El peligroso periodismo unifuentista
Opinión

El peligroso periodismo unifuentista

Por:
febrero 04, 2015
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El ejercicio periodístico ha cambiado mucho, y peligrosamente, desde cuando inicié mis prácticas en 1987. Por esa época no había director de noticias que ante una denuncia no pidiera el testimonio de la contraparte, y no había periodista al que se le ocurriera llegar sin ese testimonio; la historia iba completa o no iba, así de sencillo. Ese era el justo equilibrio de la información que nos enseñaban en la universidad y que coincidía con los valores que traíamos de la casa.

Digo la fecha para contextualizarlos en lo que me voy a referir, no importa si me adivinan la edad, de la cual me siento feliz y orgullosa. Y es que estoy aterrada de ver cómo los noticieros de todo tipo y formato (prensa, radio, televisión e internet), registran noticias denunciando empresas, personas, productos y hechos, y por ningún lado se sabe qué responden los acusados. A excepción de las peleas entre políticos, que dan rating, difícilmente uno escucha hoy a la contraparte; se quedan con la versión del acusador, porque del acusado no se escucha ni que no se encontró, o que no quiso hablar, o ningún recurso de ese tipo… ¡porque no lo buscan!; le dan credibilidad total al que denuncia (gobierno o grupos de poder) y el señalado queda condenado y en la picota pública. ¡Es terrible!

Cuando yo hacía reportería en el Noticiero Cinevisión, que ya no existe, la gobernación de Boyacá nos invitó a Puerto Boyacá, bautizada por sus nativos como capital antisubversiva de Colombia y cuna del padre del paramilitarismo, el asesinado Pablo Emilio Guarín. Su alcalde —Luis Rubio— había sido destituido y huía de las autoridades por sus nexos paramilitares; asistíamos entonces a una elección extemporánea de alcalde para ese municipio.

Antes de viajar, investigué a profundidad sobre el paramilitarismo y la ya denunciada Isla de la fantasía, un sitio de entrenamiento militar para el cual contrataron al israelí Yair Klein quien, por esos días, había salido del país huyéndole a las autoridades colombianas. En esos escenarios se destacaba Iván Roberto Duque, alias Ernesto Báez, hoy tras las rejas. Ese día de elecciones, a primera hora, le pregunté a cualquier transeúnte por la calle que dónde lo podía ubicar. “¿Para qué lo necesita?”, me dijo. “Soy periodista y quiero hablar con él”, respondí. “¿Dónde la puede encontrar?”, me preguntó. “En el auditorio de la alcaldía”, le dije.

Duque llegó sobre el medio día con gafas oscuras, sombrero, poncho, carriel y una actitud muy imponente; atemorizante si se quiere. Apenas lo vi supe que era él. Se me acercó y me preguntó al oído: “¿Usted es María Clara Gracia?”. Lo miré y le dije “sí señor”. Me tendió la mano y se presentó: “Mucho gusto, soy Iván Roberto Duque y me dijeron que me está buscando”. “Claro”, dije. “Hablemos afuera”, contestó. Tras esa charla, recogí mis cosas, llamé al camarógrafo y cuando miré al gobernador me abrió los ojos de tal manera que casi se le salen. Le hice señal de adiós con la mano y me fui. Me mandó un emisario que me llamó aparte y me dijo que no me fuera; pero no había posibilidad de quedarme oyendo políticos, y menos bajo la promesa de Duque de llevarme a la Isla de la fantasía, de la cual no se conocían imágenes.

Llegamos y el anfitrión nos dijo: “¿Ven que aquí no hay nada?”. Recorrimos el sitio, grabamos cada lugar, cada objeto… ¡Todo! Yo sentía que iba con la chiva del año. De regreso en la chalupa, Duque dijo que nos tomaría una foto. Yo le dije que para qué; “Porque llevamos el registro de todos nuestros visitantes” agregó. Imagínense nosotros en el álbum paramilitar… Entonces le dije al camarógrafo: “Bueno chino, pare esa cámara sobre sus piernas y no importa si nos tapa la cara, pero la labor periodística es nuestra defensa”… Y así hicimos.

Les conté toda esta historia de riesgo, aventura y peligro para concluirles que llegué feliz al noticiero, batiendo los casetes con “la chiva”. Acto seguido, Amílkar Hernández —director del noticiero— me dijo: “Ahora tienes que conseguir la contraparte; la autoridad. Hasta que Maza Márquez (el entonces director del DAS) no hable, ni esas imágenes ni tu historia pueden salir”. Llamé a Maza infinidad de veces y nunca pude conseguir sus declaraciones. No hubo justificación de riesgo ni nada que convenciera a Amílkar. Como podrán suponer, mi historia nunca salió pero sí me gané una chiviada la macha, porque mientras yo aventuraba mis colegas entrevistaron al prófugo Luis Rubio. Gajes del oficio.

Tooooodo esto para decirles que hoy son muy pocos los periodistas que se toman el trabajo de confrontar la contraparte, y de esos pocos, la mayoría apenas la mencionan; no le dan el mismo despliegue al acusador y al acusado, y menos si el señalamiento viene del gobierno o de los grupos de poder. Pareciera que no hubiera una exigencia desde la dirección. Casos muy renombrados dan cuenta de esta involución del periodismo.

Hoy me dedico a dirigir un espacio de entretenimiento que me hace muy feliz, porque me siento perfectamente bien intentando hacerles una escucha grata a los oyentes, que hablando sin equilibrio y a costillas de reputación de los demás. Así esta columna me cueste no volver a los espacios de noticias puras y duras, valdrá la pena si la rigurosidad periodística sigue siendo la de hoy: ¡Nula!

¡Feliz resto de semana!

 

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