Ese polvito se perdió
Opinión

Ese polvito se perdió

Una persona muere cada tres horas en “Meijing” por cuenta de la contaminación del aire

Por:
abril 14, 2016
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Tengo unos vecinos que ya estaban listos para ser los nuevos saharauis del sitio más apartado que se hubiere descubierto nunca en las inmensidades del desierto del Sahara: Medellín.

Qué más quisieran muchos paisas, con esa obsesión de ser “los más” de cualquier cosa, que nos caracteriza.

Al lado nuestro, los recién llegados —qué va, fue el desierto el que llegó a nosotros en forma de lunares diminutos para estamparnos los pulmones y la sangre—, los tuaregs y los beduinos no pasarían de ser unos advenedizos; tendrían que reconocer que la capital de la montaña estaba ahí, en los lejanos límites de su amado y sufrido arenero, desde mucho antes de que ellos poblaran sus extensiones.

Por eso cubrieron el balcón —los vecinos— con una colcha curtida y rodearon la bañera de cactus, pencas y una palmita que imaginaban datilera, a fin de adaptarse al hábitat que les había traído el viento. Complementado con un camello en tamaño natural, encargado a un talabartero de Jericó. De postal.

Pero el hombre propone…

Y la Red de Monitoreo de la Universidad Nacional dispone.

Días después de que el Área Metropolitana mencionara, entre las principales causas del enrarecimiento del aire que los habitantes de Medellín veníamos notando hacía semanas, las arenas del Sahara, los expertos de la UN determinaban que el aporte de la mismas era minúsculo en la nube de esmog que se estaba tragando las montañas, las operaciones del Olaya Herrera y, lo peor, la salud de las personas. A las Urgencias de los hospitales no les cabía, no les cabe desde entonces, un estornudo más.

Y para colmo, la realidad. De saharauis, nada; ni siquiera arenillas africanas. Antioqueños de carriel. La colcha volvió al armario; la vegetación desértica, al vivero; y el litigio por la propiedad del camello, del cual mis vecinos habían pagado por adelantado la mitad, está en poder de dos conocidos bufetes de la sabana.

Ese polvito —el del Sahara, digo— se perdió.

Y es que, bromas aparte, el tema es muy serio. (Increíble que se hayan encendido las alarmas entre los asmáticos y en las redes sociales, antes que en las dependencias oficiales).

La falta de lluvias y de vientos, las pavesas que dejaron los incendios forestales,
millón y pico de vehículos y la humareda perenne del sector industrial,
son el batido tóxico que nos mata sin apenas darnos cuenta

Y, si bien no es culpa de la administración municipal, tampoco es una emergencia que haya tomado a nadie por sorpresa. Ni es coyuntural, como algunas autoridades quieren hacerlo ver, aunque parezca que hubo una alineación de los astros para atentar contra la libre respiración en este valle —hueco es más preciso, pero menos polite— en el que se aprieta Medellín. La falta de lluvias y de vientos, y la abundancia de pavesas que dejaron los incendios forestales, sumado al millón y pico de vehículos —muchos de ellos chimeneas rodantes— y a la humareda perenne que bota el sector industrial, son mezcla suficiente para preparar el batido tóxico que nos mata sin apenas darnos cuenta. (Una persona muere cada tres horas en “Meijing” por cuenta de la contaminación del aire, reporta la Facultad de Salud Pública de la U. de A.)

Días sin carro, pico y placa extendido, restricciones para la prácticas deportivas al aire libre y demás son medidas de choque que están bien para conjurar una amenaza sobreviniente, mas no para encarar un problema estructural de largo aliento. Y que no va a pasar, hay que admitirlo. Sin crear pánicos paralizantes y sin exhibir falsos optimismos que fuera de dejar réditos políticos a los políticos, nada dejan a la población, como no sea un porcentaje mayor de probabilidades de morir antes de tiempo.

(“¿Si ve, doñita, que las gordas de Botero amanecieron con taparrabos en la boca?”, me señaló cariacontecido Marmolejo el portero, la foto de primera que traía El Colombiano. “La cosa está jodida”).

Según la Red, en Medellín se han registrado hasta 160 microgramos de partículas PM 2.5, triplicando la media nacional que está en 50. (Estas partículas invisibles, al ser inhaladas, pueden llegar hasta los bronquiolos y los alvéolos). Nos codeamos con Beijing y Ciudad de México, entre otras siete. Con ellas compartimos el top ten de las urbes más contaminadas del mundo, vergonzoso honor. Y según un estudio sobre la salud ambiental en Colombia publicado por el Banco Mundial, cada año pasan de cinco mil las muertes prematuras —motivo malos aires— que suponen un costo anual de casi seis billones de pesos. Todo, porque los enemigos, cuando son silenciosos, son ignorados.

COPETE DE  CREMA: Ay si se empleara esta cantidad de ceros a la derecha en cambiar lo que se puede: optimizar el transporte público, adecuar ciclorrutas, vigilar agentes contaminantes, descontinuar vehículos con tecnología caduca, e implementar el respeto por el entorno y la solidaridad en el uso de los recursos. La cosa estaría menos “jodida”. Y nos ahorraríamos los taparrabos de la boca que tanto impactan a Marmolejo.

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