El sabeamierdismo colombiano es lo que nos tiene tan mal

El sabeamierdismo colombiano es lo que nos tiene tan mal

La aparente virtud de la resiliencia es uno de sus mayores defectos: andar como zombi, alzarse de hombros ante una realidad que sí podría ayudar a mejorar

Por: Antonio Ramírez
junio 08, 2023
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El sabeamierdismo colombiano es lo que nos tiene tan mal

Eso de que una de las mayores virtudes del colombiano es la resiliencia es un mito, una gran mentira.

El colombiano en realidad es indolente, valehuevista, valecinquista.

Y ejemplos en el día a día hay muchos.

En años recientes, la capital del país se ha vuelto un cochinero, llena de basura por todos lados todo el tiempo.

El detonador de ese basural ha sido, por supuesto, la despilfarradora cantidad de canecas públicas que se instalaron en toda la ciudad durante la última gestión Peñalosa, y que tiene detrás unos contratos amañados que los entes de control aún están en mora de investigar, para sancionar a los responsables con castigos ejemplarizantes.

Pero a ese basural también contribuye, por supuesto, la gran cantidad de basura que, con prácticas de consumo muy irresponsables, el ciudadano promedio (ignorante e inconsciente) genera.

Tanto se ha repetido hasta el cansancio que hay mucha basura que se puede evitar, como los recipientes de icopor para comidas, las tapas de los vasos de café, las bolsas plásticas, etc. y sin embargo esos elementos constituyen entre 80% y 90% de la basura botada a esas canecas.

Y si a eso le sumamos que, en lugar de sacar la basura en los horarios prestablecidos, ahora los comercios, por ahorrarse plata con el camión recolector, sólo la amontonan al lado de esas canecas públicas o en los postes, no sorprende el basural en que se ha convertido Bogotá.

Y todo ello ante la negligencia, indolencia, irresponsabilidad, valehuevismo, valecinquismo, con que el ciudadano promedio se relaciona con su entorno, en lugar de poner un grano de arena de su parte para que las cosas mejoren.

Otro ejemplo es el despilfarro en mobiliario urbano innecesario, como fueron en su momento los separadores amarillos que se instalaron por todos lados y en su mayoría, a estas alturas, ya están todos destruidos.

También lo es la cantidad de obras de infraestructura pública que llevan meses o incluso años de retraso y no se terminan, porque el negocio de los contratistas está precisamente en alargarlas lo más posible. Y todo ante la indiferencia del ciudadano promedio. Casi nadie protesta ni se queja ni dice nada, la mayoría es permisiva con lo ilegal, con lo que está mal hecho.

Y en muchos otros planos de la realidad nacional ocurre algo similar, por eso el país nunca ha salido del hueco en que se encuentra desde hace décadas, porque hace mucho tiempo que el colombiano promedio renunció al concepto de nación para centrarse en el primero yo, segundo yo, tercero yo.

El colombiano promedio es como un zombi que no se involucra, que simplemente quiere que no lo jodan, que no lo molesten, que no se metan con él, para que pueda seguir en su ensimismamiento, sin darse cuenta de que en ese valehuevismo reside buena parte de los eternos problemas del país.

La resiliencia en Colombia es el gran mito nacional.

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