Dentro de pocos días, el señor Donald Trump volverá a posesionarse como presidente de EE. UU. después de una retahíla de señalizaciones, acusaciones, nefastas predicciones y tontas expresiones en su contra y a favor. El tipo es un bárbaro cuya capacidad mental se limita casi al sadismo de los corsarios en épocas de esclavitud, saqueo e invasiones. Por tanto, no nos sorprendamos si en su gobierno ocurren los mismos hechos que ya creíamos reposados en la triste historia de una civilización que va camino a la decadencia.
Como candidato no fue nada lo que ofreció a cambio de su reelección, sin embargo, la maquinaria publicitaria que le respaldó puso lo que este tipo adolecía y creó un sujeto estilo superhéroe. En occidente, y quizás en la mente del mundo entero, somos dados a los héroes, sean ficticios o verdaderos, nos gustan los finales felices y hay un morbo inocultable cuando ocurren hechos que deseamos por encima de la misma lógica. Cerramos los ojos ante la verdad que se oculta con poca vergüenza, porque lo que se trata es que veamos al supuesto héroe realizar sus maravillas así sean ficticias.
Una de las banderas de Trump fue señalar el destierro desde EE. UU. de todo emigrante, tapando que ese país solo es un retazo de culturas de emigrantes de todas partes del mundo y que emigrantes hebreos judíos apropiados hoy de su poder económico, militar y político pretenden hacernos creer que solo los emigrantes de América Latina son el estorbo. Y lo peor, los mismos emigrantes convencidos que así es. Los ojos están totalmente cerrados a mirar el estruendoso fracaso del sistema autoproclamado, el mejor e ideal del mundo por encima de otros sistemas. Es justamente el sistema de tipos como Trump en el pasado y ahora él en cuerpo presente, los responsables de las emigraciones de otros países que tienen sometidos, subyugados y destrozados en sus economías a cambio de la economía de EE. UU. Los tales TLC firmados casi obligatoriamente con todos los países del área solo favorecen al productor, exportador y comerciante de EE. UU., convirtiendo a los otros países en consumidores únicamente, sin opciones de superación y desarrollo porque este está limitado a los acuerdos firmados en pro de los intereses de los EE. UU. Esta es la parte que nadie quiere ver porque el superhéroe creado por la maquinaria publicitaria a favor de Trump evita que el ser pensante piense en serio.
Lejos estamos de la supuesta democracia de EE. UU. que debe ser el ideal de los demás. La plutocracia y nepotismo disimulado son la columna de ese sistema obsoleto que hoy se revuelve en contra del avance y a favor del estancamiento. Están dispuestos a lo que sea para que el resto del mundo siga sordo, ciego y mudo. Nada de avances ni desarrollos si ello implica poner en riesgo el control de la economía de EE. UU. que depende de los países sometidos y no por infraestructura interna, como ocurre con China, por ejemplo.
¿Qué de bueno espera al mundo con Trump? Nada sería la respuesta. Más guerras, más sometimiento y más incertidumbre, obviamente disimulada por el estilo norteamericano de evadir culpas directas: si van a invadir, la culpa es del invadido, si matan, la culpa es del muerto, si roban, es el robado el dueño de la culpa, si conspiran o traicionan, allí está el señalamiento de culpabilidad en el agredido. Y ejemplos hay por miles.
Para no hacer esta nota más larga, está el recuerdo ocultado por esa publicidad que ocultará lo malo a cambio de lo supuestamente bueno, cuando ese mismo señor Trump se jactó de haber ordenado lanzar la madre de todas las bombas sobre una ciudad de civiles en Afganistán, asesinando cientos de personas, y que justificó con la miseria de que hace gala, que lo había hecho para preservar la seguridad nacional, algo que no era cierto, pero está el hecho que señalamos, siempre el agredido es culpable de las fechorías de quienes gobiernan a EE. UU.
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