Elogio a la humildad

Elogio a la humildad

Para los que lo tienen todo

Por: Camilo Agudelo O.
mayo 06, 2015
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Elogio a la humildad
Imagen Nota Ciudadana

La humildad es aquella riqueza que muchos dicen y/o desean tener. Dicho calificativo no se limita a describir a personas de escasos recursos o habitantes de barrios o corregimientos cuyo estrato es bajo y en el que las condiciones de vida son deplorables. Algunas personas son afortunadas por el hecho de haber nacido en el seno de familias adineradas, heredando grandes fortunas, prestigiosas propiedades o, por lo menos, contactos que les permiten obtener puestos de trabajo bien remunerados.

Pero es más común encontrar en nuestro país a esas personas que han trabajado duro por años, desempeñando cualquier cantidad de funciones, con o sin uniforme, con o sin las prestaciones que exige la ley, porque en la mayoría de los casos no interesa que el trabajo sea lo suficientemente digno sino poder conseguir dinero para sobrevivir en la selva de cemento, plagada de problemáticas sociales.

Algunos, como es normal, comienzan como empleados; otros un poco más arriesgados se deciden por la independencia, debiendo afrontar todos los gastos e inconvenientes que trae consigo dicha apuesta. Por eso no está de más recordar, mientras lanzamos insultos, quejas y reproches en redes sociales ante los acontecimientos diarios, que siempre -sí, siempre- existirán personas que de verdad deben afrontar dichos acontecimientos o por lo menos no cuentan con las comodidades con las que cuenta cualquier "revolucionario online". Así que el ascenso no es fácil, no se da de la noche a la mañana. Pueden pasar décadas para que todo ese esfuerzo ofrezca una jugosa recompensa que, a veces, desafortunadamente, no llega.

Lo que me resulta engorroso e insoportable es el típico caso en el que el ego asciende a medida que aumentan los ceros a la derecha, basta con encender el televisor por estos días y sintonizar alguno de los sensacionalistas noticieros nacionales; políticos, funcionarios públicos y artistas sacan pecho por considerarse dioses procedentes del mismo Olimpo, inmunes ante cualquier falta que puedan cometer. Se jactan tener en sus manos el poder y estar por encima de cualquier regla o ley.  Conducir ebrios hace parte de sus hobbies, pero esa misma ley de la que estamos hablando no tiene validez en Colombia, porque los policías pueden sentir miedo de cumplir con la función que les corresponde, pues ven comprometidos sus empleos.

Y el caso de los hijos de papi y mami de la república bananera no es el más reprochable de todos. Ahora resulta que en cualquier parte nos topamos con individuos para quienes la apariencia está por encima de todo; descaradamente alardean de aquello que no tienen, se endeudan para pagar lo que no necesitan o eso que les brinda un estatus dentro de la sociedad. "No tengo plata para pasajes pero mi iPhone toma unas selfies espectaculares", dicen algunos, porque las facturas de luz, agua o gas se encuentran archivadas. Antes es necesario pagar ese costoso plan de datos contratado para hablar de las novedades del día —por no decir chismosear— con las personas más cercanas. No es posible que estos pseudoburgueses sientan vergüenza de consumir esos deliciosos alimentos que nos provee la tierra en un suelo tan rico como el colombiano, hablarles de una fritanga, una mazamorra, un tamal o una lechona les resulta repugnante, es como insultar a su mismísima madre. Fuera de eso no toleran entrar en algún sitio que pueda deteriorar su estatus. Pero eso no importa, hay que conservar la apariencia y almorzar todo los días en el mall de comidas del centro comercial más cercano, asistir a los sitios más costosos y mejor ubicados, tomar café expreso, usar prendas de diseñador y vacacionar en temporada alta cuando los pasajes están por las nubes.

Un aplauso para las personas que lo tienen todo, producto del trabajo arduo y honesto, para aquellos que sin importar el barrio en el que viven y las personas que los rodean no tienen reparo a la hora de compartir con los menos favorecidas en ambientes que no son precisamente cómodas para ellos, pero que les brindan seguridad. Un aplauso para los que no han olvidado su origen y valoran una sutil reunión social para homenajear a un amigo o familiar. Un aplauso para aquellos que no dejan ver expresiones de asco al recibir alimentos preparados en maltratadas ollas de aluminio, y un aplauso para aquellos que, a pesar de la evidente diferencia social, no hacen alarde de su riqueza material.

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