Pese a que las Farc-Ep siempre estuvieron interesadas en promover la paz mediante el diálogo, la iniciativa del proceso que dio lugar a los acuerdos de La Habana contó con la paternidad de Juan Manuel Santos. En consecuencia, los primeros en sentirse obligados en su cumplimiento deberían ser las cabezas de las distintas ramas del poder público, en nombre de las cuales Santos estampó su firma.
El hecho de que el Estado no esté cumpliendo lo acordado, y en cambio la guerrilla sí, hace que esta se recienta y que algunos de sus integrantes comiencen a sentirse burlados y opten por poner entre interrogantes su obligación de permanecer fieles a los compromisos suscritos.
Una evidencia de lo anterior está contenida en la carta que suscribieron algunos excomandantes guerrilleros de alta jerarquía, encabezados por Iván Márquez, que parece que hubieran vuelto a la clandestinidad, lo cual no quiere decir a la guerra. En representación de tal grupo, Márquez afirma que para las Farc-Ep constituyó un error haber entregado las armas, y tal vez tenga razón, pues sin ellas quedó expósito el proceso ante las distintas ramas del poder público, protagonistas de una constante seguidilla de compromisos burlados, como son todos los que ha suscrito el Ejecutivo para acallar la protesta social.
Es lastimoso que esto ocurra, pues nos pone en la misma situación de violencia de las últimas décadas, con todo y su sartal de muertos, desaparecidos y desplazados, que evidenciaban que en Colombia, contrario a lo dicho por el uribismo, sí había una guerra.
Claro que la derecha está de plácemes. Ve inminente la fractura fariana y, como consecuencia, la reedición oficial de la guerra, lo cual les permitiría ponerle fin al disimulo con el que están destiñendo los acuerdos y seguir apropiándose, también sin tapujos, los réditos que siempre han obtenido con la guerra, ahorrándose de paso los inconvenientes que tanto temen de que se conozca la verdad acerca de sus procederes criminales.
Por supuesto que esta es una complacencia equivocada, ya que en ninguna de las dos cartas que están en circulación, las de Timochenko e Iván Márquez, puede encontrarse una opinión contraria al proceso de paz. Por el contrario, ambos dirigentes coinciden en que hay que defenderla, aunque Iván Márquez y sus compañeros de misiva van más allá de una defensa en abstracto y claman por que se haga de manera específica y concreta a través de la implementación sin distorsiones de los acuerdos definitivamente promulgados en el Teatro Colón, sin cuyo cumplimiento resulta iluso esperar que efectivamente empiece a construirse la paz estable y duradera de la que tanto se habla.
