El Sumapaz, una historia de violencia prolongada
Opinión

El Sumapaz, una historia de violencia prolongada

El gobierno de Duque se niega a reconocer la violencia que genera su incumplimiento de los Acuerdos de Paz, aunque la sangre llegue hasta la capital

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marzo 19, 2021
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El páramo de Sumapaz es un paisaje distinto, cautivador, exótico, tan majestuoso que nos hace sentir pequeños, como si sus nieblas repentinas, sus picantes rayos de sol, sus bosques de pinos y sus sabanas frescas, sus apartadas viviendas de las que se elevan espesas columnas de humo, sus habitantes rudos de pómulos rojos, sus aguas cristalinas sembradas de truchas y sus filos recortados al horizonte contuvieran la misteriosa dimensión de la naturaleza viva.

Recuerdo que arriba de Usme, tomando una carretera que va perdiendo el asfalto, tras varias horas de recorrido por esos parajes que hechizan, se llegaba por fin a San Juan. En adelante, con botas de caucho y maleta a la espalda, emprendíamos una caminata de varios días, río arriba, con destino a Casa Verde, el campamento central de Manuel Marulanda y Jacobo Arenas, situado en el otro costado de la cordillera, luego de descender infinitas horas hasta el río Duda.

Aparte de su geografía de encanto, el páramo poseía su propia leyenda de luchas campesinas por la tierra. Nombres como los de Erasmo Valencia y Juan de la Cruz Varela se sumaban a los de miles de familias anónimas desplazadas violentamente del oriente del Tolima, de El Pato, el Guayabero y otras lejanías, obligadas a poblar aquellas tierras contra la avaricia de terratenientes que, sin poner jamás un pie en ellas, habían conseguido títulos y se reclamaban dueños.

Era frecuente escuchar a la luz de las velas, historias de batallas desiguales, de muertos y heridos de familias liberales y comunistas que enfrentaron a las tropas de la dictadura. Las Farc contaban con un enorme prestigio y respeto entre aquellos pobladores que admiraban a Marulanda y su gente, entre otras cosas porque habían sido capaces de instaurar un orden, una convivencia tranquila en la región, que auguraba a las nuevas generaciones un tipo de vida diferente y mejor.

Aquellas gentes ignoraban que su páramo estaba destinado a ser la puerta de entrada de las guerrillas encargadas de caer sobre Bogotá para tumbar al gobierno. Un día los frentes guerrilleros que integraban el Bloque Oriental subirían en una enorme ofensiva hacia la capital, en donde las gentes hastiadas del régimen habrían generado un inmenso estallido social. El plan estratégico de las FARC así lo contemplaba. Para ello se requerirían años, décadas incluso, de preparación.

Pero las cosas no se dieron así. Porque ante aquel terrible destino, los guerrilleros también tenían una alternativa, una solución política, un acuerdo de paz que democratizara la vida nacional y pusiera fin a la desigual situación de las regiones campesinas abandonadas. Ni siquiera eso pensaba conceder la clase dirigente de Colombia, lo cual sumió al país en una guerra de más de medio siglo. Hasta que fue posible la firma del Acuerdo Final de Paz.

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Las Farc, incluyeron en la lista de economía de guerra a entregar, la denominada Hacienda, un predio de algo así como 900 hectáreas ubicado en la vereda Chorreras

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El Sumapaz dejó de ser escenario de violencia, de operaciones militares, de enfrentamientos sangrientos. Las Farc, incluyeron en la lista de economía de guerra a entregar, la denominada Hacienda, un predio de algo así como 900 hectáreas ubicado en la vereda Chorreras, en pleno páramo, que había sido fuente de recursos para sus frentes. Igual que pasó con los demás inmuebles, el gobierno se desentendió completamente de hacerse cargo de ella.

En su lugar prefirió denunciar ante la JEP a la antigua guerrilla por incumplir lo acordado. Si eso sucedió con La Hacienda, en el sector rural de Bogotá, es de imaginar qué pasó con los bienes localizados en departamentos más alejados. El gobierno jamás recogió los ganados, ni las cosechas pendientes, ni puso un pie en esas propiedades. Exigió certificados de matrícula inmobiliaria, escrituras, como si las tierras en áreas de conflicto fueran un lote urbano en la capital.

Así que las disidencias, matando, amenazando y desplazando, se han venido haciendo al control de los bienes destinados a la reparación de las víctimas. Se precian de haber impedido la consumación de la traición de los firmantes del Acuerdo de Paz. Como si se tratara de un plan concebido en las alturas del Centro Democrático, esos dos extremos se juntan para impedir el fin de la guerra, para imposibilitar la reconciliación entre los colombianos, para recrudecer el terror.

Escucho a la alcaldesa Claudia López afirmar que son los incumplimientos estatales al Acuerdo de Paz, lo que está plagando el país de violencia, la misma que ya regresó al páramo de Sumapaz, ese paradisíaco territorio de Bogotá. A ello responde furioso el ministro de defensa. Para él no es cierto que haya ninguna disidencia en el páramo. Los campesinos de la región aseguran que sí. Y que además se están disputando esa hacienda. Y por eso los recientes asesinatos.

Inquieta que este gobierno no quiera reparar en lo evidente. Eso sí, se regocija asegurando que son las disidencias quienes asesinan firmantes de paz, como quien está satisfecho de su obra.

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