El penúltimo de los Buendía nació en Zipaquirá

El penúltimo de los Buendía nació en Zipaquirá

A propósito de la reactivación turística del municipio y del paso de Gabriel García Márquez por él

Por: Cristian Camilo Sánchez
octubre 08, 2020
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El penúltimo de los Buendía nació en Zipaquirá
Foto: @gabriel_garcia_marquez_

En estas líneas quiero presentar una idea que posiblemente ayude a visibilizar más a Zipaquirá en estas épocas de reapertura de la Catedral de sal, orgullo del municipio. Como es sabido Gabriel García Márquez cursó sus años de bachillerato en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá, tema que se encuentra ampliamente desarrollado por Gustavo Castro Caycedo en su obra Gabo: cuatro años de soledad. Su vida en Zipaquirá. Pero al lado de esta notable y rigurosa investigación, hay que añadir la presencia del municipio en la obra literaria del Premio Nobel, especialmente en Cien años de soledad.

Por eso considero pertinente que nos aproximemos a referencias puntuales sobre la Zipaquirá que se encuentran en la obra literaria de García Márquez y que cualquier lector puede identificar. La clave para esto la ofrece el propio Gabriel García Márquez en la entrevista que sostuvo con Plinio Apuleyo Mendoza, titulada El olor de la Guayaba, donde comenta a propósito de Cien años de soledad que: “Zipaquirá (…) es el mismo pueblo lúgubre, a mil kilómetros del mar, donde Aureliano Segundo fue a buscar a Fernanda del Carpio” (Apuleyo, 1982, pág. 52).

Sentencia que abre el telón para señalar la forma en que Gabriel García Márquez representa a Zipaquirá en su obra. Inclusive, la villa de la sal se puede establecer como el lugar de nacimiento y crianza de Fernanda del Carpio, la hermosa cachaca que había sido educada para ser reina, y que motivó a Aureliano Segundo a buscarla a través del páramo. El personaje de Fernanda del Carpio aparece por primera vez caracterizado en la novela: La hojarasca. Allí, bajo el nombre de Adelaida se describe a una mujer antagónica a los Buendía:

Adelaida estaba solemnemente estirada en un extremo de la casa, vestida con el traje de terciopelo, cerrado hasta el cuello, el que usó antes de nuestro matrimonio para atender a los compromisos de su familia en la ciudad. Adelaida tenía hábitos más refinados que los nuestros, cierta experiencia social que desde nuestro matrimonio empezó a influir en las costumbres de mi casa. Se había puesto el medallón familiar, el que lucía en momentos de excepcional importancia, y toda ella, como la mesa, como los muebles, como el aire que se respiraba en el comedor, producía una severa sensación de compostura y limpieza. (Márquez G. G., La hojarasca, 1955, pág. 95)

Al lado de esta semblanza se pueden ubicar otras sobre Fernanda del Carpio en la obra Cien años de soledad, y que refuerzan la presencia de Zipaquirá en la obra cumbre de García Márquez:

 Fernanda era una mujer perdida para el mundo. Había nacido y crecido a mil kilómetros del mar, en una ciudad lúgubre por cuyas callejuelas de piedra traqueaban todavía, en noches de espantos, las carrozas de los virreyes. Treinta y dos campanarios tocaban a muerte a las seis de la tarde. En la casa señorial embaldosada de losas sepulcrales, jamás se conoció el sol. El aire había muerto en los cipreses del patio, en las pálidas colgaduras de los dormitorios, en las arcas rezumantes del jardín de nardos. Fernanda no tuvo hasta la pubertad otra noticia del mundo que los melancólicos ejercicios de piano ejecutados en alguna casa vecina por alguien que durante años y años se permitió el albedrío de no hacer la siesta. En el cuarto de su madre enferma, verde y amarilla bajo la polvorienta luz de los vitrales, escucha las escalas metódicas, tenaces, descorazonadas, y pensaba que esa música estaba en el mundo, mientras ella se consumía tejiendo coronas de palmas fúnebres. (Márquez G. G., 2014, pág. 254)

Esa mujer perdida para el mundo fue un personaje que posiblemente se configuró a partir de varios referentes (amigas y amores) que quedaron grabados en la memoria del joven García Márquez; muchos años atrás cuando cursó su bachillerato en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá. Vale también mencionar que en esta cita se evocan aspectos del espacio y la arquitectura, y hasta campanarios que pueden asociarse con el centro histórico del municipio.

Ahora, mi intención no es recontar lo que seguro otros ya han dicho, sino más bien esbozar otras referencias al momento de leer Cien años de soledad y que ponen en escena a Zipaquirá como un lugar visible e indiscutible en la obra de García Márquez. Con esto me refiero a un episodio poco difundido sobre el nacimiento del penúltimo de los Buendía. Recordemos que Meme (hija de Fernanda del Carpio y Aureliano Segundo) es conducida e internada en un convento ubicado en el pueblo a más de 1000 kilómetros del mar:

Ni ella misma sabía entonces que su fertilidad había burlado a los vapores de mostaza, así como Fernanda no lo supo hasta casi un año después, cuando le llevaron al niño. En el camarote sofocante, trastornada por la vibración de las paredes de hierro y por el tufo insoportable del cieno removido por la rueda del buque, Meme perdió la cuenta de los días. Había pasado mucho tiempo cuando vio la última mariposa amarilla destrozándose en las aspas del ventilador y admitió como una verdad irremediable que Mauricio Babilonia había muerto. Sin embargo, no se dejó vencer por la resignación. Seguía pensando en él durante la penosa travesía a lomo de mula por el páramo alucinante donde se perdió Aureliano segundo cuando buscaba a la mujer más hermosa que se había dado sobre la tierra, y cuando remontaron la cordillera por caminos de indios y entraron a la ciudad lúgubre en cuyos vericuetos de piedra resonaban los bronces funerarios de treinta y dos iglesias. Esa noche durmieron en la abandonada mansión colonial, sobre los tablones que Fernanda puso en el suelo de un aposento invadido por la maleza, y arropadas con piltrafas de cortinas que arrancaron de las ventanas y que se desmigaban a cada vuelta del cuerpo. Meme supo donde estaban porque en el espanto del insomnio vio pasar al caballero vestido de negro que en una distante víspera de Navidad llevaron a la casa dentro de un cofre de plomo. Al día siguiente, después de misa, Fernanda la condujo a un edificio sombrío que Meme reconoció de inmediato por las evocaciones que su madre solía hacer del convento donde la educaron para reina, y entonces comprendió que había llegado al término del viaje. (Márquez G. G., Cien años de soledad, 2014, pág. 360)

En procura de superar el tema de Mauricio Babilonia y su romance con Meme, la antagónica Fernanda del Carpio viaja a internar a su hija en el pueblo “frío y gris” donde ella había nacido y estudiado, pero sin esperar que la vida le diera más sorpresas, porque pasado un tiempo aconteció lo siguiente:

Aún no estaban de acuerdo el caluroso miércoles en que llamó a la puerta de la casa una monja anciana que llevaba una canastilla colgada del brazo. Al abrirle, Santa Sofía de la Piedad pensó que era un regalo y trató de quitarle la castilla cubierta con un primoroso tapete de encaje. Pero la monja lo impidió, porque tenía instrucciones de entregársela personalmente, y bajo la reserva más estricta, a doña Fernanda del Carpio de Buendía. Era el hijo de Meme. El antiguo director espiritual de Fernanda le explicaba en una carta que había nacido dos meses antes, y que se habían permitido bautizarlo con el nombre de Aureliano, como su abuelo, porque la madre no despegó los labios para expresar su voluntad. Fernanda se sublevó íntimamente contra aquella burla del destino, pero tuvo fuerzas para disimularlo delante de la monja. (Márquez G. G., Cien años de soledad, 2014, pág. 364)

La noticia que recibía Fernanda del Carpio era contundente porque en su pueblo natal había nacido en Buendía, el hijo de Meme, y al que bautizaron Aureliano. Punto al que quería llegar, porque si retomamos lo que comenta García Márquez en el Olor de la guayaba el lugar donde nació el penúltimo de los Buendía no es nada más ni nada menos que Zipaquirá.

De este modo podemos ofrecer una idea general de la manera en que Zipaquirá es representada en la obra Cien años de soledad, y a partir de abrir el horizonte de comprensión para que los turistas que vienen a visitar la Catedral de sal en esta temporada de reactivación se animen a preguntar por el paso de Gabo por Zipaquirá, El museo de Gabo y por la presencia del municipio en su obra literaria.

Referencias:

Apuleyo, P. (1982). El olor de la guayaba. Bogotá: Oveja negra.

Castro, G. (2012). Gabo: Cuatro años de soledad.Su vida en Zipaquirá. Bogotá

Márquez, G. G. (1955). La hojarasca. Bogotá: Círculo de lectores.

Márquez, G. G. (2014). Cien años de soledad. Bogotá: Random House.

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