Las fronteras mentales del fútbol. Experiencia e inteligencia táctica de Pékerman

Las fronteras mentales del fútbol. Experiencia e inteligencia táctica de Pékerman

Más que obvio es incontrovertible que el fútbol debe ser pensado desde su modernidad y, si cabe, desde su postmodernidad

Por: Carlos Roberto Támara Gómez
julio 03, 2018
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Las fronteras mentales del fútbol. Experiencia e inteligencia táctica de Pékerman
Foto: Twitter @FCFSeleccionCol

¿Qué se postula cuando se dice esto? ¿Existe un discurso consistente del fútbol, una teoría fundacional, más allá de las especulaciones, a veces frívolas, del comentarismo deportivo de turno?

No por escapar al cálculo científico de su predicción deja de ser cierto que algo diferencia al supuesto fútbol que juega Panamá del que despliega Alemania, sin importar qué clase de debilidades los llevaron a su eliminación. Si el Bolillo Gómez calificara como un entrenador moderno tanto como Low, ¿qué es lo que hace que tal pretensión no haya pasado al fútbol panameño? Es indudable que si Bélgica tiene un fútbol de clubes interno que no da la talla al nivel europeo, el fogueo de sus jugadores seleccionados en los más rutilantes clubes profesionales de Europa, permitió que tuviera un entrenador español que juega a lo europeo con reconocida sofisticación.

La edad del futbol debe liberarnos de la necesidad de demostrar que la clave podría estar en la pulsión que Ricardo Olivós estableció entre el fútbol-deporte (fuerza, resistencia, velocidad, aceleración) y las lógicas internas que acompañan al fútbol-juego, cabidas en su reglamentación. Nadie osará restringir al fútbol global a esas coordenadas; es notorio que la paciencia, la serenidad, la suspicacia, califican tanto como el talento, la ingenuidad, el arrojo, la temeridad. A unas variables cuantitativas se equipararían otras cualitativas; a algunos explícitos conocidos sucederían unos implícitos ocultos que quizás afloren.

Ese balón echado al vacío en un largo pase con que pretende habilitarse Lewandowski a tres milímetros de la valla colombiana luciendo el máximo estiramiento de su pierna derecha que resulta fallido, es casi el mismo pase que a plena velocidad recibe Messi con el muslo de su pierna izquierda echándolo hacia adelante mientras deja atrás a su marcador, hace el hueco suficiente para que el portero se disloque y dispara felizmente otro gol en este mundial. O el gol reptil, de tres dedos de empeine, de Falcao contra Polonia. Jugadas tan conspicuas hacen que el fútbol moderno implique una irreductible unidad entre juego y deporte imposible de separar. Es decir, la figura analítica de Olivós queda superada por una perspectiva holística del fútbol. Pero entonces, ¿es el gol lo que se celebra y no lo fallido?

Lo dudo. Creo que hay que irse mucho más atrás.

Imaginemos que una horda de salvajes haya jugado algo parecido al fútbol tan pronto se erigió sobre sus patas como nunca jamás lo hizo. ¿Cómo es que ese cavernícola ha podido tener la habilidad para correr con un balón entre las piernas, seguir su rastro sin trastabillar ni tropezarse siquiera y luego empalmar un disparo por un hueco abierto en un calvero de la selva, señalado por entre dos troncos; todo eso mientras los otros primates que lo seguían quedaban cual idiotas, cual meros convidados de una Edad de Piedra? Bueno, lo cierto es que todavía aquellos jugadores, hoy trastrabillan, se tropiezan y caen. Al homo erectus habría que recibirlo con beneficio de inventario. Eso de ser ménsula en un planeta que gira nunca será tarea fácil.

La ira pudo hacer presa de los contendientes y siendo antropófagos y forzudos terminaron por llevarse a la olla al equipo goleador digiriéndole en un festín macabro. El jolgorio duró varios días hasta que la deliciosa carne se acabó. Cada cuatro años lo festejarían desde entonces.

Entonces no es el gol. El gol es un subterfugio. Es un mampuesto que surgiría de otro panorama anterior, devendría de otra semiótica más antigua: la suma de cabriolas que el homo erectus entiende que pueden hacerse precisamente por haberse erigido; incluso, obviamente la antropofagia anterior: un hombre-balón corría adelante huyendo despavorido, el otro lo alcanza y lo corona llevándoselo a la olla. Puestas así las cosas se podría parodiar a Richard Feynman, premio nobel de física, diciendo que el fútbol es la suma de todas las historias.

La suma de todas las historias es la infinita variedad de las probabilidades de que un fenómeno acaezca, de que una trayectoria indescifrable, que divaga por todo el universo desde el principio devenga en un pase que caiga sobre la pierna de alguien en el preciso instante en que la flexión de un músculo dispone un ángulo específico para su recepción con determinada fuerza y cantidad de movimiento. Es tan milagroso que esto suceda que los vítores deben acompañar todas las felices coincidencias: absorbidas por el ser humano como producto de su protuberante y ensalzada sapiens.

Es apenas perceptible que es una ilusión.

Si después de haber demostrado Hubble que las galaxias se alejan según su ley, se ha concluido que se puede dar marcha atrás hasta la búsqueda del universo primitivo, aprovechando que la velocidad de la luz es una constante insuperable y finita, con mucha más razón podrá sustentarse que el fútbol actual deviene y se remonta desde la evolución del hombre primitivo.

Como en la física clásica nuestras matemáticas fracasan en la llamada Singularidad, quedémonos un más acá cuando el fútbol ya cabe dentro de ciertas lógicas aristotélicas que para ese momento estaban recién incubándose.

Así, un gol lo será si traspasa plenamente una raya trazada con respecto a un arreglo de la selva.

Al dictaminarlo así pretendemos hacer tabula rasa y olvidar de dónde deviene.

Pero eso es imposible. La irracionalidad corre pareja de la racionalidad. Somos tan racionales en tanto, conjuntiva y simultáneamente subsiste una irracionalidad todavía insuperable. Aquello explícito conocido, según David Bohm, también Premio Nobel de Física, sucedería inmanente a lo implícito que solo espera alguna etapa para destaparse, negar lo explícito e inaugurar otro paradigma.

Así es comprensible que Alemania y Panamá hayan sido eliminadas. Alemania incubaba un dechado de cansancio y afugías aunque era conocida como campeona; tanto como Panamá simulaba jugar bien para su ámbito pero develó una ingenuidad insuperable hasta ese momento desconocida. ¡Y ya no tienen forma de reponerse!

Hay algo más. ¿Pudieran haber subsistido el momento de eliminación de Alemania y el de Panamá con la clasificación aparentemente precaria de Argentina?

Para contestar, la única respuesta posible ahora, es que todavía su tiempo no se ha agotado. Lo explícito conocido de Argentina, su otrora juego precioso de conjunto, no ha tenido el tiempo para mostrar lo implícito que nos reserva su eventual eliminación derivado de su incapacidad, llevada al paroxismo de la inconsciencia colectiva mundial, de separarse de un fútbol irracional tejido alrededor de un solo jugador. ¿O será que esta propuesta argentina es la nueva racionalidad del fútbol que alienta desde hace algún tiempo, carcomido por una irracionalidad cabalgante, una carencia de talentos tal que la emergencia de uno solo es suficiente para acaparar un reino perdido? Ojo, no solo Argentina andaría en esas.

Creo que ahora podemos abocar el contenido sugerido en nuestro título generatriz. Una clave de ese debate es dilucidar por qué José Néstor Pékerman introdujo en su plantilla técnica a Esteban Cambiasso. Alguien de su cuerda, o Pékerman mismo, pudo haber intuido que necesitaría a alguien que le moliera y le diera líquida parte de sus decisiones, es decir, puesto de una manera global, Pékerman estaría proponiendo que es imposible hoy en día abarcar la complejidad a la que ha llegado el fútbol. De esa complejidad implícita es de donde derivará su postmodernidad, más como emergente paradigma. El fútbol no se estaría simplificando merced a una pretendida racionalidad. El fútbol estaría a punto de parir algo oculto que todavía no ha terminado de aflorar pero que según la percepción de Pékerman ya pespunta. Pékerman cree que puede hacer que ello aparezca contratando a Cambiasso pudiendo concentrarse en cómo disponer a sus jugadores para que lo intuido por él aflore. Cambiasso ya ha molido antes para Del Bosque, Mourinho entre otros.

Anticipemos algo. En efecto, ya en estas valdría insinuar la pregunta, ¿cómo es que Pékerman, un tigre rejugado en miles de batallas, acepta instalar dos zurdos muy parecidos, salidos de la misma camada, en un medio campo (o, en tres cuartos y una mincha) otrora inhóspito? Hay otra pregunta más incisiva, pero me abstengo de hacerla para no revelar algún detalle de la estratagema que, creo, urde silenciosamente Pékerman. Eso sí, puede fabricar su tiempo.

¡Vaya qué vanidad la mía!

Notas:

La palabra mincha no registra en el diccionario español en línea. Hasta donde conozco, sería algo así como un tris, o jeme.

La suma de todas las historias es un nombre altamente poético escogido Feynman que bien pudo haber sido en su insondable polivalencia un gran estratega del fútbol. No sé por qué recuerdo otro título, este implacable: historia universal de la infamia.

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