El silencio de Hortencia
Opinión

El silencio de Hortencia

Por:
mayo 06, 2014
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Hortencia Delvillar marca el centro de la fotografía. Sentada en un sillón barroco mira a la cámara. Por el gesto duro de sus labios parece que no va a hablar. El pelo negro y lacio da vuelta al cuello y cae sobre el hombro izquierdo. Las muñecas asentadas en los muslos reciben el peso de los brazos largos, dispuestos como si estuvieran acodados en terciopelo. Cruza las piernas más abajo de las rodillas y así trastoca la posición de sus tacones rojos, brillantes. Descansa, ella en su silla, sobre un tapete bordado con flores amarillas y grises muy suaves. Si no fuera por el bluyín gastado y la franela lila de manga corta pasaría por una princesa indígena venida de un tiempo remoto a un mundo de jardines metálicos, pisos de mármol y selvas artificiales como el que le sirve de escenario.

Su imagen congelada en la pantalla de un computador me deja en silencio pues cuando la conocí parecía el ojo de un huracán. Apareció en el pasillo de clase económica de un avión cuando ya los 200 pasajeros se disponían para el despegue. Rompió el silencio incómodo que precede a casi todos los vuelos con su risa nerviosa. Arrastraba una maleta enorme, un morral y tres bolsas gigantes a punto de reventar. Una vez todo estuvo en orden, buscó su asiento y se desvaneció.

Necesitó solo unos segundos de sueño para volver al combate de la vigilia. Como si fuera una gata saltó, encendió las luces y luchó con el equipaje. Mientras con determinación y urgencia buscaba una pastilla, el mundo de ese interior se agitó. De la maleta brincaron muñecas, perfumes, relojes, medias de seda, encajes, chocolates, turrones y más recuerditos de Madrid que otros pasajeros ayudaron a meter en bolsas y bolsitas. Volvió a su asiento con la sensación, me dijo, de que su intimidad ya no era solo suya. Y fue entonces cuando comenzó a hablar con entusiasmo del equipaje acumulado en los últimos 24 meses que vivió lejos de La Paz y que incluía veinte litros de aceite de oliva obsequiados por su jefe. Y también de las peripecias para entrar a España en el 2006 y convertirse en una inmigrante con estrella.

La veo esta noche del sábado 3 de mayo del año 2014 y me parece otra Hortencia. Una que regresó a Madrid a cuidar niños de otros como en los últimos ocho años, a conversar con abuelos ajenos mientras los suyos respiran en los Andes, a preparar jamones que se le hacen rancios y a extrañar las verduras frescas, a caminar por los cultivos de olivos cuando tiene semanas de asueto, a limpiar cristales soñando que algún día lo hará en su casa propia, a buscar donde bailar una chacarera cuando la angustia convertida en piedra le aprieta el pecho, a llenar de nuevo el canasto para regresar con una buena nueva. Y también a presentir, con tristeza, que cuando vuelva después de diez años fuera de casa, no tendrá niños para arrullar porque los suyos habrán decidido andar sus propias vidas.

La contemplo recia sobre el fondo dorado de la fotografía y no puedo apartarme  de su boca sellada. Recuerdo lo que me dijo al llegar a Bogotá al punto de despedirnos: lo único que quiero es mi libertad. Repito la frase con Hortencia y entonces, descubro que ella ya me enseñó lo fundamental.

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0

Cuando llueve en Medellín

Las historias del Lola

Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--