidad como intérprete. Carismático por supuesto, empático ni se diga, pero lo de buen cantante se queda en que supo entender la forma en la que el pueblo colombiano ama y cómo enfrenta el desamor. Ese fue, es y será su mayor mérito como artista.
Todo está servido para que la vida expuesta de Darío Gómez sea un éxito. Sus orígenes campesinos, su pobreza, su trasegar por varios oficios, su poca educación formal, el asesinato culposo de su padre en medio de un episodio de violencia intrafamiliar, la muerte de su hermana, la orfandad de su nieta, sus amores y desamores, las aventuras propias de un artista que no caben en las dos anteriores, su relación con una sobrina, su descendencia y su abultada herencia, la prole de sus dedicaciones cifradas, sus presentaciones en grandes estadios y coliseos de pueblitos olvidados donde él era un Dios que los visitaba con más frecuencia, las anécdotas con narcotraficantes que quisieron y pudieron denotar con él toda tu ostentación, su fama, el dinero y su decadencia, pues los años, el trago y el cigarrillo le habían pasado cuenta de cobro: ya olvidaba las letras y en medio de la fuma no podía cantar.
Falta ver qué se cuenta y qué se oculta. Narra el mito en el norte del Valle que Henry Loaiza Ceballos, alias el Alacrán, lo hizo cantar toda una noche Lo que va a ser para uno y que por cada interpretación le daba un millón de pesos, dinero con el que el paisa montó Discos Dago. Y el mismo Darío Gómez contaba que no recibió un Ferrari que el narcotraficante Pacho Herrera quiso darle como aguinaldo. Ojalá Cali y un vallecaucano tengan espacio en la serie, porque Nelson Moreno Holguín, director de Radio Calidad, es el bautista del Rey del Despecho y quien recorrió en su cacharrito pueblos aledaños a la Capital de la salsa, como Jamundí, Dagua, Puerto Tejada y Santander de Quilichao, para promocionarlo cuando el mismo Darío vendía sus discos de cantina en cantina; y quien convirtió el Parque de la Caña y a la ciudad, en su primer fortín con la canción Así se le canta al despecho:
Pienso a veces que si la vuelvo a ver, la mataría, junto con él
Y terminar con matarme también, para olvidar que la amé
Cantinero un trago doble, que hoy estoy en mi derecho
Y una guitarra que llore, porqué así se le canta al despecho.
Su gran éxito fue ser admirado por saber interpretar tanta tragedia.
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