No es fácil explicar en una columna de opinión porqué el que fue considerado hasta hace un par de años como el mejor equipo de fútbol del mundo se vino abajo y hoy esté convertido en un equipito más que ya no le mete miedo a nadie. Estoy hablando del Barcelona F.C.
Su más reciente gloria se inició de la mano del holandés Frank Rijkaard. Sin ganar nada desde 1999, Rijkaard consiguió para el Barsa entre 2003 y 2008 una Champions y varias ligas españolas. El holandés, además, tuvo el honor de sacar de La Masía —la cantera del Barcelona— al que con el tiempo se convertiría en el que para mí es el mejor futbolista de todos los tiempos: el argentino Lionel Messi, quien había llegado al cuadro catalán con tan solo 13 años.
Ido Rijkaard, como técnico apareció Josep Guardiola. Con Pep, el Barsa literalmente ganó todo entre 2008 y 2012. Recorrió el mundo paseando a cuanto equipo se le paró al frente. A su rival histórico, el Real Madrid, se dio el lujo de humillarlo en varias oportunidades (¿se acuerdan del 5-2 en el Bernabeu, o del 5-0 en el Camp Nou o del 2-0 en Champions en cancha del Madrid con dos goles de Messi, uno de ellos eludiendo rivales prácticamente desde mitad de cancha?).
Pero en abril de 2012 empezó la tragedia para el Barsa.
En una llave de semifinal infame ante el Chelsea, Barcelona fue incapaz de retener el título de Champions. En el partido de vuelta, en el Camp Nou, el equipo de Pep vio cómo su gran ídolo, Messi, estrelló un penalti en el palo y cómo sus compañeros fueron incapaces de marcar la más de media docena de oportunidades claras que tuvieron.
Fue el principio del fin.
Guardiola, inexplicablemente, anunció su retiro del club. Nadie lo estaba echando, pero seguramente su ego le pudo y le dijo adiós al equipo de sus amores. Quién mejor para suceder a Pep que su mano derecha, su técnico asistente, Tito Vilanova, dijeron los principales diarios del mundo.
Vilanova se estrenó con un Barsa arrasador. Sin embargo, en diciembre de ese 2012 recayó de un cáncer que le había aparecido un año antes. El entrenador barcelonista tuvo que viajar a Estados Unidos en busca de tratamiento médico y el equipo quedó al garete. Vilanova murió el pasado 25 de abril a los 45 años.
Entonces, para colmo de males, empezaron a aparecer también los errores de los directivos. Si Joan Laporta en la presidencia del Barcelona fue clave para las grandes gestas, sus sucesores, Sandro Rosell y Josep Bartomeu, se encargaron de enterrar al equipo. Rosell, por ejemplo, no tuvo el acierto para atajar a Guardiola. Además, tras la grave enfermedad de Vilanova no entendió que el equipo necesitaba un técnico y lo dejó con un entrenador de las divisiones inferiores o algo parecido. Fue así como, por ejemplo, en la semifinal de la Champions de 2013 el Bayern Munich le encajó siete goles al Barsa. Una verdadera humillación.
La última gracia de Rosell tal vez fue la peor: terminada la temporada 2012-2013 le dio por traer como técnico al argentino Gerardo Martino, el Tata, quien había dirigido a la selección de Paraguay en el Mundial Sudáfrica 2010.
En realidad el Tata venía de conducir un equipo que como el paraguayo estaba enseñado a meter a sus 11 hombres en el arco para defender un resultado. En un año entero, Martino nunca fue capaz de imponerle al Barsa un estilo propio. Aunque a veces el equipo brilló en partidos como ante el Real Madrid, también se le vio salir de la cancha con la cabeza abajo ante los coleros de la liga.
De la Champions 2013-2014, ni hablar. Barsa fue eliminado —y casi que humillado— en los cuartos de final ante el Atlético de Madrid, hoy flamante finalista del torneo europeo junto al Real Madrid.
Martino hizo en un año cosas que seguramente ningún técnico conseguirá en el futuro: perdió la Champions, la Copa del Rey y la liga prácticamente la tiene perdida. Y como si lo anterior fuera poco, permitió que sus dos principales rivales en España —los equipos de Madrid— jueguen la final de la Champions. ¡Todo un récord!
Pero, ¿por qué se vino todo abajo en solo un año? Entre Martino y los directivos no entendieron que el fútbol evoluciona y que los jugadores envejecen. Nadie entendió en Barsa que el juego por arriba es clave y que entonces se necesitan varios jugadores de 1,90 metros o más. Seguramente, en promedio, la estatura de Messi, Alexis, Iniesta, Mascherano y Pedro es de 1,70 metros. Así es muy difícil.
Y para colmo de males se lesionó el arquero titular, Víctor Valdés, quien fue sustituido por un señor —y digo señor porque a una persona de más de 38 años se le debe tratar así por elemental respeto— que bien podría ser suplente en el torneo del Olaya.
¿Qué queda por hacer entonces? El equipo de la última década en el mundo hay que renovarlo en todas sus líneas. Hay que buscar ya los reemplazos de Xavi o Iniesta o Puyol. Y, finalmente, no es que ahora a los directivos les vaya a dar por traer a otro Martino y vender a Messi. Ese equipo sin Messi es de media tabla hacia abajo.
P.D. El título de la columna es un tributo a los mejores días que seguramente vendrán para el Barsa y al título de una obra del nobel de literatura Mario Vargas Llosa, la gran figura de la Feria del Libro de Bogotá.