Durante años, Lina Tejeiro fue una presencia segura en la pantalla: brillante, reconocible, esa mezcla de carisma y desparpajo que le permitió ganarse un lugar en la televisión colombiana. Pero había algo que la llamaba afuera de esa comodidad. Después de tantos personajes y sets de grabación, quiso probar el vértigo de estar frente a un público real, sin repeticiones, sin edición, sin filtros. Y lo encontró en el escenario del Teatro Nacional, en una obra que parece una metáfora de lo que ella misma vive: “Escape Room”.
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Este 23 de octubre fue su debut. Los aplausos del público le dijeron que lo había hecho bien. La prueba había sido superada. Su gran momento fue en el teatro Leonardus, donde actuó en la obra “Escape Room”, una comedia negra escrita por los dramaturgos catalanes Joel Joan y Héctor Claramunt, dirigida por Santiago Merchant, y compartiendo escena con Santiago Alarcón, Cristián Villamil y la Tata Ariza. Una alineación poderosa que promete, más que risas, un juego psicológico. “Escape Room” no es una comedia ligera: es una trampa emocional, un espejo deformado donde los personajes —y quizá el público— terminan enfrentándose a lo que más temen.
En la historia, dos parejas entran a un escape room buscando pasarla bien. Pero lo que empieza como una experiencia divertida se transforma en un experimento cruel, donde el tiempo se achica, las máscaras caen y la risa se vuelve un arma. La obra convierte la carcajada en un gesto incómodo, una forma de desnudar hipocresías, ideologías y afectos rotos. En ese espacio que se encoge, nadie escapa limpio.
A Tejeiro le tocó lo mismo fuera del escenario: salir de su zona segura, dejar el guion memorizado y enfrentarse al público con una energía distinta. En televisión, la cámara permite repetir. En el teatro, el error se convierte en verdad. Y esa vulnerabilidad parece haber sido parte de la seducción. “Escape Room” la empuja al límite de sus emociones, la obliga a reaccionar en tiempo real, a habitar los silencios y los vacíos de su personaje con el público respirándole encima.
Junto a Santiago Alarcón, su compañero en escena, Tejeiro se enfrenta a ese juego de roles donde las relaciones —de pareja, de amistad, de poder— se ponen a prueba con humor negro. Alarcón, con su experiencia en las tablas, se ha convertido en su cómplice y contrapeso.
La dirección de Santiago Merchant refuerza ese clima asfixiante del encierro: luces que se apagan, puertas que no se abren, un cronómetro que corre. Todo en función de que el espectador también sienta que juega, que intenta descifrar junto a los actores cómo salir de ese cuarto que no deja de cerrarse. Y en el fondo, lo que está en juego no es escapar, sino enfrentarse.
Porque “Escape Room” habla de eso: de lo que uno no quiere ver de sí mismo. El texto de Joan y Claramunt se mueve entre la sátira y el suspenso, entre el absurdo y la crítica. Es una obra que se ríe de la corrección política, de la moral prefabricada, de la pretensión de ser buenos. Aquí, cada carcajada del público revela una incomodidad compartida.
“Escape Room” es el lugar donde reír atrapa, donde salir puede ser el peor error, donde cada minuto cuenta y cada decisión revela. Y Lina Tejeiro ya decidió: dejar atrás la comodidad de la televisión y entrar, sin escapatoria, en el juego más exigente de su carrera.
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