Muchos colombianos, que consideran que una cosa es Colombia y otra Venezuela, responderán a la pregunta que formulo en el título de esta nota: “por supuesto que no”. Y para algunos el cuestionamiento resultará, incluso, ofensivo.
Pero otros, que vivieron en carne propia lo que aconteció en el vecino país desde 1999, con la llegada del chavismo al poder y que han padecido el proceso que se inició en Colombia en el 2022, no son tan optimistas.
Entre esos pesimistas está Ángel Spiwak, uno de los empresarios hoteleros más importantes del país, quien vivió en Caracas durante 20 años y fue testigo de la elección de Hugo Chávez y de cómo ese país fue cayendo en un hoyo oscuro.
En el espacio periodístico Bravo y Breve con Martillo, Spiwak hizo algunas afirmaciones muy preocupantes sobre el futuro de Colombia:
“Petro está haciendo lo mismo que hizo Chávez: armando las guerrillas, creando sus milicias, debilitando a las Fuerzas Militares, humillando los policías, sostiene el empresario, y añade: “Le quitó toda la capacidad táctica al Ejército y está armando su propio ejército con las guerrillas y otros bandidos y los indígenas”.
Otra cosa frente a la que Spiwak no es muy optimista es respecto a la realización de las elecciones presidenciales del año entrante: “Si Petro llega a la conclusión, a través de las encuestas que hace, de que va a ganar, habrá elecciones, pero si concluye que va a perder inventará cualquier excusa para no hacer elecciones”, sostiene.
Y a quienes piensan que en Colombia las instituciones son suficientemente sólidas para atajar las pretensiones totalitaristas de Petro les dice: “La institucionalidad es incapaz de frenar a Petro. Si el Congreso o las Cortes se le atraviesan a alguna iniciativa, los amenaza, saca la gente a la calle, gobierna por decreto”.
La conclusión del empresario es contundente: “Yo pienso que es demasiado tarde para frenar las intenciones de Petro de instaurar en Colombia un régimen socialista totalitario, al estilo del venezolano”.
Las afirmaciones de Spiwak pueden parecer apocalípticas. Pero no le faltan razones para hacerlas.
Las crecientes amenazas de Petro al Congreso y a las cortes, los madrazos a los miembros de la oposición, el empecinamiento en anticipar la campaña electoral a través de la realización de la consulta popular y el grave deterioro del orden público hacen pensar que no nos espera nada bueno.
Incluso el mismo Petro ha advertido sobre las consecuencias que tendría no aprobar la realización de la consulta popular. En medio del furor de la intervención en la manifestación prepagada del primero de mayo, Petro dijo, en tono amenazante, que si el Congreso vota NO a la consulta, el pueblo se levantará y lo revocará.
Cada vez resulta más clara la intención de Petro de permanecer en el poder, más allá del 7 de agosto del año venidero. En persona o a través de un tercero. La pregunta es si la institucionalidad podrá frenarlo. Algunos, como Spiwak, están convencidos que no. Otros son más optimistas.
Cuáles son las cartas a favor que tiene el Presidente: entre el 25% y el 30% del electorado que lo apoya ciegamente. No es suficiente para ganar las elecciones, pero es un buen plante, que ningún otro candidato o partido posee de momento.
Las intenciones petristas se van a apalancar con el inmenso poder que tiene este régimen presidencialista que rige en Colombia.
No solo con el dinero del que dispone, y que a pesar de las estrecheces fiscales el petrismo está dispuesto a invertir sin restricciones, sino con la presión que puede ejercer sobre el millón largo de empleados públicos que deben, si o si, respaldar al Presidente, si quieren conservar el cargo.
El apoyo de los sindicatos también es útil. Aunque en Colombia apenas está sindicalizado el 1% de la fuerza laboral, esa minoría está muy bien organizada y pesa, sobre todo en la calle.
Un innegable golpe de astucia del Presidente es haber hecho su aliado al movimiento indígena. Más allá de que ese apoyo sea espontáneo o comprado, es sumamente útil.
Porque los indígenas, además de tener una disciplina férrea, gozan de mucho prestigio, sobre todo a nivel internacional. No importa que sean agresivos, incluso algunos muy violentos, que no trabajen las muchas tierras que poseen, que vivan del Estado, que actúen de manera vandálica.
La realidad es que son intocables. Al que se atreva a meterse con ellos se le viene el mundo encima. Su carita de yo no fui y su narrativa de los pueblos ancestrales y de la madre tierra caló.
Tener un colectivo intocable y organizado, y que a cambio de unos buenos reales, está dispuesto a todo, es sin duda muy valioso para el proyecto petrista.
Pero ese el proyecto tiene una pata coja. A diferencia de Chávez, que era militar y siempre contó con el apoyo de ese estamento (respaldo que ha sido fundamental para que el chavismo complete 25 años en el poder), los uniformados colombianos no quieren a Petro.
La antipatía viene desde su elección, por el pasado guerrillero de Petro. Pero ese sentimiento no ha hecho más que aumentar debido a la orden del gobierno de no atacar a los alzados en armas, al abandono en que tiene a los militares y a la falta de inversión en sectores estratégicos como la aviación.
El Presidente ha tratado de aplacar esa malquerencia descabezando a los generales que le generaban desconfianza y poniendo en su lugar otros que considera cercanos. Pero el malestar entre los militares con este Gobierno es inocultable.
No tener a los militares de su lado es fundamental para que el Presidente piense dos veces dar pasos por fuera de la Constitución, como cerrar el Congreso o impedir que se celebren las elecciones.
Petro sería muy bruto si da semejante papayazo, porque si desborda los linderos constitucionales, los militares, que están mamados con este gobierno, no se van a quedar quietos. Y nuestro locuaz y pendenciero mandatario puede terminar como terminó Pedro Castillo en el Perú.
Con lo cual, don Ángel, el panorama es complicado, pero hay esperanza.
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