El resurgir de la alegría largamente esperada por el pueblo chileno

El resurgir de la alegría largamente esperada por el pueblo chileno

A pesar del toque de queda y la militarización de las ciudades, se siente en el aire la esperanza derivada de la reivindicación de la dignidad

Por: Maicol Mauricio Ruiz
octubre 25, 2019
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El resurgir de la alegría largamente esperada por el pueblo chileno
Foto: Twitter @edu_castillo

En el 2013 fui por primera vez a Chile. Previamente había estado viendo imágenes turísticas del país y algunos programas en los que se decía que se estaba acercando rápidamente a hacer parte del mundo desarrollado, en los que aparecía mucha gente parecida a la que me había encontrado en Buenos Aires.

Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que la mayor parte de los chilenos con los que me topé y que caminaban en silencio por las calles de Santiago eran gente con rasgos indígenas y que algunos de ellos eran llamados “rotos”, una palabra que desde el siglo XIX agrupaba a las personas pobres, los obreros y los peones.

Le pregunté a un amigo por qué había tanto silencio en las calles y me dijo que el pueblo chileno había sido muy alegre, pero que históricamente, desde el siglo XIX, los “rotos” habían sido “palomeados” (golpeados, asesinados) cada tanto por los patrones de fundo y los militares para mantenerlos bajo control pero que con la dictadura aquella práctica se había radicalizado con el “toque de queda”, una figura a través de la cual los ciudadanos son despojados de sus derechos para permitirle al Estado controlar el “Orden Público”.

Por esa razón, muchos chilenos habían aprendido a cuidarse mucho de hablar en público o de hacerlo en voz baja, porque no sabían si algo de lo que dijeran podría ser interpretado como una amenaza y en consecuencia podían ser blanco del “palomeo” oficial. Así me di cuenta que ese elocuente silencio que escuchaba en las calles era una de las marcas que había dejado la dictadura en la sociedad chilena.

En aquel viaje, supe también que, en 1988, durante la campaña para poner fin al gobierno de Pinochet, la consigna de la oposición había sido "Chile, la alegría ya viene", en un esfuerzo por exorcizar esos miedos y silencios que se habían enquistado en la sociedad chilena. Caminando por las calles de Valparaíso 25 años después, me encontré un aviso, en medio de los escombros de una de las viejas casas que estaban siendo convertidas en lujosos restaurantes para turistas, que evocaba aquella campaña y aún se preguntaba cuando llegaría la alegría prometida para Chile.

En 2017 regresé a Chile desde Bolivia y a mi paso por las ciudades del norte percibí que había migrantes de otros países de América Latina, que muchas casas habían convertido las cercas de sus antejardines en auténticas fortalezas, supuestamente por temor a la delincuencia, que los campos tenían cercas de alambre que se extendían de manera ininterrumpida por muchos kilómetros y Víctor Jara era el nombre de una comida rápida en un local bohemio.

Dos nuevas imágenes de Chile generadas las protestas que se desarrollan por estos días en aquel país me acercan hoy a su sociedad. La primera fueron los videos que empezaron a circular por las redes sociales en las que se ve a manifestantes bailando música electrónica, tocando instrumentos musicales, haciendo danzaterapia y malabares en las plazas, jugando en corro alrededor de los soldados, cantando en coros multitudinarios El baile de los que sobran y gritándole a los policías que ya no tenían miedo.

La segunda imagen fue el audio de WhatsApp de la primera dama del país, en el que ella parecía desconcertada con la procedencia de los manifestantes. "Parece una invasión alienígena" decía, posiblemente porque le costaba creer que esos manifestantes ruidosos y alegres que se tomaban las calles, eran esas mismas personas silenciosas de rasgos indígenas que yo había visto caminar por Santiago en el 2013. "Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás", les decía a sus amigas en aquel audio, probablemente refiriéndose a las grandes propiedades que había visto cercadas en el norte y las noticias previas en las que, a pesar de la dura sequía que devastaba las poblaciones rurales y los pequeños cultivos de aquel país, aparecía el presidente diciendo que "el Estado está en su derecho de vender el agua a privados”.

La alegría largamente esperada por el pueblo chileno parece resurgir en estos días, a pesar del toque de queda y la militarización de las ciudades. Hasta el mismo presidente, después de haber declarado la guerra a aquellos “invasores alienígenas”, se vio obligado a reconocer la legitimidad de los reclamos de los ciudadanos que encaraban sin miedo aquella herramienta otrora temible en tiempos de Pinochet, el toque de queda.

La esperanza que "los que sobran" también puedan participar en la construcción de Chile ha renacido, como en los tiempos de Allende y con ella, la posibilidad de que aquel país deje de ser el lugar en el que los “rotos” son “palomeados” cada tanto por los patrones de fundo y los militares de ocasión. La oportunidad para que Chile sea el lugar donde se reivindique la dignidad de los “rotos”, esas personas orgullosas, alegres y valientes, que rompieron masivamente sus silencios y sus miedos en pleno el siglo XXI, y ha empezado transitar "las amplias alamedas por donde pase el hombre libre", como soñó hace tiempo un gran chileno.

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