El lado claro de los agujeros negros: lecciones personales de la pandemia

El lado claro de los agujeros negros: lecciones personales de la pandemia

"En parte, este año que terminó fue eso, aprender a disminuir la velocidad, sabiendo que llegará el momento en que cesará esta noche, no tan horrible en realidad"

Por: José Gregorio Ortiz Rodríguez
enero 27, 2021
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El lado claro de los agujeros negros: lecciones personales de la pandemia
Foto: Pixabay

Se suele hablar del lado oscuro de la luna, en realidad no hay un “lado” oscuro de la luna, toda ella recibe luz solar en algún momento.  Tampoco hay un lado claro en los agujeros negros, pero valga la expresión para expresar todos los aprendizajes que nos dejó un año inolvidable por las dificultades, no vividas antes por esta generación. Y es que hasta la nube más negra nos puede regalar un borde plateado, luminoso.

Quizá es por vocación que suelo fijarme en los aprendizajes que deja cada evento de la vida, de la individual y la colectiva, otros preferirán hablar de olvido. De tantos cambios, económicos, sociales y de nuestra forma de relacionarnos, que trajo el 2020, procuremos mantener vivos los aprendizajes, con la esperanza de que el anhelado retorno a la “normalidad” no borre tales lecciones. Que pasada la tormenta, no se nos embolate el paraguas.

Y de tantos aprendizajes, los más valiosos son aquellos que nos llevan a cuestionarnos sobre nuestro papel entre las demás especies vivas; nos urge ver más allá del antropocentrismo, más allá de nosotros mismos mirándonos el ombligo. El año que pasó nos permitió tomar un curso intensivo de “empatía animal”, porque si nos cuesta trabajo ponernos en los zapatos de otra persona, mayor dificultad tenemos para ponernos en las aletas, alas o patas de otra especie. Así mismo, aprendimos lo que se siente estar todo el día con un bozal, aunque no quisiéramos morder, solo ladrar; aprendimos qué se siente ser un animal social y ser forzado a vivir aislado; aprendimos lo que se siente nacer libre para caminar, correr o volar y tener que vivir encerrado o enjaulado; y aprendimos que nuestro apetito voraz y sin respeto (baste recordar como inició todo) puede acarrearnos consecuencias nefastas.

Siempre me ha gustado contemplar los colores del ocaso, todo cubierto de un aura rojiza, los penúltimos rayos de sol y en minutos la noche y su tiniebla; a recogerse, a enlentecer el ritmo, nuestra pequeña hibernación. En parte, este año que terminó fue eso, aprender a disminuir la velocidad, sabiendo que llegará el momento en que cesará esta noche, no tan horrible en realidad, para volver a comenzar un nuevo día, una nueva luz, porque después de todo invierno llega una primavera en su esplendor.

Permítaseme aquellas líneas rosadas y dulces al paladar, como esos vinos navideños que acompañaron muchos momentos en familia; se ha dicho tanto que quizá el inconsciente ya comienza a robarle frases a alguna canción. Y qué más da si la hacemos propia, si la hacemos un himno para recordar nuestras lecciones personales.

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