El hombre que hace sonar a Dios

El hombre que hace sonar a Dios

Desde Barcelona llegó Mario Holzmann para lograr que el órgano de la Catedral de Bogotá suene a la perfección. Un organero que recorre el mundo arreglando estos gigantes musicales

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mayo 30, 2015
El hombre que hace sonar a Dios

Lo suyo son los órganos. Los cuida y restaura pero no desde un quirófano sino en distintas catedrales del mundo o bien, desde su taller. Mario Holzmann tiene una profesión de la que muchos desconocen hasta su existencia; es Organero. Su oficio; construir, reparar, preservar y conservar los órganos como el de la Catedral Primada de Colombia que le tiene en Bogotá desde principios de mayo y será su objeto de trabajo hasta el concierto inaugural el 20 de julio. Para entonces volverá al taller de Gerhard Grenzing en Barcelona, empresa que en el mundo es pionera en todo lo relacionado con estos instrumentos musicales, o seguirá su rumbo hacia alguna otra catedral del planeta en donde haya un órgano que le requiera.

Así como los médicos conocen todo el cuerpo humano y se especializan en una rama específica, los organeros deben conocer todo el instrumento y pueden profundizar en un área determinada ya que un órgano combina arquitectura, ingeniería, carpintería y música, entre otras. En el caso de Mario la armonización es su especialidad. El uruguayo se encarga de crear el sonido del aparato, de equilibrarlo y de definir el carácter de cada tubo; pueden sonar como una flauta o una trompeta pero lo importante es que tengan una personalidad clara. Hay ciertos sonidos que solo puede hallar de noche cuando hay menos interferencia en el ambiente, por lo cual es normal que amanezca en esas. No hay una regla general que le indique cuando da con el sonido perfecto; eso lo logra con el mismo sentido que tienen las cocineras para saber cuándo la sopa está en el punto justo.

Del instrumento en la catedral comenta que es originalmente romántico, pero tras una desacertada restauración en 1960 se intentó “neobarroquizar” por lo cual no era ni romántico, ni barroco y carecía de personalidad propia. El objetivo es devolverle su esencia original y devolverlo a ser un órgano romántico, como siempre debió ser. Para que el trabajo esté terminado aún faltan, más o menos, 500 tubos por montar junto a los 3000 que ya están sonando. Dichos tubos pueden ser de estaño, plomo, zinc o madera. Los más grandes miden 5 metros mientras que los más pequeños 10 o 15 centímetros, pero todos deben ser afinados, probados y ajustados con igual precisión. Sin duda, paciencia de organero.

Cada vez que un magno instrumento de estos suena la sensación es como si Dios hablara y su sola contemplación es un deleite para el ojo. Hay unos cuyo tamaño abarca cinco pisos, como el de la Casa de Música de Moscú. No en vano al escucharle en conciertos más de uno llora y justamente esas lágrimas son la mayor retribución que Mario recibe por su labor. Lo más difícil, tal vez sea lo que muchos creen que es lo mejor; pasar la mitad del año viajando por el mundo fuera de su hogar. Antes de llegar a Bogotá estaba en la catedral de México. También ha tenido que ver con órganos como los de la Almudena y el Palacio Real en Madrid, o el de la catedral de Bruselas y el del Conservatorio Superior de París. Así han transcurrido los últimos 16 años, de los 36 que tiene.

Su historia comenzó en su natal Paysandú, una pequeña ciudad uruguaya en la frontera con Argentina, durante la infancia. A los 9 años durante un concierto se deslumbró con el instrumento y empezó a estudiar música, a los 12 supo que quería dedicarse a estos aparatos y a los 15 se involucró en la restauración del primero cuando unos alemanes llegaron a éste remoto rincón del mundo para hacer lo propio con el de la parroquia ubicada frente a su casa. El entonces adolescente ni siquiera preguntó si necesitaban su ayuda cuando empezó a cargarles las cosas y por pura inercia se sumó al equipo. Quien quiera ser organero, más que una universidad necesita un taller en el cual formarse pues se trata de una carrera altamente práctica en la que los sentidos deben afinarse al mismo nivel en que se afina cada tubo de los miles que tiene un instrumento de estos, y eso solo se logra en la marcha. Sin embargo, hay una escuela en Alemania que otorga título profesional como Maestro en Organería y el mismo Mario dice que –como en cualquier carrera- es ideal titularse, pese a él no lo haya hecho. Igualmente, aunque en este oficio sea más importante desarrollar sentidos y habilidades que memorizar conceptos, hay todo un bloque teórico que constituye una base fundamental de esta carrera.

La cualidad más importante que debe tener un organero, tal vez sea la capacidad de trabajar en equipo. Por ejemplo, a veces para dar con un sonido se necesitan dos porque mientras uno afina el otro escucha. En efecto, Mario es tan solo uno entre los miembros del equipo que tiene la misión de restaurar el órgano de la Catedral Primada de Colombia pues así como han sido varias fases las de este proyecto, han sido varios los organeros que han ido y venido de Barcelona desde el pasado noviembre cuando inició. La cabeza del equipo, que también ha incluido nacionales, es el alemán Andreas Fuchs quien lleva 26 años dedicado a este oficio, es Maestro en Organería y se encuentra en Colombia desde hace seis meses.

Por lo pronto, los días de Mario, de Andreas y del resto del equipo que literalmente está sumergido en este órgano, transcurren en un improvisado taller montado dentro de una de las naves del costado sur de la catedral. Ahí se les puede encontrar entre semana durante el día, pues en este punto ya hallaron los sonidos que necesitaban de las noches. Cuando el órgano esté listo se tiene planeado realizar conciertos gratuitos diarios en el templo. Así cualquier parroquiano podrá ir a escuchar el que debe ser el sonido más parecido a la voz de Dios, en la tierra.

Por @enriquecart

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