El paro no lo hace ni lo dirige Gustavo Petro

El paro no lo hace ni lo dirige Gustavo Petro

Respuesta a la sentida carta de María Elena Bonilla Páez al senador, publicada en El Tiempo, donde lo invita a una 'silenciatón'

Por: Juan Monsalve
noviembre 28, 2019
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El paro no lo hace ni lo dirige Gustavo Petro

Hace unas horas, El Tiempo publicó un mensaje de la señora María Elena Bonilla Páez, que contiene un sentido y emotivo mensaje para el senador Gustavo Petro sobre su actuación en el paro nacional, que ya lleva siete días activo, tanto en Bogotá como en otras ciudades y poblados del país. La señora Bonilla, con un tono muy personal y bastante preocupado, según parece, le propone al senador callar y no incendiar más al país y a los ánimos de los marchantes. Y lo hace apelando a tres aspectos esenciales, que son los que deseo resaltar y analizar aquí, más que el tema de que el mensaje vaya dirigido a Petro: primero, la igualdad, la fraternidad y la libertad como principios de vida; segundo, las dificultades que ha enfrentado la población frente al paro; y, tercero, la violación de la democracia.

Pero comencemos por el final. La señora Bonilla apunta que el senador Petro es antidemocrático por sus mensajes en redes sociales alentando al paro, pero al mismo tiempo rechaza la protesta social como medio para exigir derechos dentro de un Estado democrático regido por una constitución política ¿Qué significará la democracia para la señora Bonilla? Según esboza en su escrito, la democracia es igual a callar. Frente a las desigualdades, las personas deben callar y apelar por el “trabajo digno”. ¿Pero cómo trabajar dignamente en la desigualdad? De acuerdo con la señora Bonilla, el paro les ha quietado esa dignidad a muchos trabajadores. Incluso nombra a algunos vigilantes que están haciendo turnos “inhumanos” de veinticuatro horas (en democracia la gente trabaja ocho horas). Qué curioso que la señora Bonilla apunte al paro y no a los dueños de las empresas de vigilancia que se están aprovechando de la coyuntura para explotar aún más a unas personas que tienen que soportar las condiciones que les pongan, las que sean, porque no han tenido más oportunidades en la vida. Oportunidades que nunca llegaron, no por el paro, sino por un país en el que las generaciones anteriores callaron y se dedicaron a culpar a las víctimas y no a los victimarios.

La señora Bonilla me recuerda a quienes afirmaban que no había que permitir que los niños negros estudiaran en colegios de niños blancos, porque los iban a discriminar. Bajo un manto y un discurso de piedad y misericordia (“pobres niños negros discriminados”, “pobres vigilantes explotados”) legitiman y mantienen la discriminación y la explotación, además de culpar a quienes no son los responsables de la realidad que viven estas personas. Así, entonces, parece que para la señora Bonilla la democracia es dejar las cosas como están, porque ya todos estamos acostumbrados a ellas y las hemos naturalizado ¿alguna vez habrá pensado en las condiciones laborales de los vigilantes de los que ahora se compadece? ¿Será que “trabajando dignamente” los vigilantes podrán cambiar (casi por arte de magia) su sistema contractual? ¿Cómo harán para hacerlo solo “trabajando dignamente” si sus patrones ante cualquier coyuntura (como el paro) se aprovechan para explotarlos aún más? Qué visión más curiosa y perversa de la democracia. Para mí, desde la razón democrática, una buena acción de la señora Bonilla sería denunciar ante las autoridades a quienes están explotando a esos vigilantes. Eso sería democrático.

De todas maneras, sigamos. El ejemplo de los vigilantes conecta bastante bien con el segundo punto: gente caminando, personas heridas de una parte y otra, niños sin poder llegar temprano al colegio, reuniones canceladas. El apocalipsis. Nuevamente, la opinión de la señora Bonilla recae en la benevolencia y la caridad ¡No hagamos caminar más a esa pobre gente! Mejor callemos y que sigan usando un sistema de transporte obsoleto, injusto, desordenado, ruidoso, contaminante y peligroso. ¡No obstruyamos más las calles! Mejor callemos y trabajemos “dignamente” y sigamos permitiendo que la corrupción se lleve billones y billones de pesos, mientras las personas duran tres horas en trancones diariamente. ¡No más niños tarde al colegio! Mejor callemos y sigamos permitiendo que la educación esté desfinanciada y cada vez haya menos capacidad para que los niños y las niñas tengan una vida digna, porque supongo que cuando la señora Bonilla se refiere a los niños que llegan tarde al colegio lo hace con todos los niños ¿o solo con los del Liceo Francés y sus similares? Dejemos todo como está, que de alguna manera se solucionará ¿no?

La respuesta de la señora Bonilla es que sí, se va a solucionar. Pero, la solución es un lugar común bastante trillado: el amor, la empatía y el conocernos a nosotros mismos para entender al otro. ¿Quién iba a pensarlo? El amor va a cambiar el mundo. Según la señora Bonilla, el problema es nuestra falta de amor, de entender al otro, de compasión y nuestra incapacidad de vernos a nosotros mismos. Faltó pedirles a las señoras que caminan por los bloqueos de TransMilenio y a los vigilantes que, para olvidar la explotación que han sufrido toda su vida, llegaran a sus casas a hacer yoga y encender inciensos. Pero, más allá de los sarcasmos, es bastante diciente que la señora Bonilla apunte a los principios de la Revolución francesa (¡claro, el Liceo Francés!) y los lleve a conclusiones tan banales. No, la fraternidad, la igualdad y la libertad no se basan en tomarnos todos de las manos, sonreírnos y entendernos como hijitos de la naturaleza y puntitos de luz en el universo. Esos principios provienen de una revolución colectiva, cansada del Antiguo Régimen e instauradora de un sistema democrático que derivó del cansancio estructural que representaba la explotación de las monarquías absolutas y de los rezagos del feudalismo.

Para llegar a la fraternidad, la igualdad y la libertad primero hubo que cortar cabezas. Y este no es un llamado a la violencia (totalmente antidemocrática). Las cabezas representan al sistema injusto y desigual que no se arregló “trabajando dignamente”. Porque la gente del Antiguo Régimen trabajaba mucho, tanto que muchos hicieron riqueza y se volvieron burgueses, aún bajo las dificultades de ascenso social que les significaba. Por eso, las dificultades no se van a arreglar amando sin condiciones y sonriendo. Tal vez el rasgo más fuerte de empatía sí sea reconocer las condiciones de explotación y opresión que vive la mayoría de los trabajadores de Colombia y la necesidad de cambiar esa realidad, por medio de la protesta y el fortalecimiento de los procesos comunitarios. Uno puede sonreír y abrazar a los pobres y clavarles el cuchillo de la indiferencia y la culpa, aunque diga compadecerse de ellos.

Por último, creo que es necesario (muchos lo pedirán) apuntar que el paro no lo hace Gustavo Petro ni lo dirige él ni el Foro de Sao Paulo ni Maduro ni la izquierda internacional ni los Castro. El paro es la consecuencia del hastío por la corrupción, la desigualdad y el desgobierno. Y sí, las peticiones son muchas, mucha gente ha salido a marchar por muchas razones diferentes. Pero, es que los problemas en Colombia son tantos y tan profundos, que no pueden condensarse en un solo alegato. Por eso, todo esto no es el deseo de un solo sujeto lleno de odio izquierdista. Es una manifestación que condensa años, décadas, de injusticia, en un país que usted, señora Bonilla, ayudó a construir y que su generación mantuvo. Así sea con amor y mucho silencio, usted es parte de los responsables de esta situación. No intente culpar y jugar a la caritativa empática que calla y trabaja. Ese discurso ya lo sabemos y ya no nos detiene.

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